Por Eloy Garza González.
El órgano electoral hace de los debates paradigmas de aburrimiento. Quién se atreve a verlos (y son muy pocos) de inmediato pierde cualquier interés y rubrica la sesión con un bostezo. Hay que ser muy estoico para aguantarse hasta el final apoltronado en un sillón y no cambiar de canal a ver una serie. ¿Deben ser los debates entretenidos? Por supuesto que sí. Analicen los debates políticos de EUA, no sólo los presidenciales: ágiles y ejecutivos.
La culpa de los malos debates la tienen estos formatos tan mediocres, rígidos y acartonados que nos asestan casi a la fuerza en la provincia campanaria de la que formamos parte. Aquí en el rancho no hacemos debate: hacemos entrevistas empalmadas. Se evita por todos los medios que los candidatos interactúen, que contrasten sus propuestas (cuando las hay que es casi nunca) y que se midan cara a cara, confrontando la capacidad de recibir críticas y de plantear réplicas. Es decir, nos quedamos sin saber de qué pasta están hechos estos fulanos. Afuera, bien que se dan con la cubeta con sus guerras sucias en redes, repletas de bots y chayotes, pero en los debates apenas se rasguñan levemente y ya creen que arde Roma. Hipócritas, sencillamente hipócritas, como canta el bolero.
A veces, es tan insípido y ceremonioso el formato de los debates, que las cámaras televisivas ni siquiera se atreven a hacer un ligero paneo de los candidatos para medir sus reacciones y gestos de desaprobación. Todos son primeros planos. En esas tomas sin creatividad, se delata que la televisión (cuando es pública) no ha evolucionado ni un ápice y la discusión por lo visto, ha retrocedido hasta la prehistoria televisiva.
Sin embargo, la mayor parte de la culpa se la llevan los propios candidatos a gobernadores y alcaldes. En su mayoría, salvo honrosas excepciones, son bastante mediocres. No tienen remedio. No son capaces ni siquiera de concentrar sus propias propuestas en síntesis claras y precisas. Se les pasa el tiempo reglamentario, luego les apagan el audio y montan en cólera contra el moderador, como si él tuviera la culpa de todo.
Además, uno no se explica por qué se les da tanto espacio a candidatos de partiditos de juguete; partidos que serán golondrinas que no hacen verano; partidos francamente pinchurrientos. Todo mundo sabe que no alcanzarán el mínimo de votos para mantener su registro, pero se les otorga los mismos minutos que a los representantes de los grandes partidos en cada debate. ¿Por qué me imponen como elector y espectador a estos monigotes que están ahí quién sabe por qué?
Si el formato de debate no lo cambia el órgano electoral cuando antes, este ejercicio supuestamente democrático será de una inutilidad vergonzosa y una pérdida de tiempo y de dinero público que no debería derrocharse en estas épocas de dizque austeridad republicana.