Por Eloy Garza González
Alejandro Moreno, “Alito”, dirigente nacional del PRI, tenía hasta hace unos días un pacto secreto con López Obrador. Se trataba de no estorbarle al presidente, a cambio de no ser incluido en la lista negra de la Unidad de Inteligencia Financiera (donde más bien van tras la pista de algunos panistas connotados como Roberto Gil Zuarth). El priísta había respetado el acuerdo replegándose a un discreto segundo plano.
Fuera de Campeche (Alito fue ahí gobernador) y Oaxaca, el priísta se comprometió a soltarle a Morena los procesos electorales de los 15 estados que cambiarán gobernador el próximo año. Y si en los pasados comicios de Coahuila e Hidalgo, el PRI casi se lleva el carro completo, fue porque Morena trabajó esos municipios y distritos con los pies. No podía haberlo hecho peor. El PRI ganó Pachuca casi a su pesar. Cierto que al presidente no le importaban esas plazas, aunque tampoco le hizo ninguna gracia perderlas.
Pero Alito cometió un error de cálculo al apersonarse en las reuniones anti-AMLO del movimiento político-empresarial “Sí por México”. Se equivocó porque en el fondo no estaba dispuesto a romper su acuerdo inicial con AMLO y sí alardeó con el bando opositor estar alineado con su proyecto para arrebatarle a Morena en el 2021 el control de los escaños legislativos. A fin de refrendar su palabra, se reunió en Monterrey con un grupo de empresarios para cerrar una supuesta alianza con el PAN. Creyó engatusarlos.
Días antes, envío a tierras regiomontanas a su emisario favorito: Rubén Moreira. El plan era postular a Ildefonso Guajardo, la mejor carta por currículum y capacidad administrativa (y tan respetado lo mismo por el PRI que por el PAN) luego de que los medinistas habían cedido la candidatura del alcalde de Monterrey, Adrián de la Garza, en una medida precipitadamente absurda, con entrega a Zeferino Salgado, mandamás de buena parte de la nomenclatura panista, de distritos y municipios (menos la capital Monterrey que seguiría siendo para Francisco Cienfuegos).
Sin embargo, las negociaciones de última hora fueron tan abruptas y tan inútiles los cabildeos del emisario Rubén Moreira, que el dirigente nacional del PAN, Marko Cortés ni siquiera se dignó a viajar al estado norteño. Permaneció al margen de los estiras y aflojas locales.
Lo que sucedió finalmente fue un previsible desastre. El senador Victor Fuentes publicó una carta donde daba al traste con las intenciones de sumarse con el PRI (antagonista histórico del PAN). Ildefonso Guajardo nunca fue ungido como candidato de la coalición y el PRI se metió en una telaraña urdida sin querer por el propio Alito.
Ayer, como era de esperarse, AMLO pidió investigar “hasta las últimas consecuencias” a Rubén Moreira, “para que devuelva lo robado” y Alejandro Moreno ya lleva el estigma de fracasar en unas elecciones de Nuevo León que ni siquiera han comenzado. Y viene lo peor para el líder priista: AMLO acaba de ponerlo en la mira, en esas maniobras muy suyas de judicializar las contiendas electorales. Al bocabajeado PRI de Nuevo León solo le resta nominar a Ildefonso Guajardo, si quiere ser mínimamente competitivo en el 2021. Claro, Ildefonso ya puede darse el lujo de pedir más posiciones para su primer círculo, como no pudo hacerlo antes.