Por Eloy Garza González
Ayer el gobierno federal redujo la dotación de vacunas que mandó a Nuevo León. De las 384,000 dosis de AztraZeneca que nos prometieron, arribaron sólo 36,360 y a la mera hora se pospuso su aplicación dadas las bajas temperaturas que padecemos. A esta inexplicable reducción de las dosis habría que añadir el mal cálculo de mandarlas a Linares y Doctor Arroyo. Les voy a explicar por qué.
Yo tengo muy buenas amistades en Doctor Arroyo. Soy ferviente devoto de Santa Teresa de Ávila, la Santa intelectual, patrona del ejido Presa de Maltos. Hasta antes de la pandemia, cada Semana Santa los ejidatarios de por allá me regalaban en morral de ixtle, una abundante dotación de cabuches, la flor más suculenta del desierto de Nuevo León, que arroja la biznaga mexicana. La gente del sur del Estado vive de lo que recolecta, de la lechuguilla y del arado.
Sin embargo, el gobierno federal apoya a los vecinos de Doctor Arroyo y los ejidos de los alrededores, en rubros que no son tan necesarios. En cambio, no los apoya en sus necesidades más apremiantes. Por ejemplo, el sistema de salud.
Si un ejidatario de esa zona enferma de gravedad, tiene que viajar cinco horas hasta el Hospital Metropolitano de Monterrey. Y ya se imaginarán en qué condiciones llega el paciente después de ese largo trayecto que debe pagar en taxi, porque la ambulancia está medio destartalada. Así que los casos de Covid-19 se atienden en la Unidad de Medicina Familiar de Doctor Arroyo, que es una clínica sin buenos equipos y de plano muy rudimentaria.
El problema es que con Covid o sin Covid, la Unidad de Medicina Familiar siempre está saturada. Y es imposible una intervención quirúrgica de medio pelo para quitarte el apéndice o sacarte piedras del riñón. Para eso, los enfermos tienen que atenderse en el Hospital del IMSS de Matehuala, municipio de San Luis Potosí. O sea, ahí no te reciben, aunque seas derechohabiente del IMSS.
Una conocida mía, llamada María Toral, de 51 años, enfermó de Covid-19, al igual que su familia, todos menores de 60 años. La llevaron al IMSS de Matehuala. La dejaron en el pasillo, porque no podían ingresarla formalmente por ser vecina de Nuevo León, no de San Luis Potosí. María murió en el vil suelo, de forma indigna como un perro, al cabo de dos semanas angustiantes. Fue un caso muy triste.
Ni a María Toral ni a su esposo le hubiera tocado vacunarse en esta primera ronda. Ni en la segunda. Lo ideal, para acabar con tanta pérdida de vidas humanas, sería levantar un Hospital del IMSS regional, dónde atender a toda la pobre gente del sur del Estado. Pero esa petición cae en oídos sordos. Tal parece que a nadie le importa. Mientras tanto, se vacunarán a unos cuantos viejitos, y con eso las autoridades creerán haber cumplido con su deber, que es lo mismo que taparle el ojo al macho.