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Migrantes huyeron del ‘narco’ y Donald Trump los expulsó de los EU

Los sicarios lo obligaron a ver cómo cavaban su tumba, escapó, encontró refugio en EU y se topó con Trump. Ahora reza en un albergue. “No podemos volver, el narco nos mata”.

Por Manu Ureste

Valeria, una guerrerense de 26 años, creía que esa noche tenía ante sí la imagen nítida de un fantasma. Y no lo dice en sentido figurado. De verdad creía aterrorizada que la imagen de su esposo Jonathan, un joven campesino dedicado al cultivo del mango que pide proteger su identidad por razones de seguridad, era un fantasma que se le había aparecido en las penumbras de la noche; informó MILENIO.

Unos días antes, la mañana del 8 de octubre de 2024, uno de los muchos cárteles que operan en la costa de Guerrero lo había levantado mientras compraba en un puestito de aguas frías, antes de irse al campo, a recolectar fruta en un pequeño terreno que tiene rentado en su comunidad.

El motivo: Jonathan, de 27 años, alto, delgado, tez cobriza y ojos de pestañas largas, vivía con su esposa en una ranchería en guerra con el grupo delictivo de la comunidad vecina, de donde él es originario. Pecado mortal en muchas regiones de México dominadas por el narco donde, a lo montescos y capuletos, el simple hecho de vivir en territorio de los contras –así sea por amor– es percibido por los cárteles como un motivo de traición.

La presencia criminal en distintas comunidades y municipios de México vulnera la seguridad de sus habitantes | Milenio
La presencia criminal en distintas comunidades y municipios de México vulnera la seguridad de sus habitantes | Milenio

–Namás meterme a la camioneta, me encapucharon, me amarraron las manos, y comenzaron a darme un chinguero de culatazos con los rifles –dice y se toca el costado izquierdo por debajo de las costillas.

Jonathan traga saliva al recordar la escena.

–Eran puros morros los sicarios. Y pue’ namás les decía que no, ¡que sólo ando en el mango! Pero les daba igual. Me seguían golpeando y diciéndome que era un ‘oreja’ y que pasaba información pa’l otro bando. 

Jonathan fue secuestrado y estuvo a punto de ser asesinado pero logró escapar. El matrimonio y sus niñas de menos de cinco años pasaron a convertirse en desplazados forzados. Un fenómeno que ha afectado entre 2016 y 2021 a casi 380 mil personas, de acuerdo con un estudio de 2023 de la Comisión Mexicana de Defensa y Promoción de los Derechos Humanos; siendo Michoacán (con 26 mil 508 desplazados), Guerrero (23 mil 598) y Chiapas(22 mil 070), las tres entidades con más casos. Y donde los grupos que se disputan las plazas son múltiples, entre ellos: Cártel de Jalisco Nueva GeneraciónCártel de Sinaloa y La Familia Michoacana. 

Un imponente muro en la frontera separa a los migrantes desplazados por la violencia de la esperanza de iniciar una nueva vida | Manu Ureste
Un imponente muro en la frontera separa a los migrantes desplazados por la violencia de la esperanza de iniciar una nueva vida | Manu Ureste

Ahora, la tarde del 19 de enero, un día antes de la toma de posesión de Donald Trump en Washington D.C., Jonathan, Valeria y sus hijas están en Tijuana a miles de kilómetros de las playas de Guerrero, y a tan sólo un par de cuadras, literal, del enorme y serpenteante muro fronterizo de color ocre que ansían cruzar para llegar a Estados Unidos en busca de refugio. 

Se alojan en el albergue Ágape, en una solitaria colonia popular repleta de coches desguazados y abandonados, en una ciudad que continúa estando entre las más peligrosas y violentas –1 mil 574 asesinatos sólo en 2024, 131 todos los meses–, esperando el momento de su cita para exponer su caso ante las autoridades de asilo estadounidenses. Y no son, desde luego, los únicos. 

Migrantes esperaban se le ablandara el corazón al señor Trump

El regreso de Donald Trump a la Casa Blanca se llevó consigo el anhelo que miles de migrantes tenían por entrar a Estados Unidos | Manu Ureste
El regreso de Donald Trump a la Casa Blanca se llevó consigo el anhelo que miles de migrantes tenían por entrar a Estados Unidos | Manu Ureste

Por la vieja y agrietada cancha sin porterías de este modesto albergue que dirige un pastor evangélico y activista puertorriqueño, Albert Rivera, caminan taciturnos y silenciosos migrantes chiapanecos, tabasqueños y michoacanos, todos en la misma situación: tener que huir del país para salvar sus vidas.

Como Tamara, de Cárdenas, Tabasco, que busca refugio luego de que su pareja fuera asesinada por el crimen organizado y a ella la amenazaran, en un contexto en el que los homicidios subieron 140% en 2024 en esta entidad del sur y el narcomenudeo 700%. O Pedro, un michoacano de apenas 17 años, que tras permanecer secuestrado en la casa de seguridad de un cártelno tuvo más remedio que entrar a “la maña”, la delincuencia organizada, hasta que un día pudo escapar. En represalia, el cártel quemó la casa de su padre y agredió a su madre.

Todos, Pedro, su pareja, sus padres y hermanos, huyeron hacia el norte, a Tijuana, donde al igual que cientos de migrantes sudamericanos y centroamericanos que se agolpaban en la garita fronteriza de El Chaparral-San Diego, se encontraron el 20 de enero con un fatídico correo electrónico que, escuetamente, les notificó con sorpresa que el programa de refugio y las citas a través de la aplicación CBP One, por las que tanto habían luchado, habían sido canceladas.

La cancelación de las citas de CBP One dejó a la deriva y sin opciones a migrantes vulnerables en Tijuana | Manu Ureste
La cancelación de las citas de CBP One dejó a la deriva y sin opciones a migrantes vulnerables en Tijuana | Manu Ureste

De nada sirvieron los rezos y las súplicas con los ojos cerrados y la mirada puesta en el cielo de los migrantes de todas las nacionalidades que se tomaban de las manos para que se le “ablandara el corazón al señor Trump”; escenas que se repitieron horas antes de la toma de posesión en varios albergues, como Ágape y Juventud 2000. Pero Trump, desde el minuto uno de su nuevo gobierno, cumplió con la amenaza de declarar la guerra a la inmigración, incluyendo a los miles de solicitantes de refugio que, como Jonathan, Valeria y Pedro, huyen del narco.

–Ahora no sabemos qué hacer –coinciden en responder los desplazados ante esta situación–. Pero una cosa es segura: para atrás no podemos volver. En nuestras comunidades el narco nos mata.

El cártel lo secuestró y acusó de ser un soplón

En el albergue de Tijuana aguardan decenas de migrantes que huyeron de la violencia de sus comunidades | Manu Ureste

Ágape tiene alojadas a unas 100 personas en barracones con literas, donde los niños corretean por el patio ajenos a todo. Lo dirige el pastor Albert Rivera, un hombre sesentón de pelo gris y gesto afable, de cuya oficina –con suelo de madera, viejos sofás y un pequeño escritorio con impresora– sale un aroma a café recién hecho. 

En este patio, vestido todo de negro –con chamarra con capucha con la que se cubre del frío, del sol corrosivo y el fuerte viento que viene cargado de tierra de la inclemente frontera–, Jonathan continúa narrando que después de que lo levantaran, lo llevaron a otro lugar donde otra camioneta ya lo esperaba. Ahí otros sicarios comenzaron a torturarlo poniéndole unas pinzas en los dedos de las manos con la amenaza de mocharlos –uno por uno– si no hablaba. 

Pronto le propinaron más culatazos de cuernos de chivo, pero en la cara, y le clavaron unas “agujas muy finas” en la cabeza y la espalda. “Habla y no nos eches mentiras. ¡Dinos para quién trabajas!”, le gritaban, acusándolo de pasar información al cártel rival. Pero ante la misma respuesta, de que sólo era un campesino, los sicarios lo hincaron y lo obligaron a ver cómo cavaban una fosa estrecha y rectangular en la tierra. Su tumba.

Jonathan busca junto a su familia cruzar a Estados Unidos tras haber sido víctima de un violento episodio | Milenio
Jonathan busca junto a su familia cruzar a Estados Unidos tras haber sido víctima de un violento episodio | Milenio

–El pozo ya iba como por aquí –dice llevándose las manos a las rodillas de sus pantalones desgastados–. Ya pensaba que no iba a volver a ver a mi señora ni a mis hijas. 

Este episodio lo narra ante la mirada distante y cansada de otra familia, la de Pedro, sentados juntos en unas bancas de piedra mientras comen unas manzanas en silencio. Ahí cuenta que, de pronto, por las radios de los sicarios alguien dijo que no lo enterraran ahí y que mejor se lo llevaran “pa’l empedrado”. 

–Todo el mundo sabe que en ese lugar no dejan a personas vivas –interviene su esposa Valeria con un hilo de voz–. Ahí llevan a puros muertos. 

Antes de que lo subieran a la cajuela de una camioneta, Jonathan dice que alguien se apiadó de su suerte. “O fue Dios, quién sabe”, dice. Y le puso con disimulo las llaves de las esposas en una de sus manos. Después, cuando la camioneta llegó al terreno empedrado y el copiloto abrió la puerta para sacarlo, Jonathan, ya con las manos liberadas, salió corriendo disparado hacia los cerros. Detrás de él una jauría de balas lo perseguía, aunque ninguna le acertó y pudo huir entre la maleza y los árboles que lo protegieron.

Ninguna de las balas de los sicarios que lo secuestraron logró alcanzar a Jonathan | Milenio
Ninguna de las balas de los sicarios que lo secuestraron logró alcanzar a Jonathan | Milenio

A las cinco de la tarde de ese mismo día, el joven cuenta que llegó exhausto al pueblo de su padre, donde se refugió en espera de su esposa, quien ya salía desesperada a buscarlo en una cuatrimoto. Valeria dice que había recibido informaciones contradictorias. Primero, su padre la desaconsejó de que lo buscara, “porque quién sabe en qué andaría con los del pueblo de al lado”, dijo. Luego le informó que un amigo suyo lo llamó por teléfono y le avisó que ya se lo habían llevado “pa’l empedrado”, muy probablemente estaría muerto. Hasta que más tarde, una de sus hermanas le avisó que se había escapado y estaba esperándola.

–Yo pensaba que eran puros cuentos para que ya me regresara –dice Valeria y a continuación respira muy hondo.

Sus niñas corretean traviesas por el albergue de Tijuana junto a los hijos de otros desplazados; infancias suspendidas en este contexto migrante sin ir a la escuela y pasando riesgos que no deberían conocer a su corta edad. Su madre las mira y cuenta que cuando volvió a ver a su esposo no quería ni tocarlo por miedo. “Creía que era un fantasma”, recalca, mientras a Jonathan, que se ajusta la capucha de la chamarra para ocultar su cara, se le salen dos lágrimas. 

–Era como si estuviera en un sueño –continúa diciendo la mujer–. Estaba como ida, hasta que ya lo abracé y me di cuenta que sí, que era mi esposo y estaba vivo. Mi hija y yo lo abrazamos. Venía mucho muy golpeado de su cara, tenía los pómulos hinchados y los ojos cerrados. Casi me lo matan. 

Un viaje frenético de autobuses los llevó a Tijuana

A pie, en camiones, trailers sin regulación, miles de migrantes recorren México vía terrestre hasta llegar a la frontera norte | Manu Ureste
A pie, en camiones, trailers sin regulación, miles de migrantes recorren México vía terrestre hasta llegar a la frontera norte | Manu Ureste

Después de huir a la ranchería de sus padres, Jonathan y su esposa estuvieron escondidos un par de días. Hasta que una noche, a eso de las once, la mujer narra que escucharon un murmullo lejano, como si fueran “avispones”. Desde el cielo dejaron caer explosivos cerca de la casita de sus suegros, removiendo la tierra, haciendo tambalear los cimientos. A la fecha, comentan que no saben si era un ataque dirigido en contra de ellos, o contra alguien más en la comunidad.

–Pensaba que estaba temblando –dice la mujer con los ojos negros muy abiertos, para explicar a continuación que, en realidad, se trataba de drones, probablemente del Cártel de Jalisco Nueva Generación, pues abundan notas de que este grupo utiliza estos aparatos para eliminar a sus objetivos desde el aire. Así sucedió, por ejemplo, en febrero de 2024, cuando cuatro soldados del Ejército fueron emboscados y asesinados por drones en Tepalcatepec, Michoacán. 

A la mañana siguiente, el matrimonio reunió sus pertenencias, a sus hijas, y salió huyendo casi con lo puesto. Fue un viaje frenético de autobuses, pánico a volver a encontrarse con aquellos sicarios, de ir escalando poco a poco con discreción hacia el norte. Ya en Tijuana, en el albergue Ágape les explicaron cómo podían aplicar para una cita a través de la CBP One, con la que el pasado gobierno de Joe Biden dio asilo en cuatro años a más de 500 mil personas, según un informe del Instituto de Política Migratoria de diciembre de 2024. 

Lo tuvimos que dejar todo–musita ahora Valeria, con la mirada clavada en el suelo–. Nuestros muebles, nuestra casa, ocho años de trabajo juntos. Todo nuestro esfuerzo, toda nuestra vida, pues, se quedó allá en el rancho.

En su travesía por llegar a Estados Unidos los migrantes empacan su vida y dejan atrás su patrimonio, familia y vínculos afectivos | Manu Ureste
En su travesía por llegar a Estados Unidos los migrantes empacan su vida y dejan atrás su patrimonio, familia y vínculos afectivos | Manu Ureste

A continuación, el periodista le pregunta qué piensa de Trump y de su particular cruzada contra la migración, sobre todo contra la mexicana y los más de 4 millones de indocumentados que busca expulsar a partir de redadas masivas que, básicamente, se convertirán en cacerías de personas. Le digo que a partir de ahora los agentes de protección fronteriza y de aduanas podrán realizar redadas incluso en escuelas, iglesias y hospitales; lugares que antes eran considerados santuarios para los migrantes.

–Es cierto, Trump no quiere a los mexicanos allá, pero él tiene que saber que quién decide si entramos a Estados Unidos es Dios, no él –advierte Valeria solemne–. No hay nadie en la Tierra con más poder que Dios. Y esperamos que Él nos quiera dar una recompensa a los emigrantes, por todo lo duro que hemos vivido y pasado. Porque ahora tenemos techo y una cama, y estamos agradecidos con este albergue, pero lo que necesitamos es tener nuestra vida de vuelta.

Lo obligaron a trabajar de sicario y a cargar un AK-47

Para muchas de las víctimas de desplazamiento forzoso, regresar a sus comunidades no es opción | Manu Ureste
Para muchas de las víctimas de desplazamiento forzoso, regresar a sus comunidades no es opción | Manu Ureste

Pedro, de 17 años, se dedicaba al cultivo de aguacate en Michoacán. Dice que está flaquillo por los nervios, la ansiedad y la depresión que lo consumen desde que escapó de Los Viagras. El cártel que lo levantó cuando salía de una farmacia y lo tuvo recluido un mes en una casa de seguridad –junto a otros cinco “morrillos”–, hasta reclutarlo a la fuerza como sicario. No ha podido dormir ni una noche sin sobresaltos. O sin despertarse con gritos entre pesadillas. A pesar de que lleva meses refugiado junto a su familia en Tijuana, lejos de aquel infierno que vivió en su comunidad, de la que tampoco puede decir su nombre.

Esta tarde del 21 de enero –el día post-Trump–, Pedro también está en el patio del albergue que dirige Albert Rivera. Los refugiados colaboran en el mantenimiento del refugio, barren y limpian, mientras que las mujeres, como Tamara que también huye del narco, prepara unos frijoles refritos en el fogón de la cocina. Ahora el aroma de la comida va llamando al comedor de mesas y bancas de madera.

–Aún tengo mucho miedo de encontrarme con alguno de ellos aquí. Me trataron muy mal. Me tablearon, me tuvieron encerrado, me daban de comer cada tres días y el agua la tomaba de las barranquitas. Y pues te amenazan, te dicen que si no entras al cártel van a matar a toda tu familia. ¿Y qué más puedes hacer, pues? –pregunta el menor de edad, que también viste una chamarra para protegerse del viento gélido del ocaso que comienza a caer sobre Tijuana.

Una vez ya en el cártel, a Pedro le pusieron entre sus manos menudas y frágiles un pesado rifle AK-47, un cuerno de chivo, que le hizo temblar todo el cuerpo. Junto a los otros “morrillos” reclutados, los traían “peleando todo el día” bajo los efectos del cristal y la cocaína “para que se nos quitara el miedo de pelear con otras gentes”.

El temor de volverse a encontrar a sus agresores persiste en los desplazados aún y a kilómetros de distancia | Manu Ureste
El temor de volverse a encontrar a sus agresores persiste en los desplazados aún y a kilómetros de distancia | Manu Ureste

–Nos mandaban siempre por delante para abrir paso, y ya detrás entraban los que sí estaban en el cártel voluntariamente. Nosotros éramos carnada.–

¿Tuviste que matar a alguien? –pregunto.

Pedro, que aún tiene rostro lampiño, mete las manos en los bolsillos de su chamarra y niega tajante con la cabeza.

–No, yo siempre disparaba para el viento –sonríe como si estuviera hablando de una travesura de niño malo–, porque no sabía si esas otras personas también estaban ahí a la fuerza como yo.

Después de un intercambio de plomo, el chico aprovechó la confusión para escapar por los cerros, con la complicidad de otro compañero reclutado que lo ayudó, mediante llamadas al celular le avisaba de los pasos de los sicarios y halcones para que no se los topara en el camino.

Ese compa me salvó la vida.

Pedro logró huir pero su salida del cártel tuvo consecuencias graves. Su padre, un hombre bajo, delgado, enjuto, que viste también en este patio una chamarra negra que alguien donó al albergue y que reza con letras doradas “Seguridad Privada”, y al que pide que se le llame Luis, narra que a los pocos días los sicarios fueron a su vivienda en la sierra y la quemaron, junto a su coche. Además, mataron a tiros a sus dos caballos, las mulas y hasta los perros. 

Tras escapar de Los Viagras, Pedro y el resto de su familia tuvieron que huir de Michoacán | Foto ilustrativa: Manu Ureste
Tras escapar de Los Viagras, Pedro y el resto de su familia tuvieron que huir de Michoacán | Foto ilustrativa: Manu Ureste

Y antes de marcharse, todavía le propinaron un balazo, que le dejó parte del bíceps derecho destrozado –muestra una profunda cicatriz–; y golpearon brutalmente a su esposa, que recibió en el vientre un culatazo con un AK-47, que le provocó que perdiera en el acto un embarazo de cinco meses de gestación.

–Eran seis ‘cagones’ los que fueron ese día a mi casa, a quemarla. Puro ‘endrogao’ a los que nadie les dice nada. Ni el gobierno, ni los policías, ni los soldados. Todos están unidos con ellos, pura corrupción –lamenta el hombre de unos 50 y pocos años, que asegura que volver a su comunidad no es una posibilidad: Michoacán registró casi mil 500 víctimas de asesinato en 2024, y otras mil 386 denuncias por desaparición, de las que 832 continúan vigentes, y otras 79 personas fueron encontradas sin vida.

–Si tuviera que regresar yo solo, sí lo haría, porque a uno o dos sí me echo –dice Luis y baja la voz formando con su mano la figura de una pistola.

Asegura que tiene muy buena puntería: podría matar a un jabalí a más de 200 metros de distancia.

–Pero yo sólo contra ellos, ‘nah’, me van a hacer pedazos con todo y la familia –dice y encoge los hombros–, porque esa gente no respeta a ‘naide’; son capaces de matar a sus padres y hermanos, y a todo el que se le atraviese.No respetan familias. Así que nos queda huir y dejarle el territorio, ¿o qué más podemos hacer?

La salvación de muchos de migrantes varados se encuentra al otro lado de los barrotes ocre del muro fronterizo | Manu Ureste
La salvación de muchos de migrantes varados se encuentra al otro lado de los barrotes ocre del muro fronterizo | Manu Ureste

Luis espera que “por lo menos allá” y alza el brazo con dirección a la valla fronteriza, el gobierno estadounidense respalde más a la gente: “tienen más ley para ayudar a uno que aquí en México”. El problema, claro, es Trump y su política antiinmigrante que ya está funcionando a pleno rendimiento: ya deportó en solo una semana a más de 4 mil migrantes a México, tal y como informó la presidenta Claudia Sheinbaum.

–¿Y en Michoacán no hay nadie que los apoye para regresar?

Luis responde con un chasquido de lengua espontáneo.

–No, ¿pos quién? –suelta una risa corta, como si hubiera escuchado una soberana estupidez–. En mi rancho no hay ley. Caminaba por el arroyo y por donde quiera me encontraba muertos, algunos hediondos y muertos de hace rato, y otros aún frescos. A cada rato escuchaba el ‘ratata-tá’ de las armas y luego caminaba por ahí y enseguida veía a los muertos tirados. N’hombre, está duro mi pueblo, muy duro. Ya ni los entierran en fosas, solo los dejan en el cerro […] engarruñados por el sol.

La incertidumbre hace mella en el ánimo de los migrantes

Desde Tijuana a lo lejos pueden ver los poblados estadounidenses más cercanos | Manu Ureste
Desde Tijuana a lo lejos pueden ver los poblados estadounidenses más cercanos | Manu Ureste

Anochece rápido en Tijuana. Al otro lado del muro, muy a lo lejos, se adivinan las luces de los condados estadounidenses más cercanos, como San Ysidroo la ciudad de Otay Mesa. La tierra ansiada. En el albergue, el pastor Albert Rivera se prepara para pronunciar la misa vespertina, al tiempo que los migrantes comienzan a sentarse en las sillas de plástico de una pequeña nave que hay al interior del refugio.

El señor Luis, agotado por el relato, se quita la gorra y se acomoda el pelo cano que todavía tiene. En su rostro se adivina el peso de la incertidumbre que, tras caerle el veinte de lo que implica la orden ejecutiva de Trump de cancelar el programa de refugio y militarizar la frontera sur, comienza a hacer mella en el ánimo y en la psique de miles de migrantes que, como él,huyen desesperados.

Al interior de la improvisada iglesia donde se celebra la misa, ya nadie ruega en voz alta que a Trump “se le ablande el corazón” –la consigna más repetida estos días–, pero todos rezan con ahínco en silencio, quizá para que ese milagro suceda algún día

–Le pedimos ayuda al señor Trump para que nos apoye a entrar a Estados Unidos porque en México ya no sabe uno qué hacer ante tanta violencia. Estamos muy asustados –concluye Luis, encogiendo los hombros; reportó MILENIO.

* Manu Ureste es periodista de Animal Político, autor de investigaciones reconocidas con prestigiosos premios, así como crónicas de migración y crimen organizado. Su último libro es ‘Vivir con el Narco’ (2024).

Imagen: MILENIO.

Fuente:

// Con información de MILENIO

Vía / Autor:

// Staff

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Autor: lostubos
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