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Por Carlos Chavarría

El utilitarismo se ha instalado como la filosofía predominante en el siglo XXI. Desde el siglo XVIII cuando David Hume planteó “el mayor bien para el  mayor número de personas posibles”, ese principio ha sido deformado, a tal grado que el modo de pensar utilitarista va en contra de las nociones morales básicas de la racionalidad. No solamente podremos apreciar que es un fraude a nivel teórico sino que a nivel práctico ha resultado ser también un fracaso, si tomásemos como evidencia lo que hemos hecho con el mundo de la naturaleza y que más de la mitad de la humanidad continua viviendo en la pobreza.

El utilitarismo es una doctrina que busca identificar lo bueno con lo útil, y se entiende por útil todo aquello que proporciona la felicidad al mayor número posible de personas. La utilidad es aquello que produce felicidad, por lo tanto, lo bueno y correcto es lo que produce placer y disminuye el dolor. Esta idea fue formulada por el filósofo y economista británico Jeremy Bentham, a finales del siglo XVIII, quien empleó el utilitarismo como base, no solo de un sistema ético, sino también de formas políticas y legales, que ahora no significan sino retrocesos.

Durante el siglo XX la política y la economía agregaron  el pragmatismo («no importa de qué color es el gato, sino que cace ratones» (Hu, 2005) que poco a poco fue aislando a los modos de vida económica de la ética que debería darles algún sentido.

David Hume debe estarse revolcando en su tumba, al saber lo que los usos y costumbres del poder han hecho de su noble pensamiento sobre el utilitarismo como medio para determinar la bondad social y la moralidad prudencial como fuentes de toda justicia y su hermenéutica o interpretación.

Entender a los intereses individuales como opuestos al interes general, criterios técnicos contrarios a criterios éticos, trabajador como rival del inversionista, sería entender el mundo como una disyunción, como si los opuestos se excluyeran, como si las reglas del «juego» fueran de suma cero. El pensamiento complejo (Morin, 1994), propone una relación dialógica: complementariedad y conjunción entre contrarios, la inclusión, reglas de juego «ganar – ganar», este sería el gran impacto de un pensamiento y ejercicio económico que siempre sea leal a los principios y a la ética. Hoy la utilidad social y sus fuentes son fácilmente distorsionadas por la utilidad subjetiva como justificante de toda acción desde el poder, sea público o privado.

Tomemos por ejemplo a personajes del poder como Putin, Trump y López Obrador que disfrutan atropellando toda racionalidad y ética. Putin justifica su invasión a Ucrania diciendo: “…para sacar a la gente de la miseria, alejarlos de su genocidio, es la razón principal que motiva a la operación militar que ha comenzado en Donbas y Ucrania”. Mientras Trump asevera que “…nosotros no empezaremos una guerra comercial, pero si la terminaremos…”. Todo para que “América sea grande otra vez!”.

Por su parte AMLO pontifica, en ocasión de la tan desaseada aprobación de su propuesta de reforma judicial de México, que  “…a veces hay que saber equilibrar la influencia con los principios”. En una franca equivalencia maquiavélica del “…el fin justifica los medios…”.

El utilitarista proclama: »Yo hago esto porque considero que reducirá el sufrimiento o aumentará la felicidad«. El mero hecho de que él lo crea así, independientemente de que sea cierto o no, le sirve como excusa para intentar justificar cualquier cosa que haga.

La política y el poder siempre están expuestas a la subjetividad y la construcción de  narrativas que pretenden resolver las contradicciones humanísticas del utilitarismo contemporáneo, creando a su vez un mayor alejamiento de la ética y sus principios. Las ideologías no resuelven el problema de continuidad hacia el futuro, eso solo puede hacerse desde la praxis.

Podemos apreciar los casos de Nicaragua, Venezuela, Cuba, así como otros países del mundo que incluso usan el “beneficio esperado de todos” como justificantes de regímenes dictatoriales (imposible imaginar a un destructor benévolo de la democracia, pero existen) y absurdamente antidemocráticos, que se muestran por sí mismos como la antítesis de la más mínima noción de humanismo que debería persistir y protegerse, si acaso deseamos un buen futuro.

Lo cierto es que el utilitarismo moderno presenta muchos y graves problemas. El utilitarismo justifica una forma de pensar consecuencialista que defiende que el fin justifica los medios. Cualquier fin que se considere válido puede justificar los medios para alcanzarlo. De este modo, podríamos justificar la purificación de la especie humana a través de la eugenesia forzada. También podríamos justificar la matanza de millones de personas en aras de lograr alguna utopía.

Un problema grave del que adolece el utilitarismo está en la predicción de las consecuencias. Si nuestra moral está basada en los resultados, entonces necesitamos ser omniscientes para poder predecir de manera precisa las consecuencias de cualquiera de nuestras acciones. Pero, en el mejor de los casos, sólo podemos especular acerca de lo que ocurrirá en el futuro, y a menudo todas esas estimaciones suelen resultar erróneas.

Un problema importante con el utilitarismo es que las consecuencias mismas deben ser valoradas de manera subjetiva. Cuando aparecen los resultados de nuestros actos, tenemos que juzgar si son resultados buenos o malos. Pero el utilitarismo no aporta ningún criterio objetivo y consistente para juzgar esos resultados, porque los resultados son el mecanismo usado para juzgar la acción misma. Con lo que resultamos atrapados ante un círculo vicioso que se justifica a sí mismo constantemente con la excusa de estar buscando los mejores resultados posibles.

Para David Hume toda desviación de la ética inspirada en el subjetivismo utilitarista debía ser corregida mediante las leyes, pero hasta estas han sucumbido pues se han convertido en instrumentos que congelan los acuerdos políticos y de poder, que a su vez fueron inspirados en el mismo utilitarismo deformado.

Imaginemos un mundo donde la ética ha sido relegada a los anales de la historia. Un futuro donde la búsqueda del beneficio personal a cualquier costo se ha convertido en la norma. Sin un marco moral común, las relaciones humanas se deteriorarían, la confianza se erosionaría y la sociedad se fragmentaría. La innovación, desprovista de consideraciones éticas, podría dar lugar a tecnologías peligrosas que amenazarían nuestra existencia misma. En este escenario distópico, la humanidad perdería su humanidad, convirtiéndose en una masa de individuos aislados y egoístas. Es imperativo que como sociedad, reafirmemos nuestro compromiso con los valores éticos y trabajemos para construir un futuro más justo y equitativo para todos.

En un futuro regido por los principios utilitaristas, las decisiones políticas y sociales estarían orientadas hacia la maximización del bienestar general. Cada acción, cada ley, cada tecnología sería evaluada en función de su capacidad para generar la mayor felicidad para el mayor número de personas. Si bien este enfoque promete un mundo más justo y equitativo, plantea desafíos complejos. ¿Cómo se medirá objetivamente el bienestar? ¿Quién decidirá qué acciones maximizan la felicidad? ¿Se justificarían acciones que perjudican a unos pocos para beneficiar a muchos? Un futuro utilitarista, aunque atractivo en teoría, requiere una reflexión profunda sobre los límites de la felicidad colectiva y los riesgos de sacrificar los derechos individuales en aras del bien común.

El utilitarismo, a pesar de sus limitaciones, sigue siendo una teoría ética influyente. Sin embargo, es importante reconocer sus críticas y explorar alternativas que puedan ofrecer una visión más completa y satisfactoria de la moralidad. La elección de una teoría ética particular dependerá de los valores y creencias individuales de cada persona, así como del contexto específico en el que se toman las decisiones.

Ante estas dificultades, es necesario considerar alternativas y complejidades. Un Estado utilitarista puro podría llevar a consecuencias indeseables, como la justificación de acciones que vulneran los derechos humanos o la creación de una sociedad conformista y homogénea.

“Los utilitaristas deben pensar colectivamente sobre el futuro porque muchos problemas morales contemporáneos requieren respuestas colectivas para evitar posibles daños futuros. Sin embargo, el utilitarismo contemporáneo  no acomoda el futuro distante”. Tim Mulgan, T. (2017). How should utilitarians think about the future? Canadian Journal of Philosophy, 47(2–3), 290–312.

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Vía / Autor:

// Carlos Chavarría

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Autor: stafflostubos
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