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Por Carlos Chavarría

Aquí estamos, regresando el reloj 100 años, al momento de que Plutarco Elías Calles creara el PNR antecedente del “ogro filantrópico” y formulase las bases ideológicas para la gestión del país, poco después de que las “familias revolucionarias” de cada general acordaran pacificar México, para instaurar la mancuerna de  un sistema presidencialista omnímodo con su partido en el cabían todos.

No cabe duda de que Calles fue un hombre innovador y la ideología callista se sostenía en  toda una narrativa que podía rendir extraordinarios dividendos políticos, la llamada “justicia social”,  todo lo que la dictadura porfirista dejó como residuo. Lo bueno y lo malo, todo entró en la ideología callista.

Las ideologías son siempre diseñadas por grupos de interés, con el propósito de imponer o sostener determinadas creencias sobre el funcionamiento político deseable para la sociedad, en aspectos económicos, culturales, ambientales, etc. Lo malo es que toda ideología oculta precisamente los intereses reales.

Ahora, después de ese periplo histórico de 100 años regresamos al punto de partida y continuamos sin disponer de una definición de futuro deseable, y se mantienen los mismos niveles de subdesarrollo, producidos por el sistema porfirista, que vuelven a ser la excusa para la misma narrativa postrevolucionaria de entonces.

En este siglo XXI la justicia social de nuevo es el centro de la narrativa oficialista y ya tienen su lista de derechos para meterle a la Constitución. Crear derechos no es el problema, el asunto es pagar por ellos y por la burocracia que se creará para administrarlos.

Ningún legislador piensa en formas imaginativas para mejorar el perfil del desarrollo social y económico del país, así que nada ha cambiado respecto al “callismo”, con la gran diferencia de que ya no hay petróleo para convertir en derechos sociales, ahora si hay que crear riqueza y las ideologías no se dirigen hacia allá.

Los problemas relacionados con el desarrollo de cualquier cuerpo colectivo no surgen de las ideologías sino de su praxis. Todas las ideologías buscan alguna utopía común que le da energía a su narrativa y posterior acción y ahí, en la acción, es donde todo se descompone, porque las ideologías que no se convierten en principios convincentes y aceptables para todos simplemente fracasan y los problemas persisten.

Mientras tratamos de comprender y estudiar los valores, creencias, sesgos y supuestos de cada ideología perdemos el tiempo y las oportunidades para el desarrollo. No se trata de izquierdas o derechas, ningún eje ideológico se escapa de la simulación por sí solo. Veamos el caso del Consenso de Washington.

Cuando John Williamson acuñó la iniciativa de 10 puntos que pretendía acabar con los ciclos de auge y crisis causados por la indisciplina macroeconómica de todos los gobiernos y devolver la libertad a las sociedades, no lo hizo pensando en debilitar el Estado como ocurrió, como tampoco se trataba de convertirlo en fundamentalismo de mercado.

Joseph Stiglitz escribió por entonces que «las políticas del consenso de Washington fueron diseñadas en respuesta a problemas muy reales en América Latina y tenía sentido considerable aplicarlas» (Stiglitz sería luego un crítico abierto de las políticas del consenso  tal como se aplicaron en las naciones en desarrollo).

Las reformas no siempre funcionaban de la manera prevista. Si bien el crecimiento mejoró generalmente en la mayor parte de América Latina, en la mayoría de los países lo hizo menos de lo que los reformistas habían pronosticado originalmente (y la «crisis de transición», como es señalado anteriormente, más profunda y sostenida de lo esperado en algunas de las antiguas economías socialistas).

Cada país llevo los 10 puntos bajo la lógica ideológica dominante en cada región, lo que resultó en una pérdida y la de casi 50 años para el desarrollo y superación de las asimetrías. El futuro promisorio sucumbió por la codicia política del momento de cada Estado firmante. De hecho el país promotor, los EEUU continúan operando sobre una abigarrada mezcla heterodoxa de criterios macroeconómicos aderezada también por sus posiciones ideológicas anacrónicas.

Muchos países tuvieron éxitos parciales en algunos de los puntos del acuerdo por el consenso (obligado), algunos como México en comercio, pero en general nadie quedó satisfecho con lo alcanzado hasta hoy.

Atarse a narrativas ideológicas que romantizan el pasado mantienen a las sociedades precisamente ahí, en el pasado, negándose a sí mismos la posibilidad de construir futuros alternativos mejores y preferibles.

La historia de la humanidad evidencia que nada ideológico está escrito en piedra y la civilización avanzó gracias a la comprensión de la necesidad de cambiar viendo hacia el futuro.

Sir Winston Churchill escribió: «Nunca me ha indigestado comer de mis propias palabras, quien no está dispuesto a cambiar de opinión, al final no habrá cambiado nada».

Una de las formas disfuncionales de pensar es el pensamiento polarizado. Las personas con pensamientos polarizados viven en un universo en blanco y negro, sin colores ni grises. Dividen todos sus actos y todas sus experiencias en sí o no según estándares absolutos. Se juzgan a sí mismos como buenas o malas personas, exitosas o fracasados.

El problema de este tipo de pensamiento es que quien lo utiliza termina inevitablemente en el lado negativo de la ecuación.

Desde siempre ha sido palpable que las sociedades exitosas en términos de bienestar son aquellas que confiaron más en el conocimiento que en los “commodities”. Hoy  es innegable que el conocimiento convertido en tecnología es el motor de la productividad que habrá de dividir al mundo en dos grandes segmentos.

Por un lado estarán los países cuyos avances en tecnociencias los colocan en la vanguardia  de todas las mega tendencias, y en segundo término las naciones que prefirieron primero resolver sus dilemas ideológicos antes que acrecentar el talento y habilidades de sus habitantes.

No es sostenible económicamente un mundo futuro como el de la Guerra Fría de dos grandes bloques, uno de ellos productivo y el otro aislado tratando de mantenerse al día con las necesidades de sus pueblos. ¿O acaso creemos que Rusia y China podrán sostener los atrasos de todas las naciones que se agrupen a su alrededor al estilo de la COMECON?

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Vía / Autor:

// Carlos Chavarría

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Autor: stafflostubos
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