Por Carlos Chavarria Garza
El colapso de la certeza que define la era moderna ha desmantelado la relación tradicional entre la civilización y el tiempo. Históricamente, la humanidad ha prosperado viviendo al filo del caos, pero con la ventaja de que los grandes ciclos del entorno se movían con una lentitud que permitía la observación, la conjetura y la detección de patrones plausibles útiles para la función del prevenir.
Hoy, sin embargo, el mundo de lo humano —una compleja red de aparatos materiales y constructos intelectuales— nos asalta con una velocidad tan abrumadora que anula la racionalización adaptativa. Este ritmo implacable, estudiado por Paul Virilio (c. 1990) a través de la Dromología [estudio de la lógica de la velocidad de los cambios y sus efectos en la sociedad], nos deja sin una pauta reactiva útil para confrontar la «realidad líquida», término acuñado por Zygmunt Bauman (2000) para describir la volatilidad e incertidumbre que impiden anclajes a largo plazo.
Esa condición hace que el futuro se sienta más incierto que nunca.
La incertidumbre y la ansiedad que genera esta velocidad tienen consecuencias sociales profundas. “El tiempo se convierte en un instrumento silencioso de poder: quienes tienen «mucho tiempo» para decidir dominan a quienes están atrapados en la urgencia y la inmediatez”. (Barbara Adam, Politica del Tiempo, 1991).
Ante la dificultad de comprender la realidad a cabalidad, el individuo se vuelve susceptible a dos poderosas fuerzas simplificadoras: la charlatanería y el autoritarismo. La charlatanería se nutre de la interacción en redes, diseñando cámaras de eco que validan nuestros sesgos cognitivos y ofrecen un confort emocional a costa de la complejidad.
El autoritarismo se presenta como la figura paternal que promete hacerse cargo, ofreciendo una creencia que brinda una falsa sensación de control. Esta docilidad se alinea con las tesis de Michel Foucault (1975) sobre cómo el Saber-Poder modela las instituciones (incluida la educación) para generar un cuerpo social adaptable a las estructuras de control, un fenómeno que Noam Chomsky y Edward S. Herman (1988) describen como la fabricación del consenso.
En este contexto, el pensamiento crítico es marginado por causar desasosiego, reemplazado por la tranquilidad superficial de la aceptación, aceptando una educación diseñada para un mundo que muy probablemente no existirá cuando lo enfrentemos.
El pensamiento crítico, sin embargo, es la única herramienta que permite al individuo resistir la seducción de las soluciones fáciles y la trampa. Solo mediante la capacidad de cuestionar los sesgos propios y ajenos se puede formular una pauta de acción que no sea meramente reactiva.
Para escapar de esta inercia, es crucial diferenciar entre los dos modos de planeación. La planeación lineal (forecasting) proyecta las tendencias del presente hacia adelante, asumiendo una trayectoria única. Esta metodología es ineficaz en un mundo de cambios exponenciales. La única alternativa viable es la planeación retrospectiva(backcasting), una metodología clave en los Estudios de Futuros Estratégicos.
Este enfoque ignora la inercia del pasado, las asume como sus lastres y restricciones a subsanar, y nos obliga a construir nuestro futuro situándonos en el horizonte preferible que deseamos, diferenciándolo de los futuros simplemente posibles o probables, una distinción fundamental de Wendell Bell (1997).
En última instancia, la gran trampa de la realidad líquida no es la incertidumbre en sí misma, sino la parálisis y la docilidad que esta nos impone. Contra la corriente de la charlatanería y el autoritarismo, el backcasting se erige como un imperativo de la dignidad humana. Dejar de planear desde la inercia del ayer y situarse con determinación en el horizonte preferible (Bell, 1997) es un acto de resistencia epistemológica.
La formulación de un futuro propio, al convertir el deseo en un plan estratégico retrospectivo, deshace la ansiedad. Esta metodología no solo ofrece un mapa; otorga la convicción inquebrantable de que el futuro, aunque caótico, no es un destino impuesto, sino una construcción activa y propia. Solo así se restaura la confianza necesaria para navegar el cambio constante: sabiendo que, aunque la velocidad del mundo nos asalte, somos nosotros quienes hemos trazado la ruta de nuestra persistencia.
Referencias
Bauman, Z. (2000). Liquid Modernity. Polity Press.
Bell, W. (1997). Foundations of Futures Studies: Human Science for a New Era. Transaction Publishers.
Chomsky, N., & Herman, E. S. (1988). Manufacturing Consent: The Political Economy of the Mass Media. Pantheon Books.
Foucault, M. (1975). Surveiller et punir: Naissance de la prison. Gallimard.
Virilio, P. (c. 1990). Velocidad y política (Título original: Vitesse et Politique, 1977).



