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Por Félix Cortés Camarillo

Carnaval. He leído muchas veces que el término en latín se origina como carnem levare, que viene siendo algo así como abandonar la carne; los españoles afirman que proviene de “carne: ¡me vale”!, que también es una forma de abandono. Un erudito suizo del siglo XIX, don Jacob Burckhardt, que entre otras cosas se especializó en el estudio del Renacimiento italiano –que hay otros–, afirma que el nombre de la fiesta proviene de una procesión llamada Carrus Navalis, en la que el pueblo, en la Roma Imperial, disfrazado con máscaras acompañaba en desfile una nave nueva de madera, ornamentada de flores y dedicada a la diosa Isis, en su marcha a la botadura, marcando el inicio de la temporada de buen mar para la navegación, comenzando la primavera. 

La mayoría de los opinantes estamos seguros de que los carnavales son derivaciones de las antiguas fiestas báquicas, lupercales o saturnales, mejor conocidas en el bajo mundo de Roma y Grecia como bacanales. A excepción del misterioso Oriente, en el mundo que queda el carnaval es la fiesta del desenfreno, del pecado y de la satisfacción de todos los apetitos. Digamos que una colectiva despedida de soltero de todos los pecadores, que al día siguiente seremos casados fieles. Con Jesús y su Cuaresma, que terminará cuando se abra el sábado de Gloria. Cuarenta días de virtud. No se olviden de “tomar” ceniza mañana, porque el doble compromiso es la abstención de la carne y la dedicación al rezo y la meditación.

En cualquiera de sus versiones, los carnavales –reconocidos por la iglesia católica– son festejos que dan pie a la cuaresma. Los carnavales corren desde el jueves pasado, llamado en España jueves lardo por el preferente consumo de longanizas mantecosas, hasta el martes de hoy. Los gringos saben que su fiesta de Mardi Grass quiere originalmente en francés decir martes graso.

Yo creo, como todo buen pecador, que es tomarse muy en serio el abandono de las carnitas michoacanas o el chicharrón de la Ramos.

En realidad, el carnaval es una especie de implícito reconocimiento de la moral hipócrita judeo-cristiana: hay que pecar hoy a todo meter, porque mañana ya no se va a poder. Actualizado a la política mexicana: hay que llevarse todo, porque los que vienen son unos pinches ladrones.

Y ese pensamiento unifica la mente y el cuerpo de todos los celebrantes de carnestolendas. Lo mismo en la elegante Venecia que en el descocado sambódromo de Río de Janeiro; en Callao, Veracruz, Corrientes o Mazatlán en nuestra América -no tengo noticia de La Habana o Santiago de Cuba– Nueva Orleans en la que ya no es nuestra, en Köln y, desde luego, en el corredor Bonn-Erfurt de Alemania.

La máscara entre humanos tiene un doble propósito: ocultar a quien está detrás, como en la comedia del arte italiana o magnificar la presencia del actor, como los coturnos y las máscaras (prosopon)del teatro griego.  De ahí nace no solo la palabra persona, sino el concepto filosófico.

En nuestro tiempo y nuestro país, el carnaval ha perdido una función que Burckhardt descubrió y se ha manifestado en muchos carnavales por años: la crítica social. Las fiestas de carnestolendas comienzan con la sepultura de lo malo: en España es la sardina; en México era hasta hace poco el rey Momo: era un personaje grotesco y feo que en la percepción colectiva representaba un enemigo del pueblo. Algo muy semejante a la quema de Judas al final de la Semana Santa, en donde los mexicanos expresamos nuestros rencores.

Sería deseable que en el desfile de carnavales de esta noche, en algún lado, se quemen varios judas que todos conocemos.

PARA LA MAÑANERA (Porque no me dejan entrar sin tapabocas): Según los cálculos más conservadores, la Ciudad de México y su área metropolitana tendrán agua de beber, si no llueve abundantemente, hasta que llegue abril. Algo parecido a lo que pasa en Monterrey y las mentiras de Samuelito. Las elecciones de junio próximo tienen un apellido: el agua.

‎felixcortescama@gmail.com

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// Félix Cortés Camarillo

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Autor: stafflostubos
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