La primera palabra que muchos niños aprendimos como sinónimo de una autoridad extrafamiliar, con la suficiente fuerza y peso atemorizante como para tenerle respeto, fue gendarme. El término viene del francés y quiere decir gente de armas.
En realidad es el origen de los ejércitos, puesto que era el cuerpo de hombres que los señores feudales llevaban a la guerra. En el sigo XV en Francia, el rey Carlos VIII los constituyó en una fuerza más o menos organizada.
Al igual que la Santa Hermandad de España, los gendarmes eran nobles organizados en las llamadas lanzas, las que además de su titular, un escudero y un paje, tenían a varios arqueros bajo su mando para hacer una compañía integrada por cien lanzas, y estaban dedicados, principalmente, a perseguir a los bandidos salteadores de caminos.
Con el advenimiento y desarrollo de los burgos y las armas de fuego, la gendarmería fue definiendo su perfil hacia el servicio de persecución de raterillos y otros delincuentes menores en las ciudades, así fueron legando hasta nuestros días con diferentes vestimentas y organizaciones diversas como la Guardia Civil Española o los Carabineros de Italia o Chile.
El presidente Andrés Manuel López Obrador tiene la obsesión marcada de construir una estructura de mando sólido, centralizado y de mando único, que es el suyo; de ahí nace el deseo explícito de que la Guardia Nacional, que se ha de instaurar para enfrentar con eficiencia a la ola de crimen y violencia en la que navega como puede nuestro país desde hace más de diez años, sea una entidad paramilitar con la disciplina, orden, presumible honestidad inmaculada y lealtad que van conceptualmente unidos a los soldados. Ergo, debe estar bajo el mando de los hombres de verde, que casualmente tienen como jefe supremo al Presidente de la República.
Lo que sucede es que los mexicanos ya nos dimos cuenta de que los soldados no están capacitados ni tienen la vocación de ser el policía de la esquina. Lo hemos visto a partir de la guerra mal organizada que Felipe Calderón desató contra el crimen bien organizado.
De esa experiencia se desprende que la oposición a vestir de azul a los hombres de verde y llamarles policía sea grande; tanto que la aplanadora legislativa de Morena haya tenido que acudir a la negociación y la deserción de comodinos legisladores del extinto PRD para que con sus votos aprobaran por un pelito la aprobación constitucional: con la condición de que el mando de la nueva policía fuese de un civil.
Lo cual es tomarnos el atole con nuestro propio dedo. Serán los mismos soldados que hoy patrullan nuestras calles los que con otro uniforme vigilarán nuestras esquinas.
Al ciudadano le importa poco si el que manda es civil o militar. Lo que exige, con razón, es que la violencia cese, que sus hijos y nietos puedan salir a jugar a la calle o ir caminando sin temor a las escuelas y que sus mujeres e hijas no vivan con la zozobra cotidiana de que pueden ser asaltadas, violadas o muertas, o todo junto.
Aquí el asunto es que el orgullo personal del presidente ha sufrido un ligero arañazo que a Andrés Manuel López Obrador no le gusta. Vamos a ver con qué sorpresa nos sale esta mañana en su stand up televisado en los que nos enteramos de cuál es el programa de su gobierno.
Porque nos puede salir con una sorpresa, porque en política ha demostrado que es hombre de armas tomar.
PILON. Los que pensábamos que la última víctima de las ocurrencias presidenciales era la atención de los hijos de madres trabajadoras en las estancias infantiles, no contábamos con la astucia del Presidente, ahora resulta que se cortan de golpe todos los apoyos del Estado a las ONG, las organizaciones no gubernamentales que se dedican a una larga lista de actividades variopintas que van desde la defensa de las preferencias sexuales, la protección a la niñez o las mujeres, o actividades de promoción cultural.
Se acabó, ya no hay dinero del presupuesto para su subsistencia. Sin distingos, lo dijo el Presidente. Aunque, claro, como en el caso del uso de los aviones privados para el transporte de los miembros del gabinete, todos somos iguales, pero hay unos más iguales que otros.