Cuatro jóvenes contrainsurgentes secuestraron un avión en 1972. A cambio de los pasajeros, pidieron cuatro millones de pesos, la liberación de compañeros presos y se asilaron en Cuba.
Por Laura Sánchez Ley
Quizás lo que más impresionó a los pasajeros secuestrados en el vuelo 705 de Mexicana de Aviación no fueron las armas ni la amenaza de bomba. Lo que todos declararon, una vez en libertad, fue que quedaron boquiabiertos cuando vieron llegar a policías en unos trajes de baño.
La tarde del 8 de noviembre de 1972, un vuelo comercial, que se dirigía de Monterrey a la Ciudad de México, fue secuestrado por la Liga de Comunistas Armados, un grupo de contrainsurgencia que luchaba contra la burguesía. Cuando llevaban 20 minutos volando, un joven tomó el altavoz de las azafatas para anunciar que estaban secuestrados.
Se apoderaron de la cabina de pilotos y llamaron a la torre de control en Monterrey para comunicar al gobierno mexicano el trato que tendrían que hacer si querían a los 96 pasajeros de vuelta: primero, enumeraron, les permitirían regresar al Aeropuerto Internacional General Mariano Escobedo para recargar el avión de gasolina; después, dejarían subir a cinco compañeros de la guerrilla, compañeros que estaban detenidos por la policía, otros prófugos e incluso una internada en un hospital. Una vez todos arriba, les garantizarían un vuelo tranquilo a Cuba, donde pedirían asilo político.
Y además había una cláusula particular: toda la gente involucrada en recargar gasolina y llevar a sus compañeros hasta la puerta del avión deberían ir vestidos solo con calzones o traje baño. Eso garantizaría que nadie llevara una pistola escondida entre la ropa.
Desde la ventana, los pasajeros miraban atónitos a los reabastecedores con trajes de baño coloridos, como si estuvieran en Acapulco. También vieron cómo llegaba una de las guerrilleras que intercambiarían, una jovencita morena que iba tendida sobre una camilla de hospital, tan pálida, parecía que se desangraba. La subieron dos hombres en traje de baño amarillo, una de las escenas que más se repite en las declaraciones de los archivos.
Es el secuestro más espectacular en la historia de la aviación nacional, está lleno de giros dramáticos que incluye a pasajeros pidiendo autógrafos a sus secuestradores, como si fueran estrellas de cine. Una escena que ni Tarantino habría imaginado.
Esta es una colaboración de ARCHIVERO para DOMINGA, que reconstruye este caso gracias a la desclasificación de expedientes olvidados entre cajones y viejas oficinas públicas. Casos como éste revelan que en México la verdad oficial siempre está en obra negra.
El relato de una sobrecargo del vuelo 705
A Margarita Barragán, una joven sobrecargo que llevaba el cabello cortito, su jefe le avisó que el 8 de noviembre cubriría el vuelo de las 9:00 de la mañana, que saldría de Monterrey rumbo a la capital de México. El piloto sería el comandante Abel Quintana y la tripulación la conformaban los copilotos Carlos Pérez y Román Téllez, y sus compañeras Laurita Cordero, María Teresa Jasso y Adriana Sarabia.
Esa mañana el avión despegó puntual y Margarita empezaría su rutina: sacar los platitos con los desayunos, servirlos en las charolas y pasar con el carrito por los asientos. Habían transcurrido 15 minutos cuando, cerca de la cabina, un joven medio regordete de bigote, que estaba sentado en las primeras filas, se levantó y le dijo con voz calma:
–Esto es un secuestro– y le apuntó con una pistola, dejándola congelada con las manos en la charola. El joven le pidió que hablara por el altavoz y llamara a su compañeras sobrecargo que estaban desperdigadas por el avión. Le recargó un brazo por el hombro, como queriendo abrazarla, mientras la punta de la pistola rozaba su cara.
A pesar de los nervios, Margarita alcanzó a ver, de reojo, a un segundo secuestrador, güero con ojos de color, en la cabina del capitán. Por cómo daba órdenes dedujo que ese chico, que vestía una chamarrita de la Universidad Autónoma de Nuevo León, era el jefe.
Le pidió con respeto el altavoz y anunció:
–¡Levanten las manos! ¡Esto es un secuestro! Y no intenten hacer nada porque traemos armas y, si desobedecen, ¡los vamos a matar y vamos a volar! –dijo mientras señalaba a uno de sus compañeros que traía un maletín en la mano.
A la sobrecargo le dio la sensación de que en ese portafolio traían los explosivos. Más atrás, en los asientos de pasajeros, el ingeniero Roberto Azcue García, quien se dirigía a su casa en la colonia San Rafael, en el Distrito Federal, también lo escuchó:
–¡Levanten las manos! –Y eso hizo. Se levantó discretamente de su asiento y alcanzó a ver al frente a un joven que explicaba que ellos formaban parte de un movimiento armado a favor del proletariado y en contra de la burguesía. Según el informe, era uno de los grupos más violentos de la contrainsurgencia.
–¡Y ustedes representan a la burguesía!– gritó.
Pronto recobró la calma y recomendó a los pasajeros guardar la compostura y no hacer nada que pudiera obligarlos a detonar los explosivos. Roberto sintió un viraje abrupto.
Ese día cuatro jóvenes fueron los secuestradores: Germán Segovia Escobedo, Víctor Huerta García, Ricardo Rodríguez y Jesús Martínez.
Los jóvenes insurgentes pidieron metralletas marca Browning
A la azafata Margarita le dijeron que regresarían a Monterrey. Ese era el viraje que sintió Roberto, la vuelta al aeropuerto del que habían despegado. Pasarían casi tres horas dando vueltas por el espacio aéreo de la ciudad hasta que los secuestradores lograron un acuerdo con el gobierno de Luis Echeverría: les llevarían a sus compañeros que habían sido detenidos en otros enfrentamientos y sacarían a una compañera de un hospital. Los compañeros que intercambiaban por rehenes eran Tomás Okusono Martínez, Ángel Mejía Núñez, Reynaldo Sánchez, Francisca Saucedo Gómez y Edna Ovalle Rodríguez.
A las 12:05 horas de la tarde, el avión finalmente volvió a aterrizar en la plataforma. Un informe de la Dirección de Seguridad Federal (DFS) es rico en detalles: “A las 12:38 horas, salieron un mecánico y dos personas más en traje de baño, abasteciendo la nave de combustible”, reportaron. Los agentes de la DFS empezaron una búsqueda frenética para saber a cuál de los guerrilleros tenía detenido: así encontraron primero a Ángel Mejía, a quien esa mañana lo habían traído por las calles de Saltillo, Coahuila, acompañándolos a hacer aprehensiones. Una avioneta tuvo que trasladarlo de emergencia hasta Monterrey.
Después localizaron a Francisca Saucedo y Tomas Okusono, que andaban prófugos, llegaron hasta la torre de control y a Edna Ovalle la localizaron en un hospital. La policía tuvo que arreglar todo para hacer un traslado de emergencia, a pesar de la gravedad de una herida que recibió accidentalmente por parte de otro compañero de la guerrilla. A las 13:38 horas finalmente llegó la ambulancia: “llegó la camilla con la lesionada, un médico y tres asistentes en traje de baño y se situaron frente al avión”, reportó la DFS.
Desde el avión, Germán Segovia, estudiante de la carrera de medicina, hizo una nueva exigencia: además del canje de compañeros exigían a las autoridades que les consiguiera metralletas marca Browning, cargadores y cuatro millones de pesos en efectivo. A las 14:47 horas, el jefe de la policía estatal, Juan Urrutia “en traje de baño, llevó [al avión] una petaca que contenía dinero”.
Para las 15:30 horas, como símbolo de buena voluntad, los secuestradores liberaron a 25 pasajeros, mujeres, niños y cinco hombres enfermos. Se llevaron al resto de los pasajeros, entre los que iban María Emilia y Luis Farías, hijos del gobernador de Nuevo León, Luis M. Farías. Finalmente a esa hora las autoridades estatales y federales, que habían cumplido con las demandas, les permitieron despegar rumbo a La Habana, Cuba.
Se llevaron a 71 pasajeros a Cuba
Alberto Alonzo González, fue otro de los 71 pasajeros que se llevaron a Cuba y contó que, cuando despegaron con rumbo a a la isla, los secuestradores comenzaron a platicar con ellos. Mejía contó cómo había sido detenido y que la única alternativa que les quedaba era huir del país y seguir la lucha desde Cuba. Otro pasajero, el empresario y político neolonés, Graciano Bortoni Urteaga, iba en la octava fila y tuvo oportunidad de platicar a detalle con los jóvenes, dijo a la DFS que se notaba que eran gente que “sabía mucho”.
Uno más, que no se alcanza a ver su nombre porque el papel está desgastado, contó que durante el vuelo los secuestradores se portaron muy amables y que incluso tuvo oportunidad de platicar con un maestro normalista que había sido intercambiado, quien le habló de su preferencia por los gobierno comunistas y la necesidad de motivar un cambio en el país, incluso si debía utilizarse la violencia. A Roberto Canavati Fraige, le impresionó tanto la personalidad de Okusono que incluso le pidió un autógrafo.
En un folleto de la aerolínea, el guerrillero le escribió:
“Lo más preciado que posee el hombre es la vida, se le otorga solamente una vez y hay que vivirla de tal forma que no se sienta el dolor de los años pasado en vano […] para que al morir pueda exclamar: Toda la vida y todas las fuerzas han sido entregadas a lo más hermoso del mundos ¡a la lucha por la liberación de la humanidad!”.
A las 19:30 horas de la noche del 8 de noviembre, el avión secuestrado llegó a La Habana. Cuando aterrizaron los secuestradores no creyeron que era Cuba, así que uno de ellos bajó a verificar que estaban en la isla. Los guerrilleros finalmente fueron recibidos por el gobierno cubano y asilados en ese país, mientras que los 71 pasajeros secuestrados fueron regresados a México en un avión, luego de que el gobierno les diera una torta.
Paolo Sánchez Castañeda contribuyó en la búsqueda de este archivo.
Imagen portada: MILENIO.