Por Félix Cortés Camarillo.
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Isabel Arvide, por quien siento afecto, no es la única diplomática mexicana -ella diplomática de improviso- expuesta en los medios por actos escandalosos; la recientemente nombrada cónsul mexicana en Estambul, fue grabada regañando al personal de su oficina por desobediencia, impuntualidad, acudir al trabajo en vestimenta inapropiada, comer en la cocina de su residencia a costa del erario mexicano, y usar el baño de ella, dejándolo puerco.
Yo pensaría que es pecado menor el de Isabel, frente a la penosa situación de Alberto Bernal, quien fue cesado ipso facto de su cargo como cónsul en Leamington, Canadá, al difundirse una grabación de video en el que supuestamente -yo no la he visto- el señor Bernal se masturba en su muy consular oficina; el ex cónsul aceptó la existencia de la grabación y confesó que se hizo pública porque dejó de pagar las extorsiones que le cobraban para mantenerla en las tinieblas.
Arturo Trejo Navaja fue embajador de México en Arabia Saudita durante los mandatos presidenciales de Calderón y Peña Nieto. En esa función fue conocido también en Riad como el más eficiente proveedor de licor en un país cuya ley musulmana puede castigar con la muerte el comercio, distribución y consumo de bebidas alcohólicas. El señor embajador llegaba a dejarse enviar por la franquicia diplomática, contenedores enteros de vodka, whisky, ron y tequila, cuyo precio de venta por debajo de la mesa era de doscientos dólares por botella. Mínimo.
El que se voló la barda en este departamento fue Ricardo Valero, breve embajador de México en Argentina, quien intentó robarse un libro, escondido en un periódico y fue capturado, de la más hermosa librería del mundo, El Ateneo, Grand Splendid de Buenos Aires. Debo consignar que se trata de un teatro del 1903 convertido en la más bella de las tiendas, una de libros. Sigue siendo un señorial teatro, con cuatro hileras de palcos y una platea que tenía 500 asientos y ahora tienen miles de miles de libros. El libro que iba a robarse se llama Giacomo Casanova, por si a alguien le interesa.
Concedido el beneficio de la duda, el embajador fue citado a México para aclaraciones y en el aeropuerto de Ezeiza fue nuevamente capturado. Esta vez por intentar robarse una camiseta de la tienda que se llama Duty Free. Al darse a conocer el asunto, el embajador Valero renunció por motivos de salud.
Porfirio Muñoz Ledo fue representante de México ante la ONU seis años. En su último año, 1985, entró a la lista de diplomáticos del escándalo: el conductor de un automóvil se pasó del límite del espacio reservado para el estacionamiento del auto de la representación mexicana y rápidamente tuvo enfrente al señor embajador, pistola en mano, quien le reclamó la ofensa rompiéndole con la pistola el parabrisas del carro invasor.
Al igual que Ricardo Valero, Porfirio fue integrante básico de la corriente democrática del PRI que en 1988 se salió de su partido para finalmente dar nacimiento al PRD y a la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas a la presidencia de la República. Por ahí andaban Ifigenia Martínez, Rodolfo González Guevara, Heberto Castillo. Muñoz Ledo acabó pasándole la banda presidencial a las manos del presidente López, en el 2018.
La larga carrera de uno de los políticos más brillantes de México está cantadamente dirigida a su fin. Las marrullerías internas de eso que se llama Morena impidieron que Porfirio, casi nonagenario, se despidiera de la vida en el cargo de presidente del dizque partido. Su oposición al inconstitucional transitorio que pasa a la historia como ley Zaldívar, ha sido tal vez el último discurso que le escuchemos. Pero la trayectoria y la inteligencia de Muñoz Ledo le harían merecedor de que lo defenestrase alguien de mayor mérito, como sus condiscípulos en la UNAM, Mario Moya Palencia -que tocaba muy bien el piano canciones románticas- o Miguel Alemán Velasco, que cuenta chistes con una gracia comparable a la de mi querido Polo Polo.
Porfirio no merece que al cementerio de los elefantes lo manden porros tan detestables como Mario Delgado, o el pinche (no lo dije yo, salió en el zoom) Ignacio Mier, su testaferro.
PREGUNTA para la mañanera porque no me dejan entrar sin tapabocas: con todo respeto, Señor Presidente, ¿se juntó en Monterrey con Clara Luz o no?