Caracterizada por interpretar personajes complejos, los matices interpretativos de Marina de Tavira no solo hablan de los intrincados aspectos de sus roles, sino también de su manera de navegar la vida, donde la introspección y la fidelidad a sus principios son su punto de anclaje a la realidad. Su dualidad en el campo escénico le ha permitido explorar obras que cuestionan los constructos sociales y tocan el alma del espectador, como su más reciente obra, Un tranvía llamado deseo, dirigida por Diego del Río, y su largometraje presentado por Martin Scorsese y dirigido por Celina Murga, El aroma del pasto recién cortado; publica MILENIO.
Con una alucinante trayectoria, Marina de Tavira tiene un mensaje que va más allá de cualquier premisa. Su arte es un espejo que refleja la fragilidad y la fuerza del ser humano, una invitación a la introspección y a la empatía. Su voz nos recuerda que la vida, como el teatro, está llena de matices, contradicciones y belleza inesperada.
Sobre Un tranvía llamado deseo, ¿cómo difiere la percepción de la realidad de Blanche DuBois de la de otros personajes? ¿Así es tu percepción de la realidad?
Es un personaje alucinante y maravilloso de interpretar, muy complejo. Blanche es una mujer profundamente lastimada con una herida brutal, que ha sido educada para hacer solo una cosa en el mundo. Cuando eso se ve imposibilitado, se deja llevar en un torrente hacia la ansiedad y el alcoholismo que la lleva al delirio. Sin lugar a dudas, tiene un fantasma dentro de ella con el que conversa. En el montaje, el director Diego Del Río exteriorizó a estas personas que viven dentro de Blanche. Por otra parte, está atrapada en una época de la que no puede escapar y es incapaz de adaptarse al nuevo mundo. Esto es parte del comentario social de Tennessee Williams. En el momento en el que escribió la obra, Estados Unidos estaba cambiando, el sur se tenía que adaptar a lo que sería el auge industrial que le ayudaría al país a convertirse en la potencia mundial que es hoy; para esto, tuvo que morir el pasado. Es un personaje que nos habla de una época que muere y se aferra a que el mundo no cambie.
Me identifico en cierta manera con el personaje porque hay algo en mí que le cuesta, a veces, entender el mundo que va cambiando. La vertiginosidad de los medios de comunicación y los tiempos modernos dan la sensación de que podemos consumir cualquier contenido rápidamente, y esto le resta delicadeza a las creaciones. Por eso amo el teatro, es el único espacio que no se puede contaminar; siempre va a necesitar la presencia de las personas, no tenemos la misma experiencia viéndolo por una pantalla.
¿Encontraste alguna diferencia cultural que haya influido en tu interpretación?
A pesar de que la obra está contextualizada en Estados Unidos, el texto lo trasciende y lo convierte en una obra universal, en un clásico literario. Se habla de una experiencia tan profundamente humana, que le permite montarse en diversos países alrededor del mundo.
En la cinta El aroma del pasto recién cortado, ¿qué aspectos de tu personaje de Natalia consideras cruciales en tu interpretación y para conectar con el público?
Lo que me encanta de esta película es el espejo que hace de una misma situación. Natalia y el personaje que interpreta Joaquín Furriel viven el mismo proceso e historia. Ambos están en una edad madura, en una relación de muchos años, tienen hijos relativamente pequeños y viven una situación de una relación extramarital con un estudiante. La manera en la que Celina Murga logra crear un espejo es sumamente sutil, casi imperceptible, que nos muestra una perspectiva de género interesante.
Con diferencias muy pequeñas, nos damos cuenta de cómo la sociedad juzga muy distinto a las mujeres y a los hombres. Esta es una película de sutileza, de perspectiva de género y de personajes anclados a una realidad cotidiana.
¿De qué manera la historia desafía o refuerza las percepciones tradicionales de los roles de género en la infidelidad?
Son dos personajes, ambos maestros de universidad. La forma en la que la institución y las autoridades universitarias confrontan a los personajes son muy diferentes. Hay distintos juicios y condenas.
En el momento de la intimidad, mi personaje —que es una mujer madura— intimando con un joven adulto es más incómoda, porque ella no se siente cómoda con su cuerpo; el personaje de Joaquín, estando con una mujer joven se siente seguro de sí mismo. La sociedad no juzga el cuerpo masculino como lo hace con el femenino. En fin, acciones de este tipo se van reflejando en la película a manera de espejo de manera sutil.
¿Cómo equilibras ser madre y actriz?
Rechazo muchos proyectos, escojo pocas cosas porque me doy cuenta de que cada edad de mi hijo es única y se va; también tengo claro que si no trabajo y no me siento plena tampoco soy buena madre. Entonces, hago pocas cosas y trato de equilibrar y dar espacio, aunque para eso hay muchas renuncias. Por eso no soy una actriz que está constantemente trabajando, haciendo series o películas. El teatro me ayuda porque es más aterrizado, me permite estar más en mi casa: ir a dar función, salir y llegar a cenar con mi hijo o ver una película con él.
Imagen portada: Ricardo Ramos / MILENIO