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‘Alien: Romulus’: amor e inteligencia artificial

Alien: Romulus revive una franquicia que ha tenido altibajos. Lo consigue gracias a que el director, Fede Álvarez, está especializado en el terror. Luego de Posesión infernal en 2013, el uruguayo se volvió un realizador de culto con No respires. Hizo fama, pues, pero no quiso echarse a dormir. Al contrario, se hizo de una extensa cultura visual. Por eso, en Romulus uno se sobresalta, sí, pero además se asombra con las referencias a la pintura del barroco inglés y, claro, al diseño de producción original que crearon para Alien: el octavo pasajero H. R. Giger y Carlo Rambaldi; publica MILENIO.

Pero Fede Álvarez añade un ingrediente personal al todo de la historia y da al público lo que quiere, aunque no del modo en que lo quiere, así que su obra resulta seductora, sorprendente y discretamente profunda.

Lo primero es el guión. Lo escribieron Álvarez y otro uruguayo, Rodo Sayagues. La historia de estos mineros que quieren escapar del mundo en el que nacieron y en el que viven sometidos por una corporación que alimenta al capitalismo voraz tiene su actualidad. La referencia al clásico está en el hecho de que, para huir, nuestros desafortunados obreros se metan en una nave en donde vive “alguien” más. El guión de Romulus pone a Álvarez y a Sayagues a la altura de Dan O’Bannon, creador del xenomorfo original y consigue algo que Asimov imaginaba imposible: que en el cine pensemos en ciencia ficción.

Un segundo logro de Álvarez está en el hecho de que el xenomorfo readquiera su carácter parasitario. En algunas de sus fallidas secuelas, el Alien parecía un tigre, más bien. Y la verdad es que no basta con devorar humanos para que el respetable sienta miedo y asco. Como que resulta un poco más digno ser comido por un tigre que contagiarse con un bicho que se te enreda en el cuello y te inserta por la boca una semilla fatal. En tiempos de pandemia, el Alien aterra bien: anda por ahí, pero lo vemos cuando es demasiado tarde.

Pero lo más atractivo de Romulus no es tanto lo que recupera el director sino lo que incorpora. En la primera película había una mujer protagónica. Aquí también (Cailee Spaeny) y dicha mujer llevaba consigo a un personaje un poco olvidado: un gato. Este era en realidad el noveno pasajero. Y uno puede preguntarse: ¿a quién le importa el gato? Al público, por supuesto, aunque ni siquiera se dé cuenta. Weaver, en la película original producía ternura, entre otras cosas porque amaba a un gato que no sólo ronroneaba, era sagaz.

En Romulus la protagonista lleva consigo a un robot un poco tonto que cumple la función del gato en El octavo pasajero y ofrece humanidad a la protagonista. Además, Andy, el androide, puede ser actualizado. Esto es lo que hace que Romulus apunte hacia dos películas que realmente nos ponen a girar pensando en torno a ese enigma que es la inteligencia artificial. Andy tiene algo de la fascinación del computador central de la nave Discovery en 2001: Odisea del espacio que dirigió Stanley Kubrick. Es inocente como un gato, pero un programador sin escrúpulos puede cambiar sus directivas y volverlo mortal. Además, este androide que interpreta en modo extraordinario David Jonsson tiene algo también de Rachel, la replicante en Blade Runner: no sabe uno si se le debe amar. Y esta inconsciencia aumenta, sin querer, el amor.

Romulus es una obra de ciencia ficción que actualiza la pregunta en torno a la IA en los tiempos que estamos viviendo y, como Her de Spike Jonze, nos cuestiona de modo entretenido y muy original.

Foto: Murray Close | 20th Century Studios

Fuente:

// Con información de Milenio

Vía / Autor:

// Staff

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Autor: lostubos
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