Por Ernesto Ángeles
La mancomunión entre Donald Trump, Elon Musk, Peter Thiel y otros magnates de la tecnología traerá consecuencias que resonarán en todo el mundo, tales resultados incluirán la búsqueda del fortalecimiento internacional del poder y rol de las empresas de tecnología de Estados Unidos, el ataque a las regulaciones de otros países, el bloqueo diplomático y comercial de tecnología de China y Rusia, así como la trasformación de los espacios digitales, misma que se reforzará con las otras medidas.
En lo que respecta a la transformación de los espacios digitales, ésta tendrá una manifestación estructural y una funcional, la transformación estructural del sistema tecnológico estará determinada por la superioridad tecnológica estadounidense y su competencia hegemónica con China; mientras que la transformación funcional se centrará en la promoción de ciertos valores, así como una postura más laxa de la presentación e interpretación de hechos, tanto contemporáneos como históricos.
Asimismo, la transformación funcional ocupará un lugar especial en la agenda política de Trump y Musk, ya que en ésta radicará el elemento cultural que dé forma al proyecto político de Estados Unidos que está planeando Trump y su círculo.
En este proceso se buscará influir en los espacios digitales, especialmente en lo que concierne la promoción del progresismo, ya que es probable que haya un viraje hacia el conservadurismo, proteccionismo, nacionalismo y otras voces más radicales, así como se puede ver en algunas plataformas con acciones como en X o Meta: influir en la promoción de discursos por medios técnicos; permitir y promover voces y opiniones que antes habitaban los confines de internet bajo una supuesta libertad total de expresión; la persecución de ciertos perfiles y narrativas por medio de la deplataformización y el shadow banning (como pasó con el apoyo a Rusia o Palestina); así como la propaganda, mucha de esta anticomunista y anti China, etc.
En este escenario surgen una serie de preguntas que, si bien no se responderán en este texto, es importante plantearlas, especialmente en México, un país que depende económica y tecnológicamente de Estados Unidos y cuya vecindad con ese país le puede costar una nueva invasión.
Entre estas preguntas podemos pensar ¿Cómo afectará la relación de Trump con los magnates de la tecnología en temas como la desinformación y el engaño digital? ¿Cómo se van a transformar los espacios digitales? ¿Cómo regular a los negocios tecnológicos sin regularlos directamente o cómo negociar frente a las empresas tecnológicas si tienen un poderoso y agresivo gobierno tras de sí apoyándolas? ¿Cómo esta relación va a impactar en la renegociación del T-MEC? ¿Cómo la desinformación y los mensajes de odio digitales van a extenderse después que Trump y Musk asciendan al poder? ¿Cómo la promoción político-ideológica del trumpismo va a afectar el sistema político mexicano?
Así como sucedió en el primer periodo presidencial de Trump, una de las principales víctimas de esa administración fue el desgaste de ciertas cosas que se consideraban como verdades, algo a lo que Trump denominaba “Fake news”, las cuales incluían temas como las vacunas, la migración o el cambio climático; por lo que es probable que una segunda administración tendrá un impacto más profundo.
Si a esto le sumamos el ímpetu que ha cobrado el proyecto conservador a nivel internacional, es posible pensar que no sólo se permitirá la infodemia con fines político-económicos, sino que se promoverá de alguna u otra manera, tal como fue posible observarlo en el pasado proceso electoral en Estados Unidos con un Elon Musk volcado totalmente en la infodemia con troles, bots, discursos falsos y hasta inteligencia artificial.
En México ya es posible observar este fenómeno, sobre todo en la plataforma X, con una promoción constante de personajes y temas de oposición y de personajes conservadores y libertarios por sobre otras voces, evidenciándose una parcialidad algorítmica.
Y dado que el desmentir las falsedades no es un acto concluyente, sino que es un proceso que requiere pedagogía, recursos y medios; pero también autoridad, no una plena, prepotente y excluyente, sino una abierta, responsable, cambiante e interactiva. ¿Qué acciones concretas tiene que ejercer el Estado para luchar contra la desinformación?
En el debate sobre la libertad en espacios digitales se suele olvidar que no sólo está en juego la libertad de expresión, sino también libertades como la participación y la autorrealización políticas, la dignidad moral y el bien común. En este escenario el discurso de odio, la desinformación y la manipulación ponen en riesgo la participación política, el honor de las personas, así como el ejercicio democrático, por lo que cabría preguntarse si vale la pena seguir ponderando a la libertad de expresión en espacios digitales por sobre otras libertades.
Empero, el combate a la desinformación no sólo se puede hacer atendiendo el discurso -lo que sería la peor medida por su autoritarismo- sino que se puede hacer también por medios técnicos, sociales y hasta económicos, por lo que el tema aquí es la iniciativa política.
Por ejemplo, el hacer pública la actividad que incide en la vida pública puede ayudar a la auto moderación, pensemos en Twitter antes de Elon, el hecho que está plataforma tuviera sus likes públicos cumplía un objetivo de hacer responsable y transparentes las influencias, preferencias, activismo y demás características de usuarios, por lo que su anonimidad hizo más proclive a las personas el dar rienda suelta a preferencias que atentan contra otros como el machismo, racismo, clasismo, xenofobia, homofobia, transfobia, etc.
Sin embargo, pese a todo lo anterior, hay que tener en mente que el proceso de transformación de los espacios digitales no será ni fácil ni exento de conflictos, ya que ni siquiera al interior de Estados Unidos hay un consenso sobre los valores que se deberían ponderar y promocionar; por tanto, tampoco uno en qué Estados Unidos quieren construir; y aunque personajes tecno-económicos como Zuckerberg, Bloomberg o Bezos harán lo posible para mantener sus negocios en buenos términos con la administración trumpista, resulta difícil pensar que no habrá una competencia política de fondo con el fin de regresar a ser los grupos en el poder o privilegiados por este, como ahora le toca a Musk.