Los árboles ‘ficus’ llegaron de otros países y se sembraron de manera masiva en la capital morelense. Esta ciudad quema, agrede y los deja morir porque causan destrozos urbanos.
Por Laura Castellanos
Los árboles están satanizados. En la penumbra del 15 de abril de 2024, en Cuernavaca, Morelos, antes del amanecer, un árbol monumental de más de cuatro pisos de altura y un tronco de más de ocho metros de diámetro, refulgió en llamas por más de dos horas en una banqueta cercana al centro histórico. Sucumbió convertido en una hoguera. Un video de 11 segundos lo registró en Facebook y se hizo viral. “No hubo personas lesionadas”, informó después un medio local. Tampoco culpables; publicó MILENIO.
Este Ficus elástica o árbol de hule, como le llaman por generar látex, lo sembraron pegado a un edificio sin considerar que su ADN, oriundo de Asia, era el de un coloso. Días antes de ser quemado lo talaron parcialmente con sierras eléctricas. En Facebook un vecino denunció que antes le habían vertido sustancias industriales. El ayuntamiento había recibido reportes de que afectaba el inmueble, me dice indignada Flora Guerrero, fundadora de la organización civil Guardianes de los Árboles. “Lloré y me causó mucho dolor verlo quemándose porque lo conocí por años”, dice.
Pedro Salazar, biólogo, me acompaña a ver los restos del hule. El cuerpo carbonizado aún permanece de pie en la banqueta, como evidencia de la infamia humana. Con sus manos hurga entre los pedazos regados y recoge del piso uno de los menos dañados. Mira parte de la corteza descarapelada y me señala una superficie oscura y lustrosa. “Aparentemente tenía el hongo negro”, dice.
El ecologista estudia desde hace 13 años la fitopatología que fulmina a árboles del género ficus conocida como “hongo negro”. Acaba con ellos en tres o cuatro semanas o, por el contrario, lentamente durante años. Desconoce el origen de la enfermedad pero asegura que ni al gobierno local ni al estatal le ha interesado ver cómo frenarlo. Uno de sus síntomas es la defoliación masiva y la pérdida de ramas.
En Facebook una vecina comentó que el hule “en unas semanas soltó hojas y ramas encima de los autos y nadie hizo nada por venir a revisar si podían curarlo”. La cuarta parte de los ficus en Cuernavaca está contagiada de este hongo negro, estima el ayuntamiento local. Más de 90 árboles muertos retiró de enero a agosto de 2023.
La Ciudad de la Eterna Primavera es el mayor reservorio de árboles introducidos de otras latitudes, según el conservacionista Oscar Dorado, coautor del libro Árboles de Cuernavaca: nativos y exóticos (2012). La familia de árboles Ficus comprende una amplia variedad de especies en el mundo, alrededor de 750, de las cuáles 22 son nativas de México de acuerdo al Sistema Nacional de Información sobre Biodiversidad de México.
En Cuernavaca hay, al menos, cinco especies Ficus nativas, como el amate blanco, el negro y el amarillo. Pero el ayuntamiento considera que la mitad del paisaje arbóreo de Cuernavaca lo dominan los Ficus extranjeros, especialmente el Ficus benjamina, traído de Australia, y el Ficus microcarpa, llamadoLaurel de la India, también oriundo de Asia.
Hace cinco décadas el gobierno los plantó de forma masiva e indiscriminada en la capital morelense, hoy estos árboles aquí viven un infierno.
Sufren estigma, menosprecio y agresiones porque no son nativos del territorio, son vulnerables a enfermedades y sus dimensiones pueden causar destrozos en cableados eléctricos, construcciones, banquetas, tuberías, albercas. En tiempos en los que necesitamos áreas verdes y sembrar árboles para enfrentar los periodos de sequía y la crisis climática, una ciudad los quema, agrede y deja morir a los enfermos. Estos árboles, además, obstruyen la voracidad inmobiliaria.
Hubo un ‘boom’ de plantación
Guardianes de los Árboles identificó que en 2023 comenzó a usarse el derrame de aceite de auto en raíces de los árboles para secarlos, como le ocurrió a varios que bordeaban un predio residencial en venta en la colonia Vista Hermosa, durante la primavera pasada. Vecinos señalaron como responsables a varios trabajadores de la construcción.
Flora Guerrero narra: “les echaron aceite como a 20 árboles en uno de los predios de los Estrada”, dijo en referencia a la familia del exgobernador Sergio Estrada Cajigal. “Contratamos una pipa y ahí nos tienes lavándolos, y les volvieron a echar aceite, y pedí ayuda a Parques y Jardines, y les volvieron a poner aceite, y otra vez a lavarlos, así, como cuatro o cinco veces”.
Guerrero puntualiza que, de los ejemplares introducidos, los más repudiados en Cuernavaca son los Ficus benjaminaconocidos popularmente como “ficus”. Rememoró que en los ochenta, durante el gobierno de Lauro Ortega “hubo un boom tremendo de su plantación en banquetas y camellones”. La gente en verdad los apreciaba y, junto con otras especies exóticas de la familia Ficus, como sus primos los laureles y los hules, los llevaron a espacios en colonias populares y jardines residenciales sin importar que crecieran pegados a construcciones o rodeados de asfalto.
Pero cuando alcanzaron los 20 metros de altura, o 30 en el caso de los laureles y hules, y sus troncos, ramas y raíces se ensancharon potentes demandando espacio, perdieron su encanto. En el caso de los ficus, si bien la moda de podarlos con formas estéticas perduró, se menospreció su servicio ambiental y los equipararon con réplicas de plástico que un tiempo adornaron hogares y oficinas en macetas blancas de fibra de vidrio.
Guerrero señala que “el odio” hacia los ficus brotó quince años atrás promovido por las administraciones en turno y los medios de comunicación que visibilizaron su cantidad y afectaciones. Fueron vistos como árboles desechables. “Talas uno y dicen: ‘no importa, es un ficus’, son ‘árboles de plástico’ que no te dan mucho oxígeno”.
La activista desmintió el argumento con el estudio de la Universidad de Guadalajara, Respuesta fisiológica del Ficus benjamina a ambientes contaminados, publicado en laRevista de Ciencias Ambientales y Recursos Naturales (2018), que revela que es una de las especies con las que más se reforesta en la capital tapatíaporque responde positivamente a ambientes tóxicos y tiene gran capacidad de absorber los gases de tipo invernadero.
Salazar estima que desde hace quince años surgió en Cuernavaca un clima adverso. Lo detonó su maestro, el prestigiado biólogo Rafael Monroy Martínez, quien le dio clases de Ecología en la Universidad Autónoma del Estado de Morelos, fallecido durante la pandemia y que marcó a varias generaciones que luego ingresaron a la administración pública, la academia o a la iniciativa privada.
“Él creó cierto rechazo por su preferencia a la población nativa, decía que los ficus eran árboles exóticos y que producían poca cantidad de oxígeno y levantaban la banqueta, y nunca se pronunció en favor de salvarlos”, detalló.
Cementerios de esqueletos de árboles
Pedro Salazar y yo estamos en la avenida Teopanzolco, a una cuadra de las pirámides que dan nombre a la vía pública de la colonia residencial Vista Hermosa. Es quizá la zona de Cuernavaca que más concentra ejemplares contagiados del hongo negro.
El biólogo ignora la razón. Observamos a la distancia a un hombre que está trepado entre las ramas de un ficus muerto, enciende desde lo alto su sierra eléctrica y siega una de gran tamaño. Al caer en el pavimento provoca un ruido sordo.
“¿Viste cómo cayó y se hizo pedazos? Es que el hongo reseca y va desgajando la madera, aunque tenga follaje verde”, precisa Salazar.
Cruza la calle y toma una rebanada del árbol cercenado para mostrar cómo la corteza se va degradando y deja al descubierto áreas oscuras que parecen cubiertas de chapopote. Sin duda, estoy con el científico en Morelos que más ha estudiado la fitopatología, sin financiamiento, y me atrevería a decir que de manera obsesiva.
El biólogo me conduce a un recorrido desolador por los alrededores. “Mi vista ya está entrenada”, dice y repite.
Sabe dónde hay ficus enfermos y muertos, en qué lugares hay “cementerios de esqueletos”, que son árboles desecados en camellones, parques o predios residenciales. Algunos tienen unos 20 metros de altura, con ramas ajadas en riesgo de caer sobre las vialidades. Muestra otros ejemplares que son trepadores y mueren pegados a bardas residenciales, como el Ficus pumila, conocido como enredadera moneda. Otros son de porte grande, como un tulipán africano de flores naranjas, oriundo de África, y dos eucaliptos secos en el predio de la zona arqueológica, originarios de Australia.
Cuernavaca es la ciudad que resguarda la mayor diversidad de árboles en México. Su clima célebre, geografía caprichosa atravesada por barrancas y cañadas, y la introducción de especies exóticas, la hicieron legendaria por su vegetación copiosa, exuberante y florida. En su ensayo Un privilegiado botánico de ambiente, Oscar Dorado registró que en la ciudad hay 267 tipos de árboles, de los cuales 104 son nativos de Morelos, 43 de otros estados del país y 120 exóticos. Morelos tiene ejemplares nativos de gran belleza, como el palo de rosa, la acacia amarilla, el chilacuate. Es el estado con más árboles traídos de otros países (151), seguido de la Ciudad de México (148), Veracruz (118), Oaxaca (91) y Chiapas (81).
El ayuntamiento hizo un inventario preliminar de árboles introducidos y nativos en seis de las principales vialidades de la ciudad, entre ellas Teopanzolco, y registró un estimado de 60 mil ejemplares; la mitad son del género Ficus,la mayoría Ficus benjamina, de acuerdo a Alfredo Rodríguez San Ciprian, director general de Desarrollo Sustentable; 30 mil ejemplares están plantados en seis vialidades importantes. Son hileras arbitrarias. En avenida Teopanzolco, casi al salir a la de Plan de Ayala, 151 ficus jóvenes crecen apretujados en un camellón angosto donde apenas caben sus ramas y troncos. Ni que fueran de plástico.
Su siembra numerosa provocó el desplazamiento de los árboles nativos “rompiendo muchas de las interacciones que hay entre la flora y la fauna” del ecosistema. Dice que una consecuencia es que los árboles exóticos enferman de plagas sin que cuenten con especies locales que los combatan de forma natural, como sucede en cualquier ecosistema original.
Hace más de una década la prensa difunde advertencias del gobierno y especialistas que aseguran que los árboles exóticos amenazan a los nativos. “Desequilibran los ficus el ambiente”, tituló El Sol de Cuernavaca una nota de 2018. En otras más, las autoridades locales dan estimados de árboles enfermos o de su retiro, sin destacar su aportación ambiental.
Activistas, biólogos, viveristas y gente de la academia, lograron que el ayuntamiento, encabezado por José Luis Urióstegui, concretara dos antiguas demandas de protección a los árboles.Crearon el Manual para el arbolado de Cuernavaca que orienta sobre la relevancia de plantar nativos, como el oyamel o espino blanco, y el programaÁrboles Patrimoniales o Notables que los reconoce y protege. Estas acciones parecen ser contraproducentes para el género Ficus exótico porque no se habló de sus aportaciones ambientales.
Juan Pablo Plata, el único arborista de Morelos certificado por la International Society for Arboriculture, observa: “se ha enfatizado una actitud bastante radical de querer exterminar a los ficus por ignorancia, porque son exóticos y hay que promover los nativos”.
La muerte fulminante del laurel
En la primavera escribí sobre la cascada de El Salto en el barrio de San Antón. La entrada a sus instalaciones está en una glorieta rodeada de laureles que fueron sembrados hace 50 años. Una de las vecinas dijo que querían talarlos: lucían enfermos y debían sustituirlos por árboles nativos porque “ni de aquí son”. Parte de sus follajes estaba marchito. El ayuntamiento quitó el ejemplar que tenía el hongo negro avanzado.
Si bien la enfermedad extermina a ciertos árboles exóticos, se ensaña con la familia Ficus, dice Salazar. Observó la enfermedad por vez primera en un laurel de Jiutepec en 2011. Meses después notó que alrededor de 40 árboles en vialidades de Cuernavaca perdían sus hojas verdes. Hizo mancuerna con el fitopatólogo Vicente Díaz Balderas y llamaron a la enfermedadMuerte fulminante del laurel. Los síntomas que identificaron: defoliación alarmante, muerte de ramas principales, ataque de plagas diversas, pérdida de la corteza y deterioro grave de la madera que provoca que las ramas o el árbol caigan por su propio peso.
Pero el primer registro de una enfermedad que liquida a los laureles es más antiguo.
En 1983 el ingeniero agrónomo Dionicio Alvarado atendió varios ejemplares que morían en el Club de Golf Cuernavaca. Observó que perdían sus hojas pero el patógeno que detectó fue el hongo Phoma, que logró inocular artificialmente; mientras que, Salazar identificó al Lasiodiplodia como el principal sospechoso. Alvarado es hoy una eminencia, uno de los contados patólogos forestales del país, y quien estuvo al frente del Grupo Interinstitucional de Expertos convocado por el Gobierno de la Ciudad de México en 2021 para hacer el diagnóstico de la muerte de medio millar de palmeras exóticas.
Alvarado recuerda que la importancia ambiental de las palmeras capitalinas también fue desdeñada. El investigador del Colegio de Postgraduados fue director de la tesis de maestría en fitopatología que hizo Xochiquetzaly Salazar, Evaluación de la condición de salud del Ficus microcarpa L.f.en Cuernavaca, Morelos. La científica encontró tres hongos, entre ellos el Phoma y el Lasiodiplodia, pero no tuvo las condiciones para determinar su patogenicidad.
Alvarado constató que los esfuerzos morelenses de investigación son aislados y sin recursos. “Xochiquetzaly contó con un presupuesto de 15 o 20 mil pesos en los dos años que estuvo trabajando, nosotros tuvimos 3 millones de pesos y conformamos un equipo de una docena de investigadores”, explica sobre el financiamiento y equipo para diagnosticar las palmeras.
Alvarado y Pedro Salazar coinciden en que los síntomas se acentúan en periodos de escasez de agua e incremento del calor, como los que vivió México en 2023 y el primer semestre de 2024. Alvarado narra que se entrevistó con el entonces gobernador Cuauhtémoc Blanco para hacer el diagnóstico pero no tuvo éxito. Sin éste no podrá atenderse la crisis que constata está presente no sólo en Morelos, sino en otras regiones del centro, como el Estado de México, ni tampoco podrá determinarse si es consecuencia de la crisis climática, enfatiza.
Hacer un diagnóstico es una cosa, curar es otra. Plata creó la empresa Dr. Árbol Arborismo Profesional y estima que atender un ejemplar con hongo negro ronda los 40 mil pesos. “Hemos logrado salvar algunos pero no hay receta ni garantía”, expresa.
Pedro Salazar es dueño de la empresa Consultoría y Manejo Integral de Áreas Verdes y dice que su porcentaje de éxito es de 60 por ciento con medicamentos ecológicos “pero los de Morelos son demasiados”. Asegura que la epidemia ya llegó a la Ciudad de México. En septiembre recibió el primer llamado para atender laureles enfermos en una residencia de Jardines del Pedregal.
Guerrero enfatiza que para salir de la crisis fitosanitaria de Cuernavaca debe frenarse la estigmatización del género Ficus y apreciar su valor ambiental para detener su extinción, pero es pesimista: “como no se esté deteniendo la plaga, lo más seguro es que en los próximos años ya no los tengamos”.
En cambio, las consecuencias son de una dimensión mayor, Salazar dice que ya se empezó a contagiar árboles nativos: “este año vi cuatro amates blancos muertos en Ticumán y el riesgo es que empiecen a morir los amates amarillos”. Las joyas arbóreas mexicanas.
Por alguna razón los ficus sintéticos están de moda otra vez para interiores. En línea se compran junto a una diversidad de modelos, entre ellos, los hules.
Imagen portada: MILENIO.