Por Carlos Chavarria Garza
El futuro profundo no es más que la expresión resultante de la convergencia de intenciones de personas y por agregación de conjuntos de grupos. El futuro puede ser deseable y mejorado para todos si acaso estamos dispuestos a transformarnos hasta alcanzar el estado de consciencia supremo donde el conjunto de todo lo humano se celebra por sobre la diversidad sin anular a esta última.
El clima más conducente a la convergencia será aquel cuyo “argumento” sea de tipo transferencial, reconciliador, integrador, y no catártico, que es campo fértil de las compulsiones. Reconocer y aceptar de buen grado ser “una parte del todo”, y no ser “el todo” es una condición prelógica, predialogal. Reconocer y valorar la diversidad no es algo que se pueda hacer sólo con la cabeza, sino que también debe mover al corazón. De lo contrario, los climas con “argumento” de exclusión, de imposición, de confrontación, de descalificación, de intolerancia de la diversidad, etc., no conducirán a buen puerto aunque las “razones” (imágenes) aducidas sean “lógicas”, y se cumplan la etiqueta y el protocolo (F. García, 2009).
Es de locos suponer que la imposición suplirá las ventajas y bondades de la convergencia en la diversidad, más si sabemos que existen problemas comunes a gran conjunto que forma la humanidad.
El camino observado que hasta hoy llevamos hacia el futuro profundo pareciera que nos condena a la distopía. Aparecimos en este planeta, que con absoluta indiferencia por nosotros continua su viaje en el concierto cosmológico y que por gran casualidad o por la razón que más se antoje conjeturar, dispone de los recursos materiales y condiciones que favorecen la vida humana como la conocemos.
En el planeta y en la naturaleza viva que se incrustó sobre él, operan funciones que sostienen el equilibrio hasta ahora. El planeta ha sido pródigo con los seres humanos, pero no uniforme en la distribución de posibilidades y recursos para la vida. Esa dispersión de recursos para la vida y un tanto de curiosidad nos llevó a explorar todos los rincones del entorno y a partir de ahí, de esa diversidad de posibilidades se fundaron diferentes civilizaciones que integran lo que llamamos humanidad.
Costó mucho tiempo y madurez de pensamiento para saber que somos todos bípedos implumes de simetría bilateral, pero de ideas cortas por igual, fácilmente explicado porque no hemos aun entendido que somos iguales.
Así como la naturaleza dispone de funciones que inducen al equilibrio, nosotros los humanos creamos aparatos materiales y conceptuales, pero a diferencia del mundo natural nuestras funciones no fueron pensadas para mantener el equilibrio entre nosotros y menos con el mundo natural.
La política y la diplomacia nacieron como los mecanismos amortiguadores del conflicto e instrumentadoras de las reglas para el progreso en un mundo que por su naturaleza es asimétrico. Hoy ambas han sido abandonadas y todo se reduce en amenazas mutuas, mientras por todas partes se dejan ver los signos de la degradación y ninguno de los agentes del poder parecen darse cuenta, escogiendo operar al filo de la destrucción en vez del camino hacia la convergencia para un futuro mejorado preferible.
Esto no propone una forma de relativismo amorfo, ni una ingenua moralina “buenista”. No quiere decir que haya que estar siempre de acuerdo con todo y con todos. Tampoco sugiere que el decir, por ejemplo, “sí, estoy de acuerdo” sea, en sí mismo, mejor que decir “no, no estoy de acuerdo”. El acuerdo no es por sí solo un valor absoluto. Aquí hablamos del clima con el que se delibera, aceptando o no opciones, y con el que finalmente se toman decisiones eligiendo siempre entre condiciones.
El pensar convergente posibilita la unidad de la diversidad en lo conjunto. El pensar divergente la obstaculiza, al poner como primario la satisfacción de intereses personales en dialéctica con los intereses conjuntos.
El pensamiento convergente es el que pone como primario los intereses conjuntos, y coherentemente intenta guiar los pensamientos, sentimientos y acciones hacia dichos intereses. Ninguno de dichos modos de pensar puede garantizar el acierto de las acciones. Sin embargo, el pensar convergente garantiza la buena dirección mental y esta, a su vez, es la que garantiza los mejores procesos evolutivos para los conjuntos y los individuos.
El problema más agudo que nos ataca a todos por igual en virtud del clima de violencia que ya se vive en el mundo, está inspirado en sesgos, creencias y patrimonialismos fuera de la realidad, es sin duda que los líderes en todo orden geográfico se encuentran perdidos en sus diferencias sin poder acertar que curso de acción tomar para “salvar” su diversidad sin destruirse a sí mismos.
La humanidad solo existe conceptualmente. Somos un conjunto de civilizaciones y culturas, producto de una atropellada evolución que pasó por demasiada violencia en el transcurso. Las guerras y la violencia en general no resuelven, podrán someter pero no tienen como propósito deliberar y concluir en acuerdos aceptables para todos, porque la aceptación requiere transformarse a uno mismo y a sus conjuntos involucrados.
La solución no son Trump, Putin, Netanyahu, Maduro, etc., todos representan el mismo rancio pasado que los produjo. Algunos como Putin el monarquismo extensionista, la teocracia, la esclavitud conformista, y en general la negación de todo futuro a través de la transformación y la convergencia deliberativa, y como consecuencia la aceptación del “otro” como yo equivalente.