Por José Jaime Ruiz.
Una y otra vez –y ya es siempre para este sexenio– el presidente Andrés Manuel López Obrador le ha extendido una carta de impunidad al expresidente Enrique Peña Nieto. Enrique puede hacer lo que se le dé la gana en México, España, Bruselas o Nueva York. Hasta cambiar su ridículo copetín por una peluca y, travestido, disfrazarse desde la memez para que aparezcan los memes. Desde la impunidad proporcionada, está en su derecho.
El amarillismo se ha incrustado en el periodismo. En la civilización del espectáculo importa más la imagen de Tania Ruiz y de Peña Nieto que liberar a delincuentes en México y criminalizar a los ciudadanos a través del SAT. Si la vestimenta de Beatriz Gutiérrez Müller de estos días es sobria y discreta, ¿la bandana neoyorquina de Tania es indiscreta y, tal vez, ebria? Ya decía Julio Scherer que el amarillismo es absolutamente inevitable, como una bella mujer.
Retomo un fragmento de La Jornada de 2002 cuando reseña el Premio Nuevo Periodismo otorgado por la fundación de Gabriel García Márquez y de Lorenzo Zambrano, de Cemex; en palabras de Scherer:
“Igualmente, mencionó que discutió con un ex presidente mexicano –del que no mencionó el nombre–, porque le reclamó que no respetaba su investidura. ‘Yo le dije que si el presidente se orina en la calle, y hay manera de tomarle una fotografía, vale la pena difundir que el presidente orina donde no debe hacerlo’.
“Expresó que hay vida pública, vida privada y vida íntima, pero una vez Gabriel García Márquez le dijo ‘estás mal’, a esas hay que agregar ‘vida secreta, que es la más divertida’.”
¿Alguien se está meando en la calle? Si quisieron hacer diversión de su vida de civilización del espectáculo y vida secreta, allá Enrique y Tania. Mientras Andrés Manuel no persiga al expresidente y le extienda impunidad, Peña Nieto puede hacer lo que se le pegue la gana: ya no es figura con cargo público. Él y su novia están en su derecho a ser ridículos. Que Enrique sea un imbécil, no cabe duda.