Por Félix Cortés Camarillo
No necesitaba el mundo agregar a sus preocupaciones las consecuencias que los incendios forestales de California están dejando, y cuando cesen dejarán por largos años, en la economía de los Estados Unidos, que cuando cae salpica. Y harto.
Ya teníamos suficientes motivos para estar en agigolones, con el arribo de Donald Trump y sus ansias imperiales a la Presidencia del por ahora el país más poderoso del mundo. Los adelantos explícitos hechos por el pelipintado personalmente, o por los compinches designados para acompañarle y cuya aprobación es en la mayoría de los casos un mero trámite en estos días en el Senado dominado, así sea por tres votos, por los republicanos, ya nos pintan el malhadado povenir inmediato que nos espera, especialmente a los mexicanos.
El Coronel Ronald Johnson, Tom Homan y Marco Rubio, bajo la supuesta estrecha supervision de Elon Musk, a quien le interesa principalmente cuidar sus negocios, encabezan la fuerte ofensiva de Trump que afectará a México. Si Pete Hegseth aprueba ese sencillo obstáculo será secretario de la Defensa para completar el poker de aces de los halcones trumpianos.
Ronald Johnson será el embajador de Trump en México: NO es diplomático. Tiene historial de la milicia y la CIA, además de dos años asesorando como embajador en El Salvador en la lucha contra las maras. Nada de abrazos, ¿eh?
Tom Homan será desde el lunes el zar de la migracion; ya se expresa como Zar: grandes deportaciones de inmediato. Va a ordenar la toma del Tapón del Darién, que es una zona selvática de Panamá que es el primer reto que los migrantes tienen que cruzar para seguir al Norte.
Marco Rubio, descendiente de cubanos de Miami, será el secretario de Estado, equivalente a Relaciones Exteriores. En pro de la anexión de Groenlandia, la recuperación del Canal de Panamá y toda la política expansionista.
Pete Hegseth, como secretario de la Defensa, ha de coordinarse con la CIA para acudir con armas modernas o soldados tradicionales, a la caza de los capos mexicanos de la droga, una vez que el Presidente Trump les haya puesto la etiqueta de terroristas que amenazan la seguridad nacional de los Estados Unidos.
¿Que por qué titulé estas letras como El Año de Hidalgo?
La picaresca mexicana afirma que el último año de un gobernante, cualquiera, es el año de Hidalgo: es un pendejo el que deje algo. Hay que llevarse hasta los lápices porque los que vienen son muy ratas.
No es el caso del Presidente Biden, desde luego. Pero lo cierto es que ha estado haciendo todo lo que puede en sus últimos días en el poder para ejercerlo, y dejar una buena imágen. Ha dado el perdón presidencial a quienes Trump hubiera preferido que se pudrieran en el bote; amplió la posibilidad de legalizar a miles inmigrantes en peligro.
Y, bajo la manga, en el terreno internacional, no se sorprendan si antes del lunes se anuncia desde Qatar la firma de una cierta paz entre Israel y los palestinos: será un logro que Trump quería colgarse en el pecho.
No será el año de Hidalgo, pero algo es algo.
Dicen que la esperanza, como Dios en el vals, nunca muere. A los mexicanos sólo nos queda la esperanza de que Trump sea un hocicón que no cumple todo lo que amenaza.
PARA LA MAÑANERA DEL PUEBLO (porque no me dejan entrar sin tapabocas): Señora Presidente: no la invitaron a la toma de posesión de Trump. Una no invitación es una forma de rechazo. Claro que antes no se invitaba a mandatarios, pero ahora sí. Viendo la lista de convocados, yo le recomiendo decir lo que decía mi señor padre en esas circunstancias: de mejores fiestas me han corrido; y no he volvido.