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Contextos y agendas para el futuro

Por Carlos Chavarría Garza

Es un principio fundamental que todo individuo posee una agenda, la cual refleja sus aspiraciones y objetivos en diversos contextos temporales y situacionales. A medida que se asciende en las esferas de poder, las agendas (mediática, pública y política) de distintos actores y grupos pueden converger, colisionar o coexistir en una compleja interacción. Esta dinámica frecuentemente conduce a la preservación de información estratégica en la más estricta confidencialidad.

En el ámbito político actual, los acontecimientos no son meras coincidencias; son el resultado de una compleja interacción de asuntos y temas interconectados. Entre los factores más relevantes, destaca el agotamiento de los beneficios derivados de la integración y globalización económica. Este fenómeno ha propiciado el fortalecimiento de potencias emergentes, un escenario para el cual Estados Unidos no anticipó las implicaciones en su propia estrategia geopolítica.

Debido a circunstancias históricas, nuestro país, al igual que otros, experimentó un siglo de estancamiento marcado por las agendas de facciones internas y externas de diversa índole. A pesar de lograr la independencia de España en 1821, no fue sino hasta la década de 1920 cuando México logró articular una agenda nacional, que aunque incompleta y aún lastrada por dilemas ideológicos superados en otras partes del mundo, esta agenda proporcionó una dirección inicial para estabilizar el panorama político nacional.

Algo similar les ocurrió al lejano oriente y África presas del colonialismo Europeo. Mientras EEUU poco a poco fue construyendo su agenda y aprovechando las debilidades de sus vecinos y del rancio monarquismo europeo del Siglo XIX.

Ahora el movimiento que encabeza Trump, MAGA, pretende según sus dichos reposicionar a los EEUU como centro de la economía y geopolítica mundiales, en respuesta a la narrativa instalada por el resto de las potencias que se centra en la formulación de un nuevo orden multipolar con liderazgos emergentes, y alternativo ante la “declinación” de los EEUU.

En los últimos meses ante la inusitada sinceridad política que Trump ha impulsado, se han lanzado infinidad de pronunciamientos desde todas las potencias y centros de opinión. El ánimo contestatario que esta esparcido, es respuesta a las equivalentes amenazas y advertencias de los EEUU, que un día se moderan para magnificarse al siguiente.

Tras la conclusión de la Segunda Guerra Mundial, se estableció un orden mundial centrado en las potencias occidentales vencedoras, con Estados Unidos a la cabeza. Este orden, aunque intrínsecamente frágil, ha operado a través de la imposición de múltiples normas que, sin constituir un marco jurídico formal, han ejercido una función similar a la de una gobernanza global de facto.

El optimismo que predominó tras la Guerra Fría en los años 90 llevó a analistas y académicos a proclamar el «fin de la historia» (Fukuyama, 1992). La disolución de la Unión Soviética, sumada a la incontestable superioridad militar y la amplia influencia diplomática de Estados Unidos, consolidó la visión de un orden mundial unipolar, especialmente durante esa década.

Sin embargo, los atentados del 11 de septiembre y la subsiguiente «guerra contra el terror» revelaron los límites del poder estadounidense, interpretados por algunos como un signo de «exceso imperial». Este concepto, planteado por académicos como Robert Cox, sugiere que el intento de Estados Unidos de mantener su hegemonía global a través de intervenciones militares y políticas había llevado a un «exceso» que estaba debilitando su posición.

Paralelamente, la crisis financiera de 2007-2008 evidenció las vulnerabilidades del sistema financiero global, centrado en Estados Unidos y Europa, contradiciendo el creciente poder económico de naciones emergentes, en particular China.

La creciente asertividad de la diplomacia económica china y sus intervenciones militares estratégicas en la región Asia-Pacífico, ejemplificadas por la construcción de islas artificiales en el Mar de China Meridional para aumentar su zona de influencia, refuerzan la percepción de que la hegemonía estadounidense está siendo desafiada. Además, el ascenso de Donald Trump y de movimientos políticos iliberales y de extrema derecha, tanto en Occidente como fuera de él, junto con las incertidumbres sobre el futuro de la integración europea, alimentan la sensación de que el liderazgo occidental en la gobernanza global se encuentra en un momento de crisis y debilitamiento.

¿Por qué algunas potencias emergentes son recibidas con beneplácito, incluso alentadas, mientras que otras enfrentan contención o confrontación, incluso a riesgo de guerra? ¿Qué determina la respuesta estratégica de una gran potencia ante el ascenso de otra en el sistema internacional? La opinión predominante sostiene que esta respuesta depende de la percepción que tenga la gran potencia sobre las intenciones del emergente.

Cuando este último persigue objetivos limitados, la amenaza se considera menor. Aquellas potencias emergentes con aspiraciones modestas pueden buscar ajustes fronterizos, pero evitan la expansión a gran escala, respetando las normas de soberanía y los límites a la conquista. Podrían demandar mayores recursos económicos, pero sin poner en peligro la subsistencia de las potencias establecidas. O quizás busquen el reconocimiento de su creciente influencia, aceptando la jerarquía de poder existente.

Debemos reconocer que la administración Trump sacudió el panorama global, impulsando una salida de la zona de confort de la globalización. En términos concisos, nos recordó la naturaleza intrínseca del mundo: un espacio de cooperación y conflicto, donde las asimetrías de poder son inevitables.

¿Cuál debería ser la agenda estratégica de México para impulsar su crecimiento y fortalecer su posición en el escenario internacional, considerando la posibilidad de un orden multipolar, un resurgimiento eurocéntrico o un periodo de inestabilidad global persistente?.

A pesar de beneficiarse de la globalización, la clase política mexicana ha mantenido históricamente una postura ambivalente hacia ella, adaptándose según las fluctuaciones geopolíticas. Simultáneamente, la implementación de políticas públicas y prácticas de gobierno han carecido de claridad y consistencia en la promoción del crecimiento nacional. La dependencia tecnológica y de insumos de nuestro vecino del norte sigue siendo un factor determinante, perpetuando una relación compleja, frágil y delicada.

Términos como ‘progresismo’, ‘justicia social’, ‘economía moral’, ‘humanismo mexicano’ y ‘democracia participativa’ pueden resonar en el discurso público, pero carecen de una narrativa estratégica coherente y convincente. Para generar confianza, e inspirar y movilizar tanto a actores internos como externos, México necesita una visión clara y una trayectoria de acción predecible y exitosa.

Primero lo primero, reducir la dependencia de Estados Unidos mediante la diversificación de socios comerciales y fuentes de inversión. Impulsando la inversión en investigación y desarrollo para fomentar la innovación y la autonomía tecnológica, fortaleciendo sectores estratégicos como energías renovables, tecnología de la información y biotecnología.

Combatir la corrupción y la impunidad para generar confianza en las instituciones. Mejorar la eficiencia del sector público y la transparencia en la gestión de recursos y garantizar la seguridad jurídica para atraer inversiones y fomentar el crecimiento empresarial.

Fortalecer lazos con América Latina y el Caribe, buscando alianzas estratégicas y cooperación regional. Explorar oportunidades de cooperación con potencias emergentes en Asia y África, participando activamente en foros internacionales para promover los intereses de México y contribuir a la gobernanza global.

Debemos contruir una narrativa estrategica clara y motivante, Definiendo una visión de país a largo plazo, basada en valores y objetivos compartidos. Impulsando el diálogo y la participación ciudadana en la construcción del futuro de México.

Sin talento no somos nada. Invertir fuertemente en educación de calidad en todos los niveles, desde la educación básica hasta la educación superior. Promover la formación de habilidades técnicas y profesionales que respondan a las demandas del mercado laboral viendo hacia el futuro. Fomentar la cultura de la innovación y el emprendimiento desde las etapas tempranas de la educación.

Es crucial que México defina una agenda que sea adaptable a los diferentes escenarios geopolíticos inestables, manteniendo la flexibilidad para responder a los cambios en el entorno internacional. La agenda debe ser inclusiva, considerando las necesidades y aspiraciones de todos los sectores de la sociedad, debe estar enfocada a resultados medibles y no solo a buenas intenciones, para poder llevar a cabo evaluaciones y correcciones oportunas.

Superemos los desgastados dilemas ideológicos, frecuentemente instrumentalizados por diversas fuerzas políticas, y centrémonos en un desafío apremiante: trascender la nostalgia y el sentimentalismo histórico para analizar rigurosamente las dinámicas que configurarán el futuro. Enfrentaremos retos inéditos, como la aplicación de una ética consecuencial y agregativa que priorice el bienestar colectivo, y la urgente modernización de nuestros marcos jurídicos ante la creciente escasez de recursos naturales.

Fuente:

Vía / Autor:

// Carlos Chavarría Garza

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Autor: lostubos
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