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Por Joaquín Hurtado

Honorables autoridades cívicas, culturales y educativas del Estado de Nuevo León.-

Vomito. Vomito mucho. Vomito mucho mejor cuando estoy con alguien extremadamente culto, refinado, remilgoso, mamón. Con ustedes, la verdad, con ustedes, por ejemplo, vomito por amor a las letras; en la autobiografía y en la ficción, vomito con poca, nula inhibición.

Vomitar en compañía de buenos amigos, no le pasa a cualquiera. Vomito fuera de la bacinica, donde me pega la gana; con franqueza, de cabo a rabo, a plenitud, con la boca de manguera. Encima de la mesa. Sobre el mantel de la abuela, bajo los arcos de luz, donde el olvido del ser se convierte en lata de cerveza. En el baño y en la academia. En las playas de Marbella.

Abrazado a un ideal, sufro terribles espasmos nacionalistas, y vomito, qué remedio. Guácala de perro, devuelvo toda la sopa sobre las rodillas del Führer, mientras toma Polonia y luego París. En calidad de hombre, con las mujeres, vomito demasiado: en situaciones increíbles, especialmente cuando las voy conociendo.

Vomito encima de sus cabezas perfumadas, en sus manos delicadas, sobre sus sueños rositas, sobre sus revistas del corazón.

Les agradezco la indulgencia a las honorables damitas. Es un honor, un inmenso placer, vaciar la barriga y que ellas respinguen y digan ¡fuchi, Fulgencio, qué tragaste, te la mamas! Expeler generosas porciones de carísima tragadera, medio digerida, en cuotas de doce meses sin intereses. En el restaurante más fifí, en el puesto de tacos con tripas de gato, vomito, sí señor. Aplaudan.

Vomitar como yo lo hago, significa un hecho histórico, dialéctico, crítico, trascendental. Echar fuera los bofes, que cosa tan tierna. El cuerpo descansa, el alma se levanta. Dejar en la banqueta, todo crudo, abrazado de un poste, una buena porción de vaporosa, flamante revoltura. El vomitar salva al más lurias de su locura.

Ríos de aguas negras. Alcantarillas rebozantes. Cierro los ojos, aprieto la nariz. Va para ustedes mi ofrenda, babas y mazapanes,

Guayabas y macarrones, elotes chiclositos. Soy especialista en soltar la sopa, denunciar inocentes, vomito como el peor de los soplones.

Los políticos me contratan para engañar votantes con vomitonas populistas, los curas me pagan para atizar demonios de infecciones y gastritis, asustar cristianos con satanismo vomitador. Vomito como la niña de El Exorcista, y cómo no: en honor a mi patria y sus penurias. Vomito por el cielo azul y la luna cacariza, vomito como los grandes vomitadores de la guerra.

De aquí hasta la Patagonia, lanzo la devolución estomacal y zaz, por un error de misil, el tibio licuado cae sobre Berlín: Durch erbrechen fühlen Sie sich besser, –se me suelta el hocico en alemán.

Vomito por moda y por novedad, por el amor y por la paz mundial. Vomito por los canguros y los neutrones. Vomito en misa cagado de la risa. Vomitiva mi conducta, asquerosa, decadente, neoliberal y burguesa. La otra vez, vomité amenazas revueltas con calaveras y peluquines tipo Donald Trump. Acabé inundando gran parte de Canadá. I´m sorry.

Una vez, por casualidad, de mi estómago salió un cocodrilo que medía siete metros y medio, y se alimentaba de princesas tabasqueñas. Aunque prefiero vomitar camellos con cuatro jorobas.

He vomitado leyes malignas, falacias matemáticas, marchas de la generación Z, blancos elefantes, filosofía barata.

Seguido vomito alfileres y cuchillos, y me luzco arrojando calumnias, difamando gente honrada. He regurgitado montones de dinero, sucios capitales, malos poemas, barcos piratas, narcos gays, y reinas de Inglaterra.

Vomité un continente del tamaño de Australia, y una cordillera más alta que los Himalaya. Se vomita mejor cuando se está enamorado, muy bien concentrado. La confianza en uno mismo es crucial al momento de guacarear, ayuda para el esfuerzo sobrehumano de oprimir, estimular el asco, y dejarse ir entre babaza, saliva, estertores, ácidos estomacales, estruendosas arcadas. A quien vomita temprano dios presta su mano.

Vomitar en la escena del crimen. Vomitar en el examen final. Vomitar sobre la novia en la noche de bodas. Vomitar de nervios y de ansiedad. Vomitar hasta sangrar. Si ustedes nunca vomitan, es motivo de preocupación, vayan pronto y díganle a su doctor.

Cierro mi discurso prometiendo esforzarme aún más. Vomitar más alto, más fuerte, más rápido, por todo y por nada, pero especialmente, por la Paz Mundial.

Gracias.

(Monterrey, México, 1961. Premio Nuevo León de Literatura 2006. Cronista urbano. Ha publicado los libros: Guerreros y otros marginales, Ruta periférica, Laredo song, Crónica Sero,  La dama sonámbula, Los privilegios del monstruo, Vuelta prohibida (obra reunida en dos tomos), Teorema del equívoco, La estructura de Andrómeda, La luna es un tiburón. Creador de plástica amateur. Participa en la defensa de los derechos de las minorías sexuales y personas con vih/sida. Viajero incansable, padece deficiencia renal y colitis crónica. Ama los mapas de ciudades perdidas, ver el mundo a través de la poesía y comer en mercados rodantes.)

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// Joaquín Hurtado

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Autor: lostubos
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