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Sin bases y principios no hay futuro

Por Carlos Chavarría Garza

Nunca hay que  perder de vista el futuro y debemos juzgar los hechos y fenómenos emergentes por su significado en relación con este. Cuestionarnos si son un empuje desde el presente para el futuro profundo deseado o un lastre que deberá ser asumido como una restricción adicional a vencer.

El poder siempre ha sido por definición un obstáculo para alcanzar cambios de todo tipo y los gobiernos en un sistema democrático pueden o no descomponerse a partir de narrativas que en el fondo no son sino sofismas para convencer de que se busca mejorar el estado de cosas y resolver problemas, que en muchos ocasiones fueron creados a partir de las órbitas alrededor del mismo poder público o privado.

Para los individuos no agrega ningún valor interpretar los hechos, porque solo las personas y sus familias reciben sus efectos y los atestiguan y ahí no hay narrativa posible exculpatoria de las causas. Explicar por qué en alguna geografía existe la violencia no cambia la realidad personal de la misma.

Cualquier futuro demanda de algún conjunto de bases que le dan cimiento, sobre el cual construir las visiones y propósitos de largo plazo. Sin estas bases operando como políticas públicas sostenibles durante los tiempos y eventos terminales fijados como su vigencia, todo se derrumbaría como un castillo de naipes.

Reinventar desde los gobiernos desde un país o región cada 6 o 3 años responde al cortoplacismo de las agendas públicas que se divulgan, pero no tienen sentido cuando no están atadas a un modelo de futuro deseado y preferido por los segmentos de la población.

El sofisma más típico en los procesos políticos es el que pretende justificar y acreditar como aceptable cualquier intención de gobierno a partir de los triunfos electorales que se logran por ofertas electorales repletas de buenas intenciones generalistas que son válidos para todo momento y público electoral.

Expresiones como justicia social, bienestar, igualdad, etc. Más algunos de verbos que nada dicen como promover, contribuir, colaborar, etc. No tienen lugar cuando se trata de formular principios, bases y políticas públicas dirigidas a un futuro mejorado en términos cuantitativos.

En la historia de México, como muchos otros países, se han  sufrido los peores momentos debido a un sistema presidencialista que favorece los sofismas y los convierten en ejercicio del poder por parte de los personajes de turno en los máximos niveles de la gestión pública. El presidencialismo mexicano siempre ha parecido muy legal y a pesar de la división de poderes espuria, siempre han sido los presidentes y sus inclinaciones las que determinan todo en su gestión, de ahí que ni la Carta Magna se haya salvado.

Se supone que en las constituciones se encuentran los principios que guiarán a todos los ciudadanos y entidades en sus acciones para construirse una vida y proyectarla hacia cada vez mejores futuros, pero el presidencialismo, abusando de sus prerrogativas, ha usado la Constitución para justificar sus devaneos ideológicos y ambiciones ajustándola a sus propósitos.

El hombre es un ser social por naturaleza. Es decir, que nos resulta imposible vivir aislados: siempre estamos inmersos en un haz de relaciones sociales que determinan sus condiciones de vida. Y a medida que estas condiciones de vida son más activamente configuradas por la acción humana, la interdependencia, lo que Durkheim llamaría «densidad social», se hace más intensa. 

El mundo es cada vez más una «aldea global» en la que todo repercute en todo.

Esta red de relaciones sociales cada vez más intensa afecta a todos los ámbitos de la vida humana: cultura, economía, tecnología, ocio… El hombre se encuentra inmerso, en cada uno de estos ámbitos, en situaciones constituidas por actividades interrelacionadas, dirigidas a satisfacer necesidades sociales.

La política ha ido perdiendo sus bases como instrumento para la conducción de los conflictos en esa red que de interacciones y donde deben darse los pasos para divulgar proyectos y divergencias entre todos los agentes sociales, el presidencialismo le ha hecho un gran daño a la política misma, al convertirla en no más que en la lucha por ejercer el poder sin saber que futuro desea la sociedad. Es un gran sofisma el poder retributivo que obsequia según la voluntad presidencial, en lugar de resolver para el futuro lo que es mejor.

No hemos sido capaces de formular un acuerdo bases que aceptamos para evitar revivir viejos debates que no son sino falsos dilemas. Un ejemplo, no se puede repartir la riqueza ni antes haberla creado y esta no ocurrirá si no existen políticas públicas que incentiven la producción de excedentes.

Perdemos un tiempo valioso para concentrarnos más en las oportunidades y posibilidades de futuro profundo que en algo tan inútil como darle más poder al presidencialismo cuando ya lo tiene todo de facto, pues en el fondo nada ha cambiado desde que Calles y Cárdenas  diseñaron el sistema de gobierno mexicano.

Debemos perder el miedo a convertirnos en un sistema que favorezca el debate, acuerdos y el co-gobierno de las diferentes corrientes de pensamiento, y hacer frente a los retos ya imperantes en el mundo y la definiciones de futuro que urge convertir en políticas públicas vinculantes y trascendentales .

“… las cosas futuras consideradas en razón al tiempo son singulares, las cuáles, según hemos dicho, no las conoce el entendimiento humano a no ser por reflexión. Sus razones en cambio, pueden ser universales y por ello mismo perceptibles por el entendimiento, como también pueden ser objeto de la ciencia.” (Santo Tomás, Suma Teológica, Cuestión 86, Artículo 4)

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Vía / Autor:

// Carlos Chavarría

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Autor: stafflostubos
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