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“Destrucción mutua asegurada”, democracia y futuro

Por Carlos Chavarría Garza

Es una trampa dialéctica el suponer que para lograr un futuro mejor sea necesaria la destrucción violenta del presente, más ahora que nos presumimos como seres con grandes avances tecnológicos en todos los órdenes, pero continuamos bajo estructuras de poder primitivas y del todo inmorales.

Vladimir Putin recién anunció un cambio en la “doctrina de seguridad nacional de Rusia”, ese cambio ocurre en respuesta a la supuesta aprobación por parte del aún presidente de los EEUU, Joseph Biden, para que Ucrania pueda usar misiles de medio y largo alcance en su guerra contra Rusia.

Putin determinó que usarían armas nucleares cuando cualquier ataque sobre objetivos en territorio ruso que usaren armas que suministran países que a su vez disponen de poder nuclear para la destrucción.

El matemático John Van Newman, el que analizó la estrategia de juegos que desemboca en la Destrucción Mutua Asegurada que implica como solución “1+1=0” donde todos pierden bajo el caso de que los jugadores determinen el uso de armas nucleares. En el siglo XX la diplomacia se basó en tal doctrina para lograr acuerdos (la detente) entre los grandes jugadores.

Alguna vez ante la pregunta de cómo sería una Tercera Guerra Mundial, Albert Einstein respondió que no lo sabía, pero de lo que sí estaba seguro es que la Cuarta Guerra Mundial sería con piedras y palos.

En alguna parte de la historia de la humanidad se nos perdió el control de la gobernación y las ganas de limitar al poder en todas sus formas, para que ambas cosas estuvieran al servicio de nosotros y no al contrario. La historia humana está sembrada de avances y retrocesos morales, y el hábito de la prudencia hoy es interpretado como un estorbo.

Mal se perfila el futuro cuando los liderazgos de todo tipo se han convertido en super entidades cuyo papel es operar por encima de las sociedades, las que deben servir a sus propósitos banales de auto glorificación donde lo que menos importa es el bien común, que al final es lo único que le da sentido a nuestra genie, y que debemos dominar para evitar la autodestrucción.

Nada hay más confuso que la palabra que usó Putin “doctrina”, ni más aberrante como salida que un dogma. Lo que inspira la doctrina de Putin es el siempre presente temor de Rusia y otros a ser asediado de cualquier manera, amparado en un patrimonialismo del todo irracional.

Albert Camus apuntó en su libro El Mito de Sisífo: “Lo absurdo nace de esa confrontación entre el llamamiento humano y el silencio irrazonable del mundo. Eso es lo que no hay que olvidar. A eso hay que aferrarse, pues toda la consecuencia de una vida puede nacer de ello. Lo irracional, la nostalgia humana y lo absurdo que surge de su cara a cara, he aquí los tres personajes del drama que debe terminar necesariamente con toda la lógica que es capaz una existencia” (1942). Parece que tristemente tuvo razón.

El poder dicta y dogmatiza lo que le viene en gana, lo que quizás no debería de sorprendernos, ya en el Siglo III, el apologista Tertuliano justificó su compromiso con la fe precisamente en función del absurdo y nos dejó el pensamiento: Credo quia absurdum <<lo creo porque es absurdo>>. Lo lamentable es que transcurridos 18 siglos todavia existan personajes que por azar llegan al poder y se la crean como algo que solo a ellos se debe.

Todos los aparatos que creamos para la convivencia dentro de lo humano tienen una raíz en la circunstancia histórica del momento y la época en que se construyeron. Bien pocos rompieron los paradigmas a partir de una visión de futuro compartida. Los que lo consiguieron se han convertido en dictadores de la relevancia y la pertinencia.

Por su lejanía con la dinámica evolutiva de todo el entorno, esos lideres están condenados a convertirse en obstáculos para cualquier intento serio de mejorar la viabilidad de la civilización y sin ello no existe futuro deseable y posible.

Cualquier intento por modelar futuros alternativos mejorados para nuestra civilización debe reconocer la necesidad de hacer cambios que consideren:

Encrucijada histórica: Al igual que en otras etapas de la civilización que han representado costosos retrocesos, la miopía intelectual de los líderes mundiales les impide aceptar la realidad: la humanidad es una sola, con problemas comunes.

La única salida con un futuro cierto reside en un rediseño de las reglas de gobernanza para atender a las únicas diferencias que nos agobian: una gobernanza intercultural sustentada en un único marco de principios aceptados por todos.

Pirámide de valores: Los valores de las distintas culturas no deben competir con los valores universales, sino complementarlos. En la cima de la pirámide deben figurar las normas universales, que son el conjunto de principios, valores y creencias compartidos por toda la humanidad. Estos valores —como los derechos humanos, el medio ambiente, la vivienda y el trabajo— no son patrimonio de ninguna nación, sino que deben ser defendidos y protegidos por todas.

Diversidad y unidad: Si bien los valores universales son la base de la convivencia global, la diversidad cultural también juega un papel fundamental. En la base de la pirámide de valores, pueden coexistir diversos valores aceptables para cada nación a nivel regional. Esta diversidad enriquece a la humanidad y no debe ser eliminada por un afán de homogeneización.

Contradicciones del siglo XXI: El siglo actual está marcado por una profunda contradicción: por un lado, las economías nacionales se integran cada vez más en un mercado global, mientras que, por otro lado, se intensifican las demandas étnicas y el nacionalismo. Las disputas ideológicas del pasado parecen ser reemplazadas por tendencias nacionalistas basadas en la identidad étnica.

Crisis del estado-nación: Los estados-nación soberanos, que fueron la base del orden internacional durante siglos, parecen tener dificultades para adaptarse a las nuevas realidades del siglo XXI. Son demasiado grandes para gestionar eficazmente las identidades locales y demasiado pequeños para enfrentarse a los poderes económicos globales.

El futuro de la gobernanza global: La crisis del estado-nación exige repensar la arquitectura de la gobernanza global. Se necesitan nuevos mecanismos de cooperación internacional que sean capaces de abordar los desafíos globales de manera efectiva, sin menoscabar la diversidad cultural y la autonomía de las naciones.

El problema no resuelto de nuestras democracias, de la calidad de la representacion politica nos mantiene expuestos a que como en el caso comentado, tanto los EEUU como Rusia, en voz de sus representantes no son idóneos para solucionar cuestiones limítrofes como la existencia misma de la civilización.

Lejos de ser bien vista por los ciudadanos, la democracia es cuestionada por el comportamiento de quienes han accedido al poder gracias al voto mayoritario, en contiendas equitativas realizadas periódicamente. Lo peor sucede cuando el representante se olvida de su programa de campaña e impone uno diferente o incluso hasta contradictorio.

Ya sea por decisión legal, por su relativa fortaleza o por el simple desarrollo histórico de cada país, los partidos son actores protagónicos de las democracias representativas de hoy. Pero en los últimos años, el monopolio de las candidaturas, el frecuentemente generoso financiamiento público y la acumulación en sus manos de diversas atribuciones legales, les han otorgado un poder que progresivamente ha pasado por encima de las instituciones políticas. Su papel protagónico ha provocado que estén más preocupados por salvaguardar sus intereses y por la estabilidad del régimen político, que por la representación no selectiva y general de los intereses sociales. Y ello ha acarreado una crisis de representación política de la democracia difícil de superar.

“Está prohibido matar; por lo tanto, todos los asesinos son castigados a menos que maten en gran número y bajo el sonido de las trompetas”. Voltaire, Sobre los falsos positivos.

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Vía / Autor:

// Carlos Chavarría

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Autor: stafflostubos
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