Por Alexandra Ruiz
El origen de mi curiosidad por la telerrealidad se generó cuando descubrí el programa The Surreal Life, que era emitido por la cadena VH1. En ese entonces rondaba una edad de entre los 14 y 15 años. La ventana de mi cuarto se ubicaba a unos pasos de la montaña que se asentaba frente al hogar. Y aunque aquél entorno me sugería rebuscar tesoros entre las formaciones de piedras y vegetación, mi atención se dirigió hacia el llamado de unos cautivadores personajes y los colores distinguidos en una edición claramente dosmilera.
Los sonidos de la estática y el eco de las voces que deambulaban por la casa que habitualmente se encontraba vacía, me produjeron un sentir de acompañamiento. Tal vez, esa cercanía es la que ha mantenido mi apetito por las series de televisión. Un cierto grado de morbo ante el comportamiento de personajes que revelan una familiaridad al situarse a pocos metros de la mirada, pero que mantienen su distancia; se vuelven ficticios e intangibles.
Hace un par de días ví dos de las más recientes temporadas de la serie de Netflix, Love is Blind, en su versión de México y Reino Unido. La estructura del programa se fundamenta en “la esperanza” de encontrar el amor “a ciegas”. En donde los participantes, al finalizar las fases de un supuesto experimento social, deciden si dirán “Sí” o “No” en el altar.
Hay algo en la televisión de Reino Unido que causa una total relajación, una suavidad en los matices que me hacen entrar en la zona de sueño. Historias narradas que no serán las más imaginativas y originales, pero he descubierto que una gran variedad de éstas, incluso sin ser “realities” se mueven a un paso lento, flotante y ensoñador. Desde mi fijación por Jamie Oliver en The Naked Chef a los documentales históricos de la BBC, la televisión británica, hasta ahora, ha sido mi mayor adicción.
A esto, no es de extrañar mi preferencia hacia el formato de Love is Blind UK, que poco a poco va desenvolviendo e integrando a cada personaje con sus respectivas características e historias y logra sujetarnos hasta terminar los capítulos. Más allá del guión, es algo sobre el rodaje y la edición lo que distinguen a ésta temporada de otras versiones en su terreno televisivo.
Love is Blind México carece de mucho. Dentro de su diseño telenovelesco y poco carismáticos “hosts” éste ha sido señalado por una variedad de conflictos y polémicas, que aunque lamentablemente prevalecen en otras versiones de la franquicia, en la de México abundan en sobreexposición.
Esto me lleva a pensar, en que así como se utilizan las repetidas fórmulas para la creación de éste y otros programas, se podría hablar sobre las fórmulas duplicadas en la búsqueda de afecto. Aplicaciones de citas, “scrolling”, buscar y buscar. La repetición es compartida con la “esperanza” de una aparición manifestada desde lo imaginario.
Aunque admito que reproducir algunos programas de fondo me provocan un sentir de “confort”, hay una distancia en mi relación con éstos. Y eso mismo, me genera un cuestionamiento hacia el lugar que desempeñan, en una sociedad que da prioridad a la adrenalina de la experiencia momentánea, que se topa con lo no perdurable. Se visualiza una pantalla, sí, pero no se está observando. Escudriñar forma una parte importante del ritual de transmisión.
Muchas de las nuevas producciones carecen de esa atmósfera que mencionaba. Las consumimos y alimentan un vacío transitorio, nada más. El encanto que nos provocan los programas de los años noventa hasta una parte de los años 2000 reside en la invitación que nos hacen a retornar, de rebuscar entre viejas grabaciones, DVDs o uno que otro canal del servicio de streaming que provenga de un rincón de ésta orbe del “consumo masivo”.
En su libro Vida contemplativa. Elogio de la inactividad (2023), el filósofo Byung-Chul Han dice: “La digitalización también desmantela al ser en cuanto ser-con. Estar conectado no es lo mismo que estar vinculado”. “…La hiperactividad y la hipercomunicación actuales se pueden entender como una reacción a la falta de ser reinante. La falta de ser se contrarresta con el crecimiento material. De este modo, producimos contra el sentimiento de falta”.