Por Félix Cortés Camarillo
Yo no recuerdo haber vivido una época política más incierta y turbulenta, sin llegar a los enfrentamientos violentos de civiles, como la que estamos viviendo hoy. Mis ancestros tal vez recordaban la Guerra Cristera y la matazón que llamamos Revolución Mexicana. Fuera de ello los tiempos actuales son de una descomposición social y política nunca vista.
Su único antecedente comprobado -y por ello repetido- es el período del partido único, el PRI, como monopolio del poder: hoy igual que ayer un grupo de avezados políticos con experiencia decenal, está logrado en un lapso muy breve el control total en México de los tres poderes que la Revolución Francesa legó al mundo paa impedir que uno de ellos predominara sobre los otros dos. Todo ello en nombre de una de las mayores falacias que han dominado nuestra vida y repetimos a diario, la democracia.
En su cuna, no todos los habitantes de la multinacional Grecia eran pueblo, ciudadanos, aquellos que tenían derecho a participar en los asuntos del Estado. Ni mayoría. En Grecia, no eran demos los esclavos, ni las mujeres ni los campesinos. Mucho menos los residentes que venían de otras islas o pueblos de la peninsular nación.
Luego del Renacimiento, que pretendía revivir Grecia y Roma de un jalón y acabar con la Edad Media, cosa que logró, el concepto se democracia se convirtió en el mando de los muchos, concepto que seguimos venerando y practicando. Bajo la práctica de la demagogia, “degeneración de la democracia consistente en que los políticos, mediante concesiones y halagos a los sentimientos elementales de los ciudadanos tratan de conseguir o mantener el poder. No se responde directamente a las preguntas ni a los desafíos”.
Inherente a la demagogia está el cinismo: “desvergüenza en el mentir o en la defensa y práctica de accciones o doctrinas vituperables”. Descaro, impudor, desfachatez, impudencia. Todo ello basado en las falacias, una de ellas, muy recientemente practicada y con mucho futuro en México, es la democracia entendida como votación a mano alzada.
No fue a mano alzada, dice el Nuevo Testamento, como los hebreos salvaron a Barrabás pidiendo que a cambio crucificaran a Jesús: fue por aclamación azuzada por los sacerdotes y los fariseos. Fue a mano alzada que los griegos condenaron a muerte a Sócrates por andar inaugurando la evolución de las conciencias de los mancebos helenos. De donde se desprenden dos cosas: la democracia es una falacia en la que nos da gusto creer porque nos conviene para tomar o conservar el poder, y que tener la mayoría no siempre quiere decir tener la razón.
Tener la razón es, tal vez, saber ejercer el cinismo plenamente, como cuando ayer el presidente López le dijo a una reportera de Sonora que los de Dinamarca y el mejor sistema de salud del mundo, lo había dicho en “plan con maña” para que los reporteros tuvieran “miga” para sus notas.
PARA LA MAÑANERA (porque no me dejan entrar sin tapabocas): No es tanto la anulación de las elecciones para la alcaldía de Monterey que perdió su mujer lo que preocupa al gobernador Samuelito de Nuevo León. Son los pasos que siente en su azotea y que corresponden a investigaciones de fiscalías que no le tienen mucho amor.