Por Armando González Torres
En el célebre y estremecedor relato “Tenga para que se entretenga”, de José Emilio Pacheco, un niño es raptado por un fantasma en un pasadizo del bosque de Chapultepec. El carácter indeterminado del bosque, donde pueden ocurrir las más extrañas situaciones, germinaciones y transfiguraciones, ejerce una irresistible fascinación, teñida de miedo. El bosque es un territorio ambivalente entre lo recreativo y lo terrorífico; entre lo civilizado y lo salvaje, entre lo profano y lo sagrado y su territorio ha dado refugio tanto a bandoleros y libertinos como a santos y ascetas. El bosque ha sido un espacio privilegiado de la imaginación literaria y, a lo largo de sus parajes es posible perderse o encontrarse ya sea en la aventura metafísica de Dante, en las caminatas de Henry David Thoreau o en la contemplación de Andrea Zanzotto. En un fascinante libro que apareció hace ya más de tres décadas (y del que inexplicablemente no hay traducciones al español) Forest: the Shadow of Civilization (1992) el escritor Robert Pogue Harrison (1954) hace una sugestiva historia de la presencia del bosque en la imaginación humana y de la conflictiva relación del individuo con este espacio, que oscila entre el miedo reverencial y el impulso a la explotación y devastación.
El bosque representa lo oscuro e ingobernable pues, de acuerdo a Giambattista Vico, los primeros hombres después del diluvio eran gigantes obnubilados por la sombra de los bosques que no podían ver el cielo, ni leer sus señales, y fue hasta que intuyeron que detrás de esa espesura se manifestaba una divinidad que entendieron que, para desplegar su humanidad, era necesario abrir claros o salir del bosque y, con ello, practicar los actos definitorios de la civilización: la religión, el matrimonio y el entierro de los muertos.
Son muchos los momentos de la cultura, en mitos, poemas o ficciones, en que el bosque y el ser humano se encuentran con consecuencias inesperadas que van desde el sacrificio del explorador curioso (el martirio de Acteón) a la transformación y redención del extraviado (Dante). El autor revisa algunos de estos momentos desde la cauda de dioses hoscos y oscuros de la mitología griega asociados al bosque, como Artemisa y Dionisos, que evocan el reino del caos y lo indiferenciado hasta la presencia del bosque en poetas contemporáneos como A.R. Ammons pasando por William Shakespeare, los hermanos Grimm o William Wordsworth. Igualmente, el autor observa los matices dominantes que en distintas etapas históricas adquiere el bosque en la perspectiva de Occidente: en la antigüedad como el reino de lo amorfo y caótico, en el cristianismo como espacio de paganismo y, de la Ilustración hasta ahora, como territorio para conquistar y domesticar. Con esta apasionante pesquisa Pogue Harrison reconstruye la huella del bosque y advierte que con la deforestación no sólo se pierde un patrimonio físico, sino que se desaparece el escenario de una parte fundamental de la memoria humana; publicó MILENIO.
Imagen portada: Mañana en un bosque de pinos, por Ivan Ivanovich Shishkin. (Tretyakov Gallery).