Por Félix Cortés Camarillo
De manera particular hemos insistido este año en la afinidad de senderos por los que transitan México y los Estados Unidos. La fatalidad geográfica y la circunstancia cultural a que nos obliga la enorme epidermis compartida en la frontera tiene que desembocar en una incesante búsqueda, a ambos lados, de las mejores formas de convivencia y el beneficio mutuo.
México ha desbancado a China como el primer socio comercial de los gringos. Nuestra comunidad de migrantes constituye a la vez un elemento indispensable para la economía de allá y su peor dolor de cabeza en materia de flujo irregular; esto es, sin control. De la misma manera de que no podemos divorciarnos el nuestro está a gran distancia de ser un matrimonio bien avenido. Digamos que el compromiso y la negociación, el estira y afloja, son la constante.
En este 2024, sin embargo, se marca una serie de peculiaridades. La concidencia de los relevos presidenciales en los dos países lo resalta.
La votación de junio y noviembre respectivamente fue una rotunda negación de los pronósticos políticos. Donald Trump no tuvo ningún problema en arrasar tanto en el voto popular como en el de los Colegios Electorales. Arrebató además el control de la Casa de Representantes y del Senado allá. De forma similar Claudia Sheinbaum no solamente se llevó cómodamente la presidencia de México sino también la mayoría en las dos cámaras legislativas.
Independientemente de sus perfiles personales, la comodidad de esa avalancha de poder ha venido a fomentar ese cochino gusanillo de soberbia que reside en todos los políticos y suele convertirse en arrogancia.
En el caso de Donald Trump, por lo que sabemos de la composición de su gabinete, éste abunda desde ya en personajes de los llamados “halcones”, esto es el ala más conservadora y radical de la derecha norteamericana, definida con el acrónimo WASP por sus siglas en inglés: blanco, anglosajón y protestante. En el lenguaje cotidiano quiere decir un radical “América para los americanos”, rechazo a los inmigrantes, cierto racismo y una supremacía nacional rayana en la insolencia. La designación del cubano americano Marco Rubio al puesto de Secretario de Estado, jefe de la política exterior es evidencia elocuente. Rubio es el autor y fuerte impulsor de invadir México para perseguir a los narcotraficantes, al calificarlos como terroristas.
De este lado de la raya, Claudia Sheinbaum ha armado su equipo trabajo en el más puro estilo de Trump y de Morena: a partir de lealtades de pandilla de su experiencia pasada en el gobierno de la Ciudad Capital o en el primer período del pelipintado. Eso es lógico y comprensible; no lo es tanto la intolerancia hacia la otredad. Aquí nomás mis chicharrones truenan. Estamos al mando porque así lo dispuso el Pueblo. Y el Pueblo soy yo.
Paradójicamente las dos estructuras se parecen tanto entre sí que uno podría confundirlas. Pero para ninguno de los dos países esa coincidencia de actitudes resulta benéfica. Por el contrario, la catalización que en el fondo Trump y Sheinbaum promueven cada uno a su manera solamente pueden profundizar las rencillas. Para provecho de nadie.
PARA LA MAÑANERA DEL PUEBLO: La especie muy difundida de que la selección de la cabeza de la CNDH fue el primer roce entre el ex presidente y la Presidente, no parece -por ningún lado, ser fake news. Y siguen bastos.