Lo básico de la objetividad y la subjetividad no ha cambiado nunca, ser objetivo significa que descubrimos, vemos y escuchamos algún contenido de verdad en un punto argumentativo cualquiera, que implica que hicimos un análisis lógico que concluirá en algo posiblemente verdadero, probablemente verdadero o absolutamente verdadero.
Ayn Rand postuló que uno intenta descubrir hechos y entender el mundo viendo hacia fuera, pero fallamos al expandir los esfuerzos de la lógica para asegurarnos que no surjan contradicciones con nuestros conceptos individuales, en este punto es donde atendemos a descubrir esos conceptos intuitivamente para “sólo saber” sobre la base de la fe o de las revelaciones instantáneas.
Sobre esta línea de pensamiento entonces se justifica “el creer” ante el riesgo de que la realidad objetiva no exista y sea apabullada por los sentimientos, creencias personales y epifanías irracionales que apuramos en llamar la “opinión pública” que no es sino una forma de subjetivismo colectivo.
En la época que estamos viviendo nos movemos entre el escepticismo radical y la más decantada subjetividad colectiva que “cree” en lo que dice el presidente sin importar la realidad en la valoración de los hechos.
El presidente López Obrador “dice” que “sobre la ley no hay nadie y la escalera se barre de arriba para abajo” y por eso “ellos”, él y su equipo que lo rodea, son diferentes y honestos, pero en materia de concursos y contratos se abusa de la eficiencia como excusa y se prefiere no concursar con transparencia las iniciativas de su gobierno.
Él y su equipo “dicen” de que sí promoverán las energías limpias pero prefieren el uso de carbón como fuente primaria generadora de electricidad abandonando las iniciativas para promover la substitución de fuentes fósiles.
El presidente en sus conferencias de prensa diarias elude las confrontaciones de ideas y responde a todas las críticas con su argumento del respetuoso “amor y paz”, pero todos los días asigna nuevas acusaciones bien poco respetuosas a distintos grupos de personas que se convierten en explicación a modo de los problemas que nos aquejan como país.
Elige a los pobres como su estandarte y se lanza contra los que en el pasado abandonaron a los más marginados, pero abjura de la reforma educativa que busca devolver al gobierno la gestión en la educación en lugar de los sindicatos radicales, a los que a su vez tolera cualquier delito que cometan.
La enumeración de contradicciones entre lo dicho y lo actuado es tan larga como los ataques del presidente y hasta los sectores antes más racionales ahora se convierten en cajas de resonancia del odio discursivo destilado por el régimen de pensamiento desordenado del presidente.
Tal parece que AMLO está buscando replicar el “Movimiento 5 Estrellas” italiano en sus tácticas de la democracia directa, el abolicionismo del régimen, su globalifobia, y carácter “progrescéptico”, soportado todo en sus afanes contra la precariedad en todos los órdenes, pero asumiéndose por encima de la mundanal podredumbre.
Ante este maniobreo cotidiano del presidente, o lo aplauden o lo ignoran, pero en su silencio crítico, antes acicateado por los medios de comunicación contra el régimen, otorgan su pasiva aceptación.
Incluso los líderes de los diferentes sectores económicos y sociales lanzan algunas advertencias como cumpliendo con la agenda de citas, pero no alcanzan a articular alguna propuesta política que convenza mínimo a sus afiliados.
Con el estado actual de subjetivismo colectivo que padecemos la mesa está puesta para cualquier ruptura que se le antoje al presidente o a sus allegados y nada puede detenerlo, así que estamos ante una suerte de futurismo aleatorio que nada bueno presagia.