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Por Francisco Villarreal

Decía mi abuelo que insultar es como dar golpes al aire, que las palabrotas “le dan sabor al caldo, pero no arreglan una chingada”. Si se usan en una discusión, sólo la suben de tono y no suele acabar bien. Pasa que toda esa “cuacha” que lanzamos, acabaremos tragándonosla, es decir, que la coprolalia implica coprofagia. Aun así, no nos desanimamos para iniciar un pleito con insultos. Las guerras deben empezar más o menos igual. Hay un personaje legendario, en la Ilíada, que se llamaba Esténtor. Este fulano tenía una voz más alta que medio centenar de hombres. Hera era una diosa muy méndiga, y tomó la forma de don Esténtor para “picarles la cresta” a los griegos contra los troyanos. Picapleitos, pues. Funcionó el truco, y aquello terminó en una masacre. La verdad creo que llamar cobardes a los aqueos no fue como lo versificó el mítico Homero. Hera debió llevar el insulto a un nivel más procaz, no necesariamente en verso ni tan épicamente. Lo que a su vez me recuerda la frase de “La Cucaracha”, cuando el soldado se queja de que no tienen municiones y la “Doña” responde: “Pues échales mentadas, que también les duelen”. Al final todo insulto, en prosa procaz o en verso magnífico, es una declaración de guerra; garantiza el aporreo pero no la victoria.

Hace poco fuimos testigos mediáticos de una ciudadana argentina, avecindada en México, que insultó muy agresivamente a un agente que pretendía imponerle una multa. El insulto fue personal y estridente, una agresión en toda regla según la moral convencional y según nuestras leyes. La mujer se vio muy parecida a su presidente, Javier Milei, y sus frecuentes estallidos psicopáticos. Por fortuna no se trata de un rasgo étnico, aunque se intentó excusar a la mujer con un presunto trastorno bipolar. Si la reacción de la mujer ante una multa que merecía fue por eso sería un atenuante, pero no le disculpa la infracción de tránsito ni la obligación de ser puesta en manos de un especialista en esos trastornos, de preferencia en su país. Es obvio que es una amenaza. No puede andar por ahí sin tratamiento. Como presunta enferma, es un riesgo tanto para desconocidos como para su propio entorno familiar. Debe ser un infierno vivir con ella. Milei ha sido más responsable viviendo durante mucho tiempo solo, en un departamento y rodeado de perros (reales o espectrales). Ya se ve hoy como presidente que el señor este debía seguir en aislamiento preventivo, ahora con perros de peluche nada más.

A pesar de que el crecimiento económico de Argentina con Milei ha sido muy positivo, lo insultante de ese mandatario va más allá de sus arranques y su nada tranquilizante motosierra. La Economía siempre se ve desde perspectivas diferentes. En Argentina no parece haber alivio a un problema sustancial: la desigualdad. Los beneficiarios de la política económica de Milei deben estar felices, los afectados no tanto. La desigualdad es un lastre que tal vez no originó el neoliberalismo, pero si lo llevó a extremos vergonzosos. No sólo en Argentina, en muchos países del mundo también. Al parecer, la evidencia de ese cáncer está poniendo contra las cuerdas a los gobiernos neoliberales, infiltrados hasta la médula en regímenes democráticos. Sabemos eso en México, y estamos todavía intentando superar el daño y evitar la metástasis. Suponemos que todo ha sido culpa de los políticos, pero en realidad sólo han sido instrumentos, “migajeros” de las verdaderas ganancias. Enfrentados a la evidencia, la supervivencia del neoliberalismo necesita cambiar de estrategias, deshacerse de los lastres que ya no le permiten mantener la apariencia de legalidad. Ya no es tan discreto cooptar a jueces, legisladores y mandatarios. Tampoco los quieren como socios. Y si la democracia por sí misma es un obstáculo cuando es asumida masivamente por los electores, lo más viable es la estrategia más antigua de la humanidad: la fuerza. Ya antes, vía regímenes de derecha o de izquierda, se impulsó la normalización del autoritarismo como un sistema aceptable. Mandatarios conservadores y revolucionarios impusieron medidas que frenaron avances sociales, sobre todo en derechos humanos. Pero apenas fueron burros tocando la flauta. Tuvo que llegar un director de orquesta que afinara los instrumentos con el ejemplo. He aquí que llegó el inevitable Donald John Trump para regar el tepache.

No sé por cuánto tiempo más tendremos que estar tragándonos a diario cualquier género de excesos y dislates del presidente estadounidense. Políticamente correctos, los países del orbe se sientan a su mesa de póker y siguen jugando su juego, pero se hacen güeyes ante lo sustancial. Nos enteramos de su reciente incursión en California contra trabajadores presuntamente inmigrantes, y lo describimos como un operativo cuando se trata de un pogromo, una cacería racista y, peor aún, el despliegue de una fuerza paramilitar sin ninguna razón legal. Vemos a ICE, “la migra”, actuando como fuerza policiaca y militar, cuando sólo son burócratas federales. Ninguna democracia verdadera o sedicente toleraría eso. Hay más, mucho más, que demuestra la actitud dictatorial de un delincuente en el poder. Sin ir más lejos, los tan cacareados “archivos de Epstein”, que revelarían una red de tráfico y explotación sexual infantil de muy alto nivel. Primero fueron el argumento de los “magas” para impulsar a don Trump. Luego, la más inapropiada fiscal general de Estados Unidos, enemiga de México, afirma que existen, que los tiene en su escritorio, los analiza y que serían revelados. De pronto, ella misma dice que no existen. Ahora el propio don Trump asegura que sí existen pero que fueron “inventados” por Barack Obama, Hillary Clinton, y no sé cuántos políticos demócratas más. Nótese la orden de este Tirano Banderas de primer mundo a sus seguidores: “Si se publican, no los crean, son falsos”. A mí sólo me confirma que su nombre está ahí.

Hace poco, estuve leyendo algunos viejos textos apocalípticos no autorizados por la Iglesia Católica. “Apócrifos”, les dicen. Por Dios que son todos mucho más alentadores que el caos y la incertidumbre que está generando este mandatario incompetente. Peor aún, no podemos dejar de mirar hacia este sujeto, y no sólo porque ha capturado eficientemente todos los medios de comunicación, también porque cada que abre la boca lanza una nueva amenaza. Si bien no siempre escupe insultos, su coprolalia es igual que la de la extranjera racista contra el policía de tránsito, y hacia dentro de su propio país es tan insidiosa como Hera disfrazada de Esténtor. Si la oposición mexicana, con el beneplácito y apoyo de políticos gringos, acusó a don Andrés de “polarizar”, ¿qué opinan de este modelo gringo que tanto les ha entusiasmado? ¿Necesitamos importar este estilo de “republicanismo”? Sería un verdadero despropósito, porque aunque sí somos racistas entre nosotros, nuestro origen mestizo nos revienta en la cara. ¿Cómo polarizar al estilo “republicano” gringo en un país en donde decir “pinche negro” es como escupir al cielo?, sólo tiene sentido para quien no conoce México ni es mexicano.

Y bien. Don Trump, ya volvió a la carga con sus aranceles, sus plazos traicioneros y sus razones estúpidas. México no tiene que cambiar su estrategia de seguridad para complacer a don Trump. Nada de lo que haga México en ese sentido servirá para apaciguarlo. El narcotráfico no es una razón, es un pretexto para negociar, con la peculiaridad de que don Trump no negocia, extorsiona. Las razones de México siguen en las mesas de negociación. Los resultados, ya veremos, pero no me hago ilusiones. Sólo espero que todos los negociadores mexicanos tengan muy claro que sus contrapartes gringas no les pueden garantizar ningún acuerdo. Don Trump es un estafador profesional, y acabará imponiendo, reduciendo o quitando aranceles cuando y como se le pegue la gana. Su propósito es obvio: obligar no sólo a México, también al mundo entero, a pagar para sostener su desastrosa gestión económica, su incompetencia diplomática, y su avidez… Y no, decir “Don Trump” no es un trato deferente, en mis tiempos, el “don” ante el apellido, era un insulto. A veces la coprolalia puede ser muy satisfactoria. Aunque siempre sabe mal.

José Francisco Villarreal ejerció el periodismo noticioso y cultural desde los años 80. Fue guionista y jefe de información en Televisa Monterrey. Editó publicaciones y dirigió el área de noticias en Núcleo Radio Monterrey. Durante el neolítico cultural de Nuevo León, fue miembro del staff del suplemento cultural “Aquí Vamos”, de periódico “El Porvenir”; además fue becario de la segunda generación del Centro de Escritores de Nuevo León. Ha publicado dos poemarios: “Transgresiones” y “Odres Viejos”. Actualmente en retiro laboral, cuida palomas heridas y perros ancianos mientras reinventa la Casa de los Usher.

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// Francisco Villarreal

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Autor: lostubos
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