Santiago Roncagliolo (Lima, Perú, 1975) es uno de esos escritores “todo terreno”; un día puede dedicarse a una novela, luego escribir para la televisión o cualquier historia. Para él, que es un poco chilango, lo importante es contar historias salvajes que emocionen y atrapen a los lectores; publica MILENIO.
En entrevista con MILENIO, el autor reveló los secretos de su novela que inició como una historia para un pódcast que se produjo hace seis años y fue un éxito.
¿Qué es para ti El accidente?
Es una caída en el infierno, solo que ese infierno lo construimos nosotros mismos en América Latina, son las grietas de nuestras sociedades las que producen al monstruo en que se convierte Maritza, la protagonista. Y tú lo lees, y sabes que tú serías el mismo monstruo si estuvieses en su lugar.
El accidente fue escrito primero como pódcast…
Sí, en 2018 para la actriz Vanessa Bauche; en aquel entonces los pódcast de ese tipo no existían, y las series en español tampoco. Y yo ya veía que la tecnología iba a dar nuevos espacios para contar historias, y me interesaba experimentarlos. Si iba a ser hablada, me interesaban más las series de televisión de acción y no tanto sobre los libros, quería mantener al oyente pegado a la historia. Fue una experiencia que me sirvió mucho para otros proyectos.
¿Por qué decidiste “rescatar” la historia?
Primero, ese lenguaje no era un lenguaje habitual, funcionaba muy bien; las series han reformateado nuestras cabezas para entender esas historias. Y en otro tema, después de la pandemia, se volvió más actual la manera en la que las mafias se van comiendo a los estados. Es un tema que yo he representado en Lima, y ahora ya hay manifestaciones, porque los estados ya están controlados por las mafias mucho más intenso que hace seis años; me pareció que la historia estaba vigente.
¿Qué integraste en la novela?
Elaboramos mucho más la psicología de los personajes. El guion de series siempre me ha impactado, viniendo de los libros, porque todo pasa muy rápido: entras a una casa, te enamoras en la sala, te divorcias en el baño, llegas al patio y le pegas un tiro. Todo tiene que pasar a una velocidad enorme. En un libro juegas más con la atmósfera, con la psicología; los movimientos emocionales son más lentos, dejas que el lector se vaya transformando según la temperatura de cada parte.
¿Por qué pones el foco en las mujeres?
Me interesaba explorar el tema, el mundo ha puesto el foco en las mujeres. Mis dos últimas novelas han explorado monstruos femeninos: la bruja y la Medea. Estuve trabajando en un documental, que al final no hicimos, sobre el caso de la niña Paulette y me quedé muy impactado con el hecho; porque toda la sociedad se horroriza con la madre, todos creen que una madre que hace daño a sus hijos es mucho más repugnante que un padre que hace daño a sus hijos. ¿Por qué nadie habla del padre? Para el público lo que era insoportable era la idea de que la madre hubiese matado a la niña; ahí hay un monstruo nuevo que me interesaba, la Medea, el mito de la tragedia griega.
En la novela, la relación entre madre e hija es problemática…
Es que Maritza quiere ser una madre, esposa y empresaria perfecta, y quiere que su hija lo sea también; eso destruye la relación entre las dos, y es lo que empuja a la hija cada vez más lejos, cada vez a un mundo más oscuro.
¿Es sobre cómo se puede perder el control?
Es que la vida de la protagonista era falsa. Maritza trata de ser perfecta en múltiples flancos, y es imposible. La farsa que es la vida que ella descubre, es la farsa de las promesas de los años 90, que no se cumplieron. Pensaba en un formato tipo Breaking Bad, con esas historias de personas normales que bajan al infierno. Pensaba: soy latinoamericano, nuestro infierno es la sociedad. Creo que las mafias están arrasando por gente como Maritza.
La historia pasa en Perú, ¿puede ser en cualquier país de Latinoamérica?
Yo creo que mi Perú es ya como un Macondo, yo llevo más de dos décadas sin vivir ahí y es como un territorio medio inventado, donde meto un poco toda América Latina. Pasa en Perú, porque sé cómo hablan los personajes, cómo se visten, a dónde van y no me voy a equivocar; pero son historias que cada latinoamericano lee desde su lado y México, siempre digo que es como Perú, pero a lo bestia, lo malo es mucho peor, lo bueno es mucho mejor también, es como Perú con esteroides.
Siento que escribes de una manera muy visual y alejado de la ‘alta’ literatura, por así decirlo…
Yo siempre he escrito muy visual y con un ritmo muy cinematográfico, porque nunca hice una gran diferencia entre la cultura popular y la alta cultura. Yo crecí en una ciudad donde era muy peligroso salir, estaba todo en guerra. Yo recordaba a México donde había crecido y era la única persona que creía que el DF era un lugar tranquilo, apacible y amable, pero luego, en mi país, caían bombas, apagones y toques de queda y no podía salir; así que empecé a leer y a ver películas para tener más vida, para que la vida fuese más que mi cuarto.
¿Qué tan importante es el lenguaje?
Siempre trato de que mis novelas tengan una exploración en el lenguaje, aquí es el uso de una voz femenina o la anterior con el lenguaje del siglo XVII, me parece que tienen que estar narradas de una manera que nadie más pueda narrarlas así, pero también quiero que tengan la efectividad de la cultura popular y que no las puedas soltar.
¿Qué tan difícil fue ponerte la voz de una mujer?
Por suerte, las mujeres han dicho que está bien hecha su voz, hasta ahora (risas). Me impacta que no me habían preguntado esto en otros libros; tiene establecido que es más difícil que un hombre entienda a una mujer que a un inquisidor del siglo XVII. Para mí, ellas siempre han sido más cercanas que los hombres, será por eso que funciona en mi novela.
Imagen portada: Jesús Quintanar / MILENIO