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En su nuevo libro, el astrofísico Jean-Pierre Bibring le da relieve a la ingente cantidad de condiciones que debieron alinearse para propiciar la vida en la Tierra.

Por Gerardo Herrera Corral

En septiembre del año pasado, la sonda espacial OSIRIS-REx de la NASA dejó caer en nuestro planeta las muestras del asteroide Bennu, que orbita entre Marte y la Tierra.

Fue también en septiembre, pero de 2016, cuando la nave había sido enviada al espacio para que seis años después se acercara de nuevo y entregara el paquete dejándolo caer en el desierto de Utah, Estados Unidos. Desde ese momento, la misión se llama OSIRIS APEX y continúa con su viaje al asteroide Apophis, al que llegará en el año 2029.

Hace unas semanas, la agencia espacial dio a conocer los resultados de los primeros estudios realizados en el polvo recolectado de Bennu.

El equipo de especialistas encontró las cantidades esperadas de los elementos químicos que forman al sistema solar. El regolito es rico en carbono y nitrógeno, así como en compuestos orgánicos que han sido observados ya antes en otros cuerpos celestes.

Lo sorprendente y original en este análisis cuidadoso del material es que se encuentra magnesio, sodio y fosfato en forma peculiar. Aunque estos ya fueron encontrados por la misión Hayabusa que antes hizo lo mismo con el asteroide Ryugu, la diferencia es su pureza y el tamaño de los granos en la arcilla.

Esta singular presentación de los elementos sugiere un pasado acuoso para el asteroide. El anuncio de los resultados hace alusión al “pasado oceánico” del objeto visitado.

El año pasado se publicaron los resultados del análisis similar en los materiales obtenidos del asteroide Ryugu que trajo la misión japonesa Hayabusa. Ahí se detectó la presencia de uracil —que es una de las bases del ácido ribonucleico—. Este fue uno —quizá el más llamativo— de los muchos compuestos orgánicos encontrados.

Todo esto ha generado una certeza inusitada de que los arreglos moleculares orgánicos que propiciaron el surgimiento de la vida se encuentran en el espacio. Ahora nos parece bastante probable que estos compuestos hayan sido transportados por asteroides a otros planetas para que se desarrollara la vida en aquellos que reúnen las condiciones necesarias.

Estos hallazgos, como muchos otros, han despertado un optimismo sin precedente en la sociedad. Ahora más que nunca la gente piensa que hay vida en el universo más allá de la que tenemos en la Tierra; todo mundo cree que la actividad biológica es más común de lo que se pensó siempre y que en algún momento tendremos evidencia de su presencia en otros sitios en el sistema solar, o más allá de él.

Sin embargo, es importante notar que, hasta ahora, no tenemos evidencia de la existencia de procesos bioquímicos elementales en ninguna parte del espacio explorado.

Por ahora y a pesar de los prometedores anuncios, la verdad es que estamos Solos en el universo.

Este es el título del libro que publica la editorial Akal en que el autor propone una postura crítica y a contracorriente. El astrofísico Jean-Pierre Bibring le da relieve a la ingente cantidad de condiciones que debieron alinearse para llegar a donde estamos; concluye así que la vida es improbable y que cada planeta es único.

Es tan grande el número de eventos de todo tipo que han conducido a nuestro planeta a tener las características que tiene, es tal la cantidad de opciones y tan variadas las eventualidades, que lo más correcto es pensar que tenemos a nuestros pies un caso aislado entre miles de millones de planetas orbitando miles de millones de estrellas.

El autor participó en la misión Rosetta que visitó hace unos años al cometa Churiumov Gerasimenko en lo que recordamos como una hazaña tecnológica. Ahí se encontraron compuestos orgánicos precursores de estructuras orgánicas que intervienen en la formación de aminoácidos y de bases nucleicas. Ha dedicado su carrera científica al estudio del Sistema Solar y considera que la vida basada en carbono es una propiedad íntima de nuestro planeta, que los estudios planetarios han mostrado una diversidad insospechada y que la diversidad no es una propiedad privada de la biología, sino que está presente en la formación planetaria también. Piensa que es incorrecto pensar de manera determinista generalizando lo que ha pasado en nuestro planeta para extrapolar diciendo que eso puede ocurrir en otros.

Los cuatro satélites galileanos de Júpiter —Io, Ganímedes, Europa y Calisto— son un ejemplo claro de cómo algo con el mismo origen, los mismos materiales y similares condiciones puede acabar en cuerpos astronómicos tan distintos.

Reflexiona sobre las condiciones iniciales y evolución de Mercurio, Venus, Marte y la Tierra observando que múltiples eventos fueron de tal naturaleza que llevaron a estos cuerpos a estados muy diferentes.

Lo irrepetible aparece como resultado de grandes números y juegos azarosos, Es en ese carácter indeterminista de un mundo con leyes fijas, pero condiciones iniciales variables, que aparece “La imposibilidad fundamental de lo idéntico”, que, por cierto, es también “la base de la identidad”.

Esa manera de ver que la formación de estructuras vivientes es una contingencia y no una necesidad es una idea humanista. No representa una ideología sino un hecho que puede ser fundamentado con observaciones científicas y exploración de otros mundos. Representa también una reflexión con consecuencias. Una línea que nos conduce a revalorar el edificio que es la vida dando sentido al cuidado, respeto, deferencia y admiración que nos merece.

Imagen portada: MILENIO | LABERINTO

Fuente:

// Con información de MILENIO

Vía / Autor:

// Gerardo Herrera Corral

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Autor: lostubos
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