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Los mexicanos no necesitamos una piel de reptil para que se nos resbale, como una fatal circunstancia inevitable, la obcecación con la que el poder omnímodo del Ejecutivo plantea, de manera dogmática, la imposibilidad de rectificar, modificar o al menos considerar y discutir las decisiones que se toman desde la omnipotencia del poder unipersonal y aplaudido a rabiar. Estamos acostumbrados a ellos. Así, el Presidente en turno manda a citar a los gobernadores de cualquier partido para hacer que los convenzan de la bondad que la guardia civil militarizada es la panacea para resolver todos los males que la delincuencia, organizada o no, nos ha causado y nos sigue causando todos los días. Poco nos importa el perjuicio financiero que los dislates ejecutivos causan con desmanes como el Fobaproa, del cual ya nadie se acuerda, aunque lo sigamos pagando todos.

Los miles de millones de pesos que se irán por la alcantarilla de la demagogia con la cancelación del iniciado nuevo aeropuerto de la Ciudad de México no nos importan, como nos importa un comino el costo real, en billetes y en daño ambiental, del Tren Maya.

Después de todo, y con toda la crueldad que implica esta observación, lo único que se pierde es dinero; y como dinero es lo que nos sobra para aventar pa’arriba, que se jodan los proyectos, malos, regulares o buenos que hayan hecho los demás: todo lo que lleva la etiqueta anterior al primero de diciembre del año pasado es merecedor no solamente de sospecha y de descrédito. En caso de que alguien ose contradecir a ese uniforme diagnóstico, corre el peligro de que se le persiga social, mediática y judicialmente. Todo en aras de una cruzada en contra de una corrupción que todos sabemos que existe, pero que nadie se preocupa en documentar, ponerle nombres y apellidos, y someter a las instancias del Poder Judicial a todos los culpables de los desmanes lesivos.

Hace más de 12 años, durante la administración de Felipe Calderón, se creó un sistema modesto de 11 estancias infantiles para cuidar de los niños menores de 5 años, cuyas madres, generalmente solteras, y no pocos padres, podían dejar a los críos bajo el cuidado de mujeres que se habían hecho de una calificación en los cuidados de infantes y habían dedicado su esfuerzo a una labor social loable. La Secretaría del Desarrollo Social, que es una entidad que cambiará de nombre, pero que conservará su misión, se trata de la caja de limosnas del gobierno para los pobres de nuestro país, porque ya se sabe que en esta seudodemocracia los votos de los jodidos se compran a futuro con las despensas, que se hicieron famosas por el frijol con gorgojos que supuestamente contenían, o con cualquier otra de las dádivas que el gobierno reparte.

Todo esto viene a cuento porque las 11 estancias infantiles que comenzaron hace 12 años crecieron y se multiplicaron; el gobierno aportaba unos 900 pesos mensuales por niño para el mantenimiento de las estancias; los padres de familia acompletaban lo necesario para que les dieran de comer, aparte de atender sus necesidades educativas y de convivencia.

Pues resulta que, usando el lenguaje del beisbol que tanto gusta al presidente López, pa’atrás los fielders. La aportación del gobierno federal para las dichosas estancias no solamente se reduce en monto: ahora se va a entregar —no me pregunten cuándo— directamente a los padres para que dispongan qué destino le dan a esa limosna. Un criterio espeluznantemente neoliberal. El argumento, repetido hasta la saciedad, para tal dislate es el mal manejo de las estancias durante años. No se ha presentado un solo argumento sustentado de este aserto. No hay responsables de corrupción, desvíos o malversación. Es la palabra del Presidente contra la de miles de madres de familia que piden que las estancias las dejen como están. No se va a modificar la actitud de la Presidencia. Que se jodan los niños, que al cabo ellos no votan. Que cambien su osito de felpa por una muñeca de trapos viejos. Es la Cuarta República Mexicana.

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Vía / Autor:

Félix Cortés Camarillo

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Autor: stafflostubos
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