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¿Reformar el presente sin mirar hacia el futuro?

Por Carlos Chavarría

Por ahí anda promoviéndose una publicidad pagada por el PRI donde se enfatiza que “…los mejores tiempos que ha tenido México, han sido los tiempos del PRI”. Si se aprecia con la mayor objetividad posible, a la distancia de 100 años, los resultados en términos de progreso y mejores perspectivas, es sencillo evidenciar que el PRI tuvo sus únicos buenos momentos cuando se propuso cambiar sus anquilosadas prácticas de partido único y dependiente de un presidencialismo exacerbante cuyos costos aún están pagándose en términos políticos, económicos y sociales. Todo lo demás solo fueron cuestiones de coyuntura, quizás hasta poco aprovechadas.

Una reforma del Estado requiere una inversión considerable de capital político y los beneficios de cualquier reforma aparecen generalmente en el mediano plazo. En tanto, los políticos operan con un horizonte electoral corto. Les resulta más fácil y conveniente apostar por cambios acotados y no dar continuidad a proyectos de reforma.

En efecto, un rasgo común es que al producirse una alternancia en el poder, es una característica de nuestra democracia, los nuevos gobernantes se distancian de las reformas iniciadas por sus antecesores. A veces se ha desvirtuado la intención de esa reforma, otras no se han asignado los fondos necesarios para darle vida a algún organismo. Y, en otros casos, simplemente no se ha dado la atención y el apoyo político necesario para que los cambios se institucionalicen.

Hasta los países socialistas que abandonaron el monarquismo para meterse en la ideología socialista al estilo estalinista, como la URSS y China, supieron que no hay nada que conspire más en contra de un mejor futuro que el aferrarse a un pasado romantizado cuyos resultados reales nunca ocurrieron.

Tras los choques fronterizos de 1969 entre China y la Unión Soviética, Mao estaba profundamente preocupado por el millón de soldados bien pertrechados que Nikita Jruschov había desplegado en la larga frontera común, quería romper el aislamiento internacional de la República Popular y hacerse con el escaño de Naciones Unidas y correspondiente voto con capacidad de veto en el Consejo de Seguridad que ocupaba el gobierno de Chiang Kai-shek, exiliado en 1949 a la isla de Taiwán.

El apretón de manos de Mao y Nixon puso en marcha la mayor revolución de la historia, la que ha permitido a China sacar de la pobreza a 800 millones de personas y convertir a este país en la segunda economía del planeta.

Muerto Mao, Deng Xiaoping fue el líder que supo aprovechar la mano tendida por Washington para poner la locomotora china a funcionar. Asido a un pragmatismo visceral, Deng dejó a un lado la ideología y los problemas de soberanía y disputas fronterizas para concentrarse en el desarrollo y la mejora del nivel de vida de los más de 1.000 millones de habitantes que tenía la República Popular en diciembre de 1978, cuando tomó el poder que ejerció siempre desde las bambalinas del Partido Comunista Chino (PCCh).

Hoy China es un miembro  del selecto grupo de los 8 países que marcan las tendencias evolutivas del mundo actual, que es el futuro que se planteó como propósito en 1972. China ya había intentado diversas reformas pero todas buscando reafirmarse ideológicamente, algo muy similar a lo que continúan intentando Cuba, Bolivia, Venezuela y los demás países del llamado Grupo de Sao Pablo o Grupo de Puebla, este último por el nombre de la ciudad mexicana donde ocurrió una reunión.

Cualquier país u organización que pretenda un futuro mejorado, puede alcanzarlo cambiando como lo hizo China, diseñar su evolución motivando la acción colectiva hacia la innovación rupturista creadora de nuevas mega tendencias por sobre las inercias y lastres del pasado.

No  se construyen futuros alternativos con generalizaciones y discursos basados en lugares comunes que no hacen diferencia, además de no dejar espacio para medir los avances y riesgos. No se trata de profecías especulativas  basadas en convicciones sostenidas más por creencias que por evidencias.

No se trata tampoco de opiniones que surgen más del sesgo y de afán de construir verdades alternativas sin valor, sino de la identificación clara y diferenciada del impulso hacia los futuros adoptados y que concretamente se pretenden alcanzar.

Solo a manera de ejemplo, muchos países gobernados por ideologías más que por visiones de futuro profundo, vivimos en un péndulo ideológico  que cuestiona qué tanta sociedad y qué tanto estado deberían definir la gobernanza del futuro. Se racionalizan casi todos los problemas imperantes y los retos al futuro en función de la proporción de participación del Estado y de la sociedad en la acción hacia el futuro.

Al acumularse los excedentes económicos, cuando se dirige la gobernación con el espejo retrovisor,  se formulan las narrativas que justifiquen mover el péndulo ideológico hacia la creación de nuevos derechos, el Estado crea burocracia y gasto para atenderlos con desprecio absoluto hacia la sincronía obligada con la capacidad económica de la sociedad para atenderlos, bajo este proceso el futuro es solo una sucesión de ciclos de auge y crisis.

Ahora, como lo mostró China, lo ambicioso es el futuro profundo, no solo concentrarse en reformar para extender el endeble equilibrio alcanzado en el pasado, pues es perder el tiempo. China lo entendió con claridad y se concentraron en definir un modelo de futuro que los convirtiera en un jugador clave de la economía global como vía para sacar a sus habitantes del desastre de su pasado autoritario y alcanzar una posición de negociación fuerte frente a los demás jugadores mundiales.

No es tan complejo como parece. Si definiéramos como futuro deseable ser el ejemplo mundial a imitar dentro de 30 años, por ejemplo, en temas de economía circular, diseño de ciudades, energías limpias, etc., empecemos por preguntarnos qué cambios deberían haber sucedido 10 años antes de alcanzar esa posición, así como lo ocurrido dentro de los próximos 10 a partir del presente para ya estar enfilados en la dirección que buscamos.

No se trata de hacer reformas para que sobreviva un régimen de Estado sino para cambiar las perspectivas hacia el futuro profundo. El orden y magnitud, así como las tendencias a la vista  de nuestros problemas y la evidente incapacidad del Estado para resolverlos hará necesario que la sociedad se involucra cada mes con sus capacidades ejecutivas para superarlos.

La trayectoria de la democracia en América Latina en este nuevo periodo, si se fortalece o debilita, va a estar determinada en gran parte por lo que se haga o no para construirse un Estado solvente que sirva a los ciudadanos de forma honrada, eficaz, eficiente y equitativa. 

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Vía / Autor:

// Carlos Chavarría

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Autor: stafflostubos
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