Por Francisco Villarreal
Sólo una vez en mis casi 70 años he estado en una corrida de toros más o menos formal. El “toreador” era don Manuel Martínez Ancira, alias Manolo Martínez. Fue en la Plaza Monumental Lorenzo Garza, y no lidió a un toro sino a una vaquilla. No sé si la vaquilla tenía “trapío”, pero don Manuel sí que lo tenía. Un personaje imponente, sin duda. La función taurina fue parte de la presentación de la ópera “Carmen”, de Bizet, una obra recurrente en la cartelera operística. No me linchen, pero confieso que me gusta la ópera y escuchar a señores y señoras generalmente metidos en cosplays “extra large” y haciendo gorgoritos. En mis tiempos de chavorruquez ruidosa desconcertaba a mis vecinos yendo desde “Duo des fleurs” de Delibes o “Der Hölle Rache” de Mozart, hasta “Rosenrot” de Ramstein o “Vicarious” de Tool, entreverando remansos rurales o góticos con “Las Jilguerillas”, “Los Doneños”, “Dead Can Dance”, “The Cure”, et al. Por cierto, hay un videoclip de Dead Can Dance, donde aparece la enigmática y genial artista francesa Mylène Farmer, que alude a la “fiesta brava”: “Persephone”… devastador. En lo personal, no me gusta la tauromaquia. Motivos sí los tengo, y son parte de mi educación. Mi abuelo siempre me advirtió sobre los animales: “No mates lo que no te vayas a comer. En la cacería, no mates hembras ni cachorros”. En lo doméstico, me advirtió que en la matanza hay que evitar que el animal sufra, y me explicó cómo matar a cada animal de granja rápido y con un mínimo de estrés… para el animal, para mí no tanto. En cualquier caso, me enseñó que la muerte ni es divertida ni es diversión. Los que creo que siempre comprendían que iban a morir eran los cerdos. Lo entiendo, porque son muy parecidos a los humanos, pero más listos. Traigo esto a cuento por las “corridas de toros sin sufrimiento” en CDMX. En lo personal, no me lamentaría que prohibieran la tauromaquia, pero sí me importaría que eso causara la extinción de una línea genética, porque aunque esos toros son una raza artificial, son lo más cercano que tenemos a los extintos uros. Pero eso de corridas incruentas, como que no lo entiendo. Los toros de lidia son normalmente bravos, no crueles, porque la crueldad es una cualidad humana. Toreros, rejoneadores, banderilleros, picadores, podrán ser muy valientes, pero por más respeto y admiración que le profesen al toro, sus actos no pueden clasificarse como los instintivos del animal, objetivamente son crueldad no valentía. Ahora que la crueldad, ese placer por el sufrimiento de otros, solemos limitarlo a nuestra especie, y eso podría justificar la tauromaquia. No se concibe la empatía por un animal… En algunos llega esa empatía cuando se cuida de una mascota, pero casi nunca llegará hasta la cría de animales para consumo por el tema de la supervivencia. En el toreo se evita esa empatía, se saca de contexto el encuentro fortuito entre la fiera y el hombre, o el rito de paso. Si el toro fuese un humano, el espectáculo sería cruel, salvaje. Sí, el “matador” puede morir, pero el toro no tiene muchas opciones, rara vez sobrevive. Para muchos la tauromaquia podrá tener encanto y sentido, para mí no, pero tampoco lo tiene un montón de fulanos corriendo tras un balón mientras una multitud, que no corre ni tras la felicidad, grita y se retuerce de encervezado fervor. Mi mejor opción es asumir personalmente mi opinión y coexistir lo más pacíficamente posible con los aficionados a esos espectáculos. Sin embargo, insisto, ¿corridas incruentas? Eso es tan absurdo como un mono cilindrero, un canario de la suerte o un oso bailarín. Es obvio que no se ha abordado el asunto con verdadera profundidad. Acabar de golpe con una tradición no es sencillo. Tampoco es sano si antes no se analiza el impacto cultural que tendría. Admitámoslo, el toreo es parte de nuestra cultura, como la charrería, las peleas de gallos y las mentadas de madre. La disminución de aficionados puede alegrar a los antitaurinos pero no cancela una tradición sino crea un dilema. Las tradiciones en vías de extinción son las que más trata de proteger una cultura. En el sur de México hay tradiciones nupciales que ven a la mujer como objeto y que reprobamos, pero siguen vigentes. Claro, cambiar el toreo tradicional a un toreo incruento no es como usar los colores de la Bandera Nacional en un partido político, membretar papelería oficial con águilas mochas, o cambiar el Son de la Negra por el Son de la Morena. En otras palabras, la tradición se modifica a sí misma desde quienes la ejercen, pero no por decreto o por capricho. Entiendo esto, no me agrada en este caso, pero estoy convencido que así funciona. Ahora que, si me preguntan, yo siempre voy a estar a favor del toro, que yo creo que es el único realmente bravo dentro del ruedo y a quien sí deberían sacar en hombros de la plaza, de preferencia vivo, porque hace su faena completamente solo y ni cobra ni paga por ello.
Atención, mi postura sobre el toreo no es una negación irracional, nace de mi formación. Esa formación que nos permite emitir juicios críticos con un sustento sólido. Para cambiar esos juicios no bastan leyes o consensos democráticos, se necesita revisar, depurar y replantear las bases de esa formación, sea en el toreo, en la hegemonía masculina y hasta en la política. Vivimos en una democracia y siempre hay quienes no están de acuerdo con la mayoría pero acatan sus decisiones. No es la negación obsesiva, que sí existe, y puede ser una tara o una reacción social inmunológica. Ahí está el Trump Derangement Syndrome (Síndrome de Trastorno de Trump) que legisladores republicanos de Minnesota quieren que se incluya en la lista de enfermedades mentales en su estado. Creen que consiste en negar obsesivamente todo lo relacionado con Trump. Si lo que pretenden es reforzar la represión que ya existe contra opositores a Trump, se equivocan. Como síndrome, o trastorno mental, no importa el nombre, funciona en ambos sentidos; es decir, vale para quienes ciegamente rechazan a Trump como para quienes ciegamente lo apoyan. En México tenemos casos notables de ese presunto síndrome en comentócratas y villamelones que siguen manifestándose contra Andrés Manuel López Obrador o ciegamente a su favor. Aunque en Estados Unidos como en México hay intereses involucrados en tirios y en troyanos, también hay una obsesión en ambas posturas que merecen un diván psicoanalítico. Habría que analizar la salud mental de los líderes alabados o denostados. En Estados Unidos, profesionales de la salud mental de la Anti-Psychopath PAC ( PAC: Comité de Acción Política), hicieron público hace tiempo el dictamen de un “Trastorno Narcisista de la Personalidad” en Trump, además del “Trastorno Antisocial de la Personalidad” y el “Trastorno Paranoide de la Personalidad”, lo que sí está definido universalmente como enfermedades mentales, y remataron con posible Deterioro Cognitivo: “Si, como sospechamos, Trump presenta un deterioro cognitivo de base orgánica, este solo empeorará con el tiempo, degradando gravemente su ya deteriorado juicio, control de impulsos, memoria, atención, análisis de la realidad y capacidad para procesar información, a la vez que exacerbará drásticamente los síntomas de su trastorno tóxico de la personalidad”. Es obvio que por padecer ese mismo Síndrome de Trastorno de Trump, sus seguidores mandaron la advertencia a la papelera de reciclaje sin revisarla. Me pregunto qué dirían los especialistas en enfermedades mentales sobre nuestros ciros, joaquines, raymundos, lillys, y así… Hay que decir que la Anti-Psychopath PAC fue fundada por el abogado conservador George Conway, republicano hasta 2018 y ahora independiente. También hay que decir que desde 1973, la Asociación Estadounidense de Psiquiatría asumió la “Regla Goldwater”, que prohíbe hacer diagnósticos de personas que no han sido antes evaluadas directamente por profesionistas de la salud. Así que, citando a la Chimoltrufia, “Como digo una cosa, digo otra”.
Ceterum censeo… Alguien debería explicarle al “Tío Richie” el verdadero sentido de las palabras del maestro Sun en su “Arte de la Guerra”. Hasta los Evangelios son no más que eructos y flatos si se predican sólo citando libros, capítulos y versículos. ¿Gobernar sobre las cenizas? Hay ejemplos más ilustrativos: Siria, Gaza, el Donbás, los obvios, y sólo para no abundar a países que también están en ese proceso.



