Carlos Salazar Lomelín es empresario, sí, y de los realmente exitosos. Pero también es pueblo trabajador.
Viene de abajo, de la cultura del esfuerzo. Por cierto, el hombre que hizo popular tal expresión —“provengo de la cultura del esfuerzo, no del privilegio”—, Luis Donaldo Colosio, estudió con Carlos la carrera de economía hace muchos años en el Tecnológico de Monterrey.
El Tec era —lo es todavía— una universidad cara, pero ni Carlos ni Donaldo pertenecían a la categoría de los muchachos ricos que ahí estudiaban.
A Carlos lo conocí en una de las aulas: cuando se graduó yo iba a la mitad de la carrera y logró que lo aceptaran para ser profesor de una materia.
Un día me puse necio de más y desesperé al joven profesor Salazar, que reaccionó aventándome un borrador. Con muy mala puntería o más bien — es lo que quiero creer— sin la intención de hacerme daño.
En la siguiente clase Carlos se disculpó conmigo —y yo sigo sin disculparme con él: todos estos años he intentado hacerlo, pero cuando lo veo, lo que ocurre con cierta frecuencia, se me olvida—, el hecho es que la combinación de necedad y rabieta nos hizo amigos.
Carlos toda su vida trabajó en Femsa, donde hizo un equipo extraordinario con otro empresario que también, cuando se graduó, fue de mis maestros en el Tec, José Antonio El Diablo Fernández, de la familia propietaria de esa empresa, una de las más importantes de México.
De El Diablo no me hice amigo: seguramente me reprobó o me trató mal o algo pasó. Lo he visto varias veces para temas irrelevantes, y ya.
El Diablo Fernández no estudió economía, sino algo llamado «ingeniería industrial», que en lógica neoliberal viene a ser más o menos lo mismo.
Recuerdo a Carlos como empleado de abajo del Grupo Femsa. Siempre un tipo trabajador, diligente, inteligente, serio y responsable, como muchos de sus compañeros de generación, que en aquellos años, en aquella escuela tenían fama de “sabios”. Es decir, habían sido tan listos como estudiantes que lograron apantallar a sus profesores, y esa reputación llegó hasta nosotros. Me consta que había en ese grupo gente brillante. Además de Carlos y Donaldo, Enriqueta Medina —con quien trabajé muchos años después— y otro que nos impresionaba porque echaba muy buen rollo sobre doctrinas económicas que hoy sabemos son pura superchería fifí, Óscar Maldonado.
Carlos es empresario, y de los importantes, porque llegó al cargo más alto de Femsa, empresa que hizo crecer en equipo con El Diablo. Tendrá sus propios negocios o su dinerito invertido por ahí, pero a pesar de todo lo que hizo en la empresa, nunca dejó de ser un simple trabajador que rendía cuentas a sus patrones.
Ha llegado a la presidencia del Consejo Coordinador Empresarial con la única misión, autoimpuesta, no de ser un contrapeso al presidente de México, sino de ser un aliado de Andrés Manuel López Obrador en la construcción del país nuevo por el que votó la inmensa mayoría de la población.
Carlos, empleado/empresario de talento más que probado, sabe que es el empleado el que debe adaptarse al jefe y no al revés.
Debe ser my difícil trabajar con El Diablo, que es en más de un sentido un tipo genial, pero con una personalidad bastante alzadita a la que prefiero sacarle la vuelta.
Carlos debió haber modificado muchas de sus conductas o principios corporativos para colaborar eficazmente con un jefe tan complicado. El hecho es que tuvieron un notable éxito.
Carlos, como representante de los empresarios, entiende que forma parte —informalmente— del equipo del presidente de México y, por lo tanto, está convencido de que debe ayudar a AMLO, no jugar a ser oposición.
Si algunos proyectos de Andrés Manuel no los comprende el sector privado, Carlos los apoyará convencido de que el presidente manda simple y sencillamente porque así lo decidió el pueblo.
El propio presidente López Obrador, que también se asume como empleado, sabe que su obligación es adaptarse a lo que digan sus jefes, que son todos los mexicanos.
Cuando la gente rechace cualquier programa de Andrés, el programa se eliminará. Nadie con sentido común se pelea con sus jefes, no es un error que AMLO cometerá.
Carlos Salazar tampoco se equivocará: no peleará con el jefe de las instituciones nacionales que llegó a su cargo por la decisión de muchos millones de ciudadanos.
Los empresarios del CCE que quieran pleito con Andrés Manuel, tendrán que irse a los partidos o a echar desmadre en el Grupo Contrapeso de Basave, Corral, Belaunzarán, etcétera.
Conozco a Carlos y sé que no llegó al CCE para defender intereses empresariales particulares, sino para hacer equipo con el presidente de México.
Andrés ya debe haber entendido que Carlos, exitosísimo empleado/empresario, es distinto a los empresarios del Consejo de Negocios o inclusive a los de su Consejo Asesor Empresarial, que apoyan al gobierno en la medida en que el gobierno les apoye a ellos.
Carlos, jubilado ya, no tiene intereses personales que defender. Puede ser cursi lo que voy a decir, pero es la verdad: es un hombre que piensa en México. Sí, lo mismo que Andrés Manuel. Espero se entiendan.