El 12 de abril de 2023, Leila Guerriero vio por primera vez la casa blanca que mira hacia la Cala Sanià, donde Truman Capote se refugió para terminar de escribir A sangre fría. Guerriero fue invitada por la Residencia Literaria Finestres, en Palamós, para indagar sobre los días del escritor estadunidense en aquel refugio frente al mar. Así describe su primera impresión: “Es una casona de dos pisos bastante sencilla que no impone su belleza, un animal manso y blanco alzándose entre el cielo y el mar […]. ¿Qué siento cuando la veo? No me deja transida la majestuosidad de la cala de cristal, de las rocas cayendo a pico, de los árboles aferrados como garras al tórax de una montaña, sino la evidencia de que, si bien cuando el hombre que ahora es un fantasma estuvo aquí todo era distinto —la casa era distinta, el bosque era distinto—, estoy viendo lo que él vio: ese paisaje de belleza dramática que será todos los días igual y todos los días tan distinto”. Su estancia en la Costa Brava dio como resultado el libro La dificultad del fantasma (Anagrama), que comenzará a circular en estos días. Leila Guerriero está de vuelta en Buenos Aires, su lugar de residencia. Desde ahí toma la llamada para que conversemos sobre esta crónica; publica MILENIO.
¿Cómo surge este título, un tanto enigmático? Porque no todos lo ligan con Lacan, salvo quizá los argentinos.
Argentina es un país muy psicoanalizado y la idea de atravesar el fantasma está muy presente. Se trata de un momento de cambio, un momento bisagra en tu vida, desafiante, difícil, un advenimiento complejo. Yo iba a la Costa Brava con muchas cosas dentro de mí y me fui con muchas preguntas: qué iba a encontrar, si iba a tener material, si la gente iba a hablar, si había gente para hablar. Aunque pre-reporteé un montón, vi que realmente iba en busca de un fantasma, un fantasma muy difícil en el sentido de que estaba, pero no estaba, aparecía y desaparecía. Iba tras un fantasma con la misma dificultad que implica ese atravesamiento en el psicoanálisis. Iba a atravesar el fantasma de Capote, un fantasma inatrapable, muy hecho de niebla, de memorias evanescentes, modificadas, de recuerdos ambiguos, inventos, malentendidos. Por estas cosas tan complejas, el libro se llama La dificultad del fantasma.
Leila Guerriero enfrentó varios problemas en su investigación. El paso del tiempo, sobre todo. Capote dejó Palamós en 1962 y ella llegó ahí en 2023. La estancia de Capote se dio en plena época franquista, por tanto, hubo poco registro. Excepto Josep Colomer, el dueño del Hotel Trias, un hombre informado, mundano y que hablaba idiomas, mucha gente que conoció a Capote y estuvo con él había fallecido o era mayor.
Con el paso del tiempo la memoria se va borrando. La gente contó cosas que eran entrañablemente sin sustento, trampas de la memoria, leyendas mal contadas, pequeños rastros biográficos que no decían nada de una persona. Nadie pudo decirme demasiado acerca de la personalidad o el estado de ánimo de Capote porque eso sucedía puertas adentro. Alguien me dijo que hacía orgías con muchachitos. Imagínate, en un pueblo español, bajo el franquismo, cuando Capote en realidad había ido a buscar paz y serenidad para escribir un libro. Hubo una serie de dificultades superpuestas que después empezaron a ser fortalezas, en términos de que es también un libro sobre la memoria, su desgaste, la manera en que se construye un mito o una leyenda. Para un periodista que va a reportear, la falta de información, la falta de memoria, de testimonios, es siempre un problema. Con la experiencia lo vas salvando porque esas debilidades pueden terminar siendo el verdadero fuerte de una narración.
Al leer el libro, de pronto pareciera que la investigación se va a derrumbar precisamente por la falta de testimonios. ¿Cuál fue el reto de llenar esos huecos sabiendo que no habría otra oportunidad?
Tengo una manera, un poco estudiada, de poner los pasos en las huellas. Creo que todos los libros son desafiantes porque te ponés ante la historia y decís: “Hasta ahora todo salió más o menos bien, pero esta vez puede salir mal”. Si no tenés esa sensación de que puede salir mal, hay algo que no funciona porque esa zozobra, esa duda, ese temor a irte por el barranco del desastre hace que te cuides de no irte por ese barranco.
Narrada en primera persona, esta crónica va sobre las experiencias de la periodista en el campo, las dificultades que enfrenta, las personas a quienes recurre, los lugares visitados, sus dudas, su relación con el paisaje, con tres escritores residentes en la casa y con un fantasma que de vez en cuando da señales. El lector percibe la conexión con Capote en la atmósfera del relato.
Sin querer comparar mi trabajo con el de Capote, un tipo genial, me pareció que quizás a las personas que escribimos nos pasan cosas similares. Escribir es sentarse delante de un papel, un cuaderno o una pantalla y todo pasa dentro de tu cabeza. Cuando fui a la Costa Brava ya tenía un gran equipamiento y podía hacer vínculos más precisos entre la vida y la obra de Capote que me resultaban interesantes y estimulantes: las maneras como se refería a la escritura, a la lectura, a sus contemporáneos. Estando allá, empezó a surgir una línea temática, pensar no solo que Capote estaba allí —eso hubiera sido una postal casi costumbrista— sino lo que significó la obra y la escritura de A sangre fría para él, encontrar algunos nexos modestos con cosas parecidas que me pasaron a mí. En el fondo, es un libro sobre lo que la escritura se lleva de uno y cómo Capote permitió, con esa inteligencia demencial, que la escritura se llevara algo tan importante como la cordura. Hizo una apuesta tanática: esperar la sentencia de muerte de dos personas para poder terminar el libro. Permitió la entrada de una sombra muy oscura. Como decisión narrativa es brillante, pero invocar eso sobre tu vida representa mucho riesgo, sobre todo por la manipulación que hizo y la agónica espera que siguió. Hubo muchas reflexiones: lo que un escritor es capaz de hacer para escribir un texto, en este caso de no ficción; la manera en que nos colocamos ante un tema; la importancia de que queden imbricados el estilo y el tema y que no se pueda separar una cosa de la otra. Luego está la emoción. Más que encontrarme en la misma casa, la certeza de que él estuvo mirando ese paisaje, esos riscos, esos árboles, ese mar, que eso cobijó su escritura en ese tiempo. Son cosas cuya única manera de dejarlas escritas era poniéndolas en primera persona y de forma muy evidente.
Haces una reflexión que coincide con la metáfora del fantasma cuando dices: “Estamos anudados a cosas sin control y quizás escribir se trata de desaparecer completamente para aparecer completamente en otra parte”.
Si hay algo que podemos llamar “el goce de la escritura” consiste en esa desaparición para luego aparecer en otra parte. Esa otra parte es el texto, la historia que estás contando y cómo la estás contando. El reporteo es un proceso agotador, trabajoso, de paciencia, de avance, retroceso, de dudas, momentos en que parece que no va a salir nada o que todo va a salir mal. Todos hemos pasado zozobras. Es cansado escuchar, cansado entrevistar, buscar, poner toda la imaginación al servicio del reporteo, pensar de dónde puedo sacar otra punta para investigar. Es la base de todo y es maravilloso cuando las cosas van saliendo, pero es complicado. Al principio, al menos para mí, la escritura es un momento tortuoso: reunir la información, seleccionarla, ver qué si, qué no, darte cuenta que la estructura se complicó, hasta que de pronto el avión despega y estás lejos del mundo, desapareciendo para todo lo que no sea tu texto y apareciendo, sobre todo, en ese texto. La posibilidad de que eso vuelva a pasar es lo que me hace querer escribir, la ilusión de que voy a obtener esa sensación una y otra y otra vez. La escritura, lo que me produce, es la posibilidad de eyectarme de mí misma, olvidarme de mí, y eso es droga dura.
¿Qué opinas sobre este género que nace con A sangre fría y que Capote bautiza como “novela de no ficción”? ¿Qué la distingue de un reportaje o una crónica?
El nombre “novela de no ficción” me generó, y lo digo con respeto, una confusión gigantesca. Capote reconoció que había inventado la escena final, la del cementerio. Considero, con humildad, que el libro no la necesitaba. La inventó porque le parecía muy crudo terminar el libro con la muerte de los asesinos, pero, salvo eso, todo fue investigado, reporteado. Además, esta idea del género de no ficción me parece que ya existía en Estados Unidos. Había libros de no ficción narrados con todas las técnicas de tensión narrativa, presentación de personajes, descripción, atmósfera y estructura de una gran novela. Me genera incomodidad lo de “novela de no ficción” porque ya cuando decís “novela”, en mi brutalidad específica y tozudez talibana, me representa la idea de ficción, y lo único que no podés hacer cuando escribís no ficción es inventar. Si aceptamos lo que dice Javier Cercas, que una sola gota de ficción transforma un reportaje verídico en un cuento, podríamos decir que A sangre fría es una novela porque la parte final es inventada. A mí me importa decir que lo que he escrito es una historia de verdad, con gente de verdad, que no me inventé nada, que está todo averiguado. Prefiero decir “no ficción” o “periodismo narrativo”, reportaje o crónica, pero dejar claro que el asunto está del lado periodístico.
En tu experiencia, ¿cómo funciona este binomio entre escribir una historia de corte periodístico y crear una pieza literaria?
Toda buena pieza periodística reposa en un primer periodo de investigación seria, profunda, de mucha entrega. Si no tenés una investigación de calidad, no hay texto posible. En una pieza de periodismo narrativo, no puedes separar el fondo y la forma. El estilo acompaña el tema, y el tema encaja de la mejor manera posible en ese estilo. Si sale bien, es una pieza artística, lo que no quiere decir que sea una pieza de ficción o de invención. El paso número uno de un trabajo de no ficción empieza con el narrador en el territorio, mirando de cerca, preguntando, para después poder contar de lejos. Un buen periodista narrativo es un artista, pero no en términos de que invente sino de que maneje el lenguaje y tenga una enorme imaginación narrativa. Se trata de entender la diferencia entre redactar y escribir. Escribir es producir un efecto con la escritura, eso es el arte, pulsar algo en un lector, que deje una huella casi física, que al menos en cierto punto sea un deslumbramiento.
¿Te consideras escritora o periodista?
Me considero periodista. El hecho de escribir no ficción hace que si vos decís escritora, la gente enseguida piense que eres un autor de novela y a mí me interesa dejarlo claro. Soy periodista.
Mencionamos al principio a la memoria, cómo los periodistas tienen la responsabilidad de narrar el presente y rescatar el pasado.
Mientras hacía el libro de Capote en la Costa Brava, constatar que en su momento pasó desapercibido, que nadie se había preocupado por recoger los testimonios, que todo eso quedó perdido, me produjo desesperación. Es como si vieras arder un archivo, es terrible. Recoger testimonios es importante porque el periodismo puede hacer que ese testimonio esté vivo. Ahí están los testimonios y los libros sobre quienes sobrevivieron a los campos de concentración en Alemania. Sin ellos incluso habría juicios que no se hubieran hecho, genocidas que no se hubieran ido presos, un montón de cosas habrían quedado veladas. Así que, claro, los periodistas trabajamos con eso, con la memoria de la gente, somos vampiros de la memoria.
Imagen portada: Laberinto / MILENIO