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El literario encanto de las librerías de viejo

Por Vicente Francisco Torres

Siempre me han cautivado las librerías de viejo porque están envueltas en un aire de misterio y de aventura. Allí se pueden encontrar los libros que no están en alguna biblioteca pública o en una librería que venda los éxitos que dictan las editoras transnacionales, esas que siempre anteponen los dictámenes de venta a los dictámenes de calidad. Quizá las atesore algún académico que solo deja ojearlas a sus amigos.

Quien entra a una librería de viejo va siempre en busca de una aventura, tras el encuentro del libro no pensado pero que sabe es necesario leer; así se hacen las bibliotecas personales que son un proyecto de lectura. Quizá encuentre un ejemplar autografiado por un personaje importante. Quizá se tope con un libro bellamente empastado o con una extraña edición. Hay quien ama algunos libros y adquiere todas las versiones que encuentra. Así me sucede con La vorágine, de José Eustasio Rivera. Tengo unas por sus ilustraciones, otras por sus prólogos y unas más por sus amplios estudios, aunque no siempre resulten iluminadores.

Hubo un tiempo en que los amantes de los libros acudíamos a La Lagunilla en nuestras pesquisas, pero luego ese tianguis encareció todo, o vendían solo obras encuadernadas en piel que luego se popularizaron en ediciones para los supermercados.

Conocí un remanso llamado Los Clásicos que, primero, estaba en Donceles, casi esquina con Allende; en contraesquina con la Asamblea Legislativa. Luego se mudaron a República de Cuba y allí podía uno toparse con Alí Chumacero u otro personaje de menor valía. Los Clásicos era el prototipo de la librería de viejo porque cuando compraba algún lote, este llega a una mesa central en donde los libreros, antes de ponerlos a la venta, les ponían precio en una clave hecha de letras. Sus precios eran accesibles para los bolsillos del conocedor lo mismo que para los bolsillos del estudiante pobre. La picota ya acabó con Los Clásicos.

Hoy solo quedan las librerías de la calle de Donceles que domina una familia: venden sus libros a peso de oro y los compran por kilo, como quien adquiere un depósito de periódico viejo. A la entrada hay un grupo de cancerberos que siempre preguntan lo que uno busca y mandan a un empleado a que mire los estantes. Si uno pide permiso, puede pasar, pero como ya dije, los precios espantan al más bragado. Quizá sus clientes solo sean investigadores universitarios que llevan la cartera bien alimentada.

Los amantes de los libros pasamos de largo frente a esos remedos de librerías de viejo.

He dado toda esta vuelta porque quiero hablar de dos novelas: Mis días en la librería Morisaki y Una velada en la librería Morisaki, ambas del escritor nipón Satoshi Yagisawa (Chiba, Japón,1977), y ambas publicadas en México por Letras de Plata, en 2023. En la primera se cumplió el milagro que conocieron los escritores del boom latinoamericano: la feliz coincidencia de la calidad con el éxito de ventas. Ya tenemos incluso una película basada en ella.

Su historia combina la modernidad de Tokio con el mundo tradicional de las casas encaramadas en los acantilados y los rituales de alimentación y convivencia. El escenario es un barrio lleno de librerías de viejo y editoriales en donde los lectores buscan a sus clásicos lo mismo que a sus autores más modernos. Estas calles colmadas de antiguos inmuebles de madera están junto a la estación del metro. La librería del señor Morisaki es el escenario de la primera parte de esta encantadora novela, pero por ella no solo fluye la sabiduría de sus volúmenes sino la vida silente y melancólica de sus personajes.

Takako es una joven que no acepta la propuesta de su amado, quien está a punto de casarse y le pide que sea su amante. La muchacha huye dejando su empleo en Tokio y busca asilo en la librería de su tío. Ella no es lectora y al principio se asfixia en ese local de madera crujiente, con libros apilados por todas partes; las ideas del tío le parecen anacrónicas, propias de un hombre que se resignó a vivir con los escasos recursos que le da su modesto negocio, pero poco a poco se va enamorando del lugar y de los libros gracias a la conducta de su tío y a las conversaciones que mantienen. Tanto que, cuando conocemos los pensamientos de la joven de 25 años, vemos que ha ido madurando al mismo tiempo que vive su propia historia de amor.

Su tío es un hombre sabio pero triste y pronto aparecerá su esposa, la tía Momoko, que lo había abandonado y surge así una historia de amor muy extraña, porque nace de una convicción muy sutil de la tía pero que nos hace trocar la sorpresa por la comprensión.

Dos novelas de Satoshi Yagisawa. (Letras de Plata)

La ambientación del barrio librero, los amores que corren como ríos subterráneos y la fragilidad de los personajes, amén de la convivencia del mundo tradicional de las montañas con el ajetreo de la cercana ciudad de Tokio, hacen una mezcla llena de ternura, sorpresa y delicado trazo de un puñado de personajes que se vuelven entrañables.

Una velada en la librería Morisaki está ambientada, otra vez, en el barrio Jinbocho, en Tokio, que cuenta con 170 librerías y tiene como personajes principales a quienes conocimos en la anterior novela de este escritor, que pone inteligencia y ternura en cada una de sus páginas. A sus 47 años de edad, conoce a los muchachos y a los viejos, las ideas fijas de los segundos y la inestabilidad de los jóvenes dominados por el teléfono celular. En esta segunda novela, los personajes ya conocidos crecen en profundidad. Takako, la narradora, ya ama la vetusta librería Morisaki que le sirvió de refugio después de su fracaso sentimental. Ahora conoce el oficio y sabe de libros. Por ella nos enteramos de que hay ferias de libreros de viejo, subastas y comunicación entre los singulares comerciantes que aman su oficio. Habla de los buscadores de primeras ediciones, de ediciones ilustradas, de coleccionistas de libros raros o autografiados; presenta a los hombres mal vestidos que gastan abundante dinero en libros; y también sabe de los buscadores que viven de comprar libros baratos que luego revenden.

Una velada en la librería Morisaki es una extraña y doliente historia de amor, aderezada por los sentimientos sutiles de la muchacha narradora. Entre los varios méritos del libro está la prolongada dramatización de la agonía de la tía Momoko y un conjunto de reflexiones sobre la importancia de los libros aunque el final de la novela el tío Satoru, que ha heredado la librería de su abuelo y de su padre se pregunta, y nos pregunta, qué pasará con los libros de segunda mano con la llegada del libro electrónico.

Imagen portada: Especial / Librotea

Fuente:

// Con información de MILENIO

Vía / Autor:

// Staff

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Autor: Staff
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