Por José Jaime Ruiz
En su columna dominguera de Reforma, escribió Enrique Krauze: “Enfrentamos el riesgo de una regresión gigantesca: eliminar tanto el sufragio efectivo como la no reelección. Abramos los ojos. Potencialmente nos enfilamos a ser lo que nunca fuimos, ni con el PRI, ni con Calles, ni con Obregón, ni con Porfirio, ni con Santa Anna, ni con Iturbide, ni siquiera en tiempos virreinales: una monarquía absoluta hereditaria por la vía sanguínea”.
El súbdito del monarca absoluto, heredero por vía sanguínea, el tal Felipe VI, queriendo dar clases democráticas en México. Desde su propia biografía de poder, desde su mandarinato, Krauze delira. ¿La sociedad de la 4T peor que la sociedad que vivió la dictadura perfecta, la servidumbre del porfiriato, la dictadura de Santa Anna, la monarquía de Iturbide? ¿La sociedad de la 4T viviendo en condiciones peores que en el genocidio y esclavitud colonial?
Y el otro mandarín, Héctor Aguilar Camín, postea: “Falta solo una reforma a la Constitución para completar la arquitectura jurídica dictatorial de México”. En vez de la palabra “México”, ¿no convendría poner “El Salvador” de Bukele? La mala copa o el estilismo como etilismo lo hace trastabillar. Completa el cuadro Carlos Loret de Mola, quien se fugó del país después de la liberación de Israel Vallarta, pies en polvorosa antes de que la justicia lo alcance.
En su carta a Krauze, Octavio Paz lo conminó: “Una vez más hemos sido indolentes: desde hace mucho deberíamos haber puesto los puntos sobre las íes y desenmascarado a los impostores”. Pues eso, justicia poética, desenmascarar a Krauze, Aguilar Camín y Loret.
