Que La sustancia, de Coralie Fargeat, se inspira en el arte de Stanley Kubrick, se demuestra cuando, llegado el clímax, escuchamos las fanfarrias que se volvieron famosas con 2001 Odisea del espacio. Hay, además, un ominoso pasillo naranja que recuerda El resplandor y una secuencia hilarante y violenta que trae a memoria aquella inquietante secuencia de Naranja mecánica en la que Alex patea a un paralítico; publica MILENIO.
Es importante señalar, sin embargo, que el hecho de que la directora Coraline Fargeat demuestre tanto amor por el arte de Kubrick no implica de ningún modo que lo esté imitando o parafraseando. En un sentido estrictamente narrativo, La sustancia no tiene otra conexión con Kubrick que la de explorar lo más contradictorio en la naturaleza humana.
La sustancia trata del deseo obsesivo por volver eterno lo que de suyo es efímero: la juventud. Elisabeth (Demi Moore) ha cumplido cincuenta años. El ejecutivo de la televisora en la que trabaja le anuncia que su ciclo en un programa estúpido y matutino va a terminar. Y la diva, ¿qué hará? Podría retirarse a una finca o, como parece dispuesta en cierta secuencia, contentarse con un amor que acepte con gratitud las arrugas de un cuerpo todavía hermoso. Pero no. La vanidad puede más. Y es por eso por lo que la diva escucha a un médico que a guisa de Satanás le ofrece la inmortalidad. Es él quien le da la sustancia del título. Cuando se la inyecte, promete, dará lugar a una mejor versión de sí misma; una mujer joven, de piernas siempre torneadas, glúteos firmes, sonrisa perfecta. Hay, por supuesto, una regla que no debe ser transgredida: cada siete días la diva debe permitir que su otro yo, su perfecto yo, se ponga a dormir.
La joven y la vieja intercambian memorias y cicatrices, pero siguen siendo la misma en modo similar al del retrato de Dorian Gray. Ahora bien, el médico advierte que no debe olvidar algo que, por supuesto, joven y vieja se olvidan: que son una y la misma. Si no lo olvidaran no habría batalla. Pero el ser humano no es así. Peleamos con nuestro pasado, con nuestro futuro y si pudiéramos nos robaríamos la felicidad a nosotros mismos. La joven se vuelve parásito de la vieja. O tal vez sea al revés y llega el clímax y escucharemos las fanfarrias que recuerdan a Kubrick y habrá tanta sangre regada por el set televisivo que recordaremos también aquel elevador que se abre en El resplandor.
Elisabeth es paradigma del ser humano eternamente insatisfecho consigo mismo. No quiere ser hermosa, quiere ser más hermosa que las demás. No quiere ser feliz, quiere ser más feliz que ese otro yo a quien en realidad desconoce. Es aquí donde se da la gran lucha. Una guerra contra sí misma y que sólo es posible porque Elisabeth, como el ser humano occidental, se odia a sí misma. O ama, en todo caso, sólo lo efímero porque se ha convencido de que nada permanece y dura.
En una extraordinaria fusión entre ciencia ficción, terror hilarante y gran arte, La sustancia de Coralie Fargeat nos invita a reflexionar en el amor que nos debemos a nosotros mismos. Si Elisabeth no se odiara, simplemente dejaría que su tiempo en la televisión pasara con la misma calma con la que pasaron su infancia y su pubertad.
Afirman los budistas que el error del ser humano estriba en confundir las nubes con el cielo. Los pensamientos de Elisabeth son las nubes e, incapaz de identificarse con algo más sustancial que la juventud, lucha con el parásito de sus propios deseos frívolos. Deseos que no gozan de eternidad.
La sustancia
Coralie Fargeat | Francia | 2024
Imagen portada: Especial