Por Helios Ruiz
La reciente toma de posesión de Donald Trump como el 47º presidente de los Estados Unidos ha reavivado debates intensos sobre el futuro de la política internacional y, particularmente, sobre la relación entre México y su vecino del norte. La contundencia con la que Trump ha retomado su agenda migratoria y de seguridad, declarando emergencia en la frontera sur, enviando militares y calificando a cárteles y pandillas como organizaciones terroristas, no sorprende, pero sí marca el inicio de una etapa de grandes desafíos para los gobiernos que se cruzan en su camino.
Para quienes observamos con detenimiento las dinámicas políticas, resulta crucial entender que Trump, más que un político tradicional, es un negociador estratégico. Este rasgo, que le ha permitido destacarse tanto en el mundo empresarial como en la política, no solo define su estilo, sino que también dicta la naturaleza de sus relaciones internacionales. Trump tiende a colocar sus demandas en el extremo más alto, dejando claro que está dispuesto a tensar cuerdas hasta el límite para obtener concesiones. En este contexto, México se enfrenta a una presión inédita que requerirá habilidad, prudencia y un equipo negociador experimentado.
La presidenta de México, Claudia Sheinbaum, llega a este momento histórico con una visión que busca consolidar la soberanía y fortalecer la posición del país en la arena internacional. Sin embargo, enfrentarse a Trump requiere algo más que discursos firmes y principios inamovibles. Como la historia ha demostrado, con Trump la estrategia de confrontación directa suele ser contraproducente. En lugar de ello, lo que se necesita es pragmatismo, astucia y, sobre todo, discreción.
La experiencia del pasado ya ha dado lecciones importantes. En la primera administración de Trump, el entonces presidente López Obrador adoptó una estrategia de equilibrio que oscilaba entre el discurso público firme y las negociaciones tras bambalinas. Este enfoque permitió a México evitar choques directos con la Casa Blanca mientras se mantenían abiertos los canales de comunicación necesarios para resolver temas complejos como el T-MEC o la contención migratoria.
Sheinbaum tendrá que construir su propio camino, uno que reconozca que la relación con Estados Unidos no es entre iguales en términos de poder, pero que aún puede ser negociada desde una posición de dignidad y cooperación. Para ello, es imperativo contar con un equipo negociador que entienda no solo los intereses mexicanos, sino también las complejidades del sistema político y económico estadounidense. Aquí surge una pregunta inquietante: ¿México está realmente preparado para este nivel de negociación?
Uno de los elementos más intrigantes del discurso de Trump durante su toma de posesión fue su agradecimiento al voto latino, un gesto que podría parecer contradictorio frente a sus políticas migratorias y su retórica divisiva. Sin embargo, este agradecimiento no es casual. Trump ha comprendido que el voto latino es diverso y que hay segmentos de esta población que, por razones económicas, culturales o ideológicas, encuentran resonancia en su mensaje.
Esto no significa que la comunidad latina en su conjunto apoye su agenda, pero sí refleja un fenómeno que los líderes políticos en México y América Latina deben observar con atención: el descontento y el enojo de las poblaciones pueden ser canalizados de maneras inesperadas. Trump ha demostrado ser un maestro en capturar esos sentimientos y convertirlos en capital político. Para México, entender esta dinámica será crucial, no solo para anticipar los movimientos del presidente estadounidense, sino también para reforzar su propia narrativa frente a los mexicanos que viven al otro lado de la frontera.
La declaración de los cárteles como organizaciones terroristas es un tema que genera preocupación en toda la región. Si bien esto no implica una intervención militar inmediata, sí abre la puerta a medidas más agresivas por parte de Estados Unidos, como sanciones económicas y presiones diplomáticas directas. En este punto, la colaboración entre México y Estados Unidos será fundamental, pero debe estar basada en un entendimiento claro de los límites y las responsabilidades de cada país.
Además, este tipo de declaraciones suelen polarizar aún más las relaciones bilaterales, poniendo a México en una posición en la que tendrá que equilibrar la cooperación con la defensa de su soberanía. Esto no será fácil, especialmente en un contexto global donde las tensiones geopolíticas son cada vez más complejas y donde otros actores, como Canadá, ya están tomando posiciones claras y estratégicas.
El liderazgo de Sheinbaum será puesto a prueba en múltiples frentes: desde la negociación del T-MEC hasta la implementación de políticas internas que respondan a las demandas de seguridad y desarrollo económico de la ciudadanía. La clave estará en construir un discurso que sea firme hacia el interior, pero pragmático y flexible hacia el exterior.
Además, será fundamental evitar caer en la trampa de la polarización que Trump ha sabido manejar con tanta maestría. En lugar de responder con agresividad, México debe posicionarse como un socio estratégico, dispuesto a colaborar pero sin comprometer sus principios fundamentales.
La presidencia de Trump 2.0 representa un desafío para México y el mundo, pero también una oportunidad para demostrar que es posible navegar las aguas turbulentas de la política internacional con inteligencia y determinación. En este contexto, el liderazgo, la estrategia y la capacidad de negociación serán las herramientas más valiosas para construir una relación que, aunque desigual, pueda ser mutuamente beneficiosa.
El futuro está en juego, y solo aquellos que entiendan las reglas del juego podrán adaptarse y salir fortalecidos. México tiene la capacidad de hacerlo, pero el tiempo apremia, y las decisiones que se tomen en los próximos meses serán cruciales para definir el rumbo de los próximos años.
