Regresa Diego Fernández de Cevallos en aerolínea comercial de Monterrey a la Ciudad de México. Es el mismo día de la gira de AMLO por tierras regiomontanas. Por poco — ¿casualidad? ¿juegos del destino? — coinciden en el mismo avión: el de Aeroméxico de las 2:15 pm. Miércoles 20 de febrero. “¿Y qué hubiese pasado, Diego, de toparse en la misma nave con Andrés Manuel? A ver, cuéntenos la neta”. Y Diego, tan entrón según él, tan francote, evade la pregunta. A tiempo cambió su vuelo: 1:15 pm. Por si las moscas. ¡No vaya a ser! Y sonríe desparpajado: las ojeras negras, profundas, las manchas en la piel que delatan el combate prolongado. La barba rala, canosa por la edad, estampas de la friega. El traje gris de buena caída. Sin corbata. Casual. Light. “Ándale, dinos si te hubieras atrevido a saludar al Peje”. Y sonríe con sus dientes blanquísimos, cuidados. La figura esbelta por la disciplina que se autoimpone, que se relaja sólo en el tequilita dominical en Querétaro, con los cuates del alma, con la familia.
“Mira, en la vida puedes ser de todo, menos cobarde y amargado”. Y otro pasajero dice: “Amargado usted lo ha sido a veces”. Diego no se gancha, capotea el toro del sarcasmo mexicano. “Nombre. No empiecen. Ni una sola vez en mi vida. Alegre, siempre alegre”. Y en el fondo domina al respetable: se le sabe fajador, bueno para el madreo fino, para la esgrima verbal. Viejo, pero con reflejos intactos. El uno – dos: gancho al epigastrio. Y a cobrar favores. De eso se trata la grilla. “Ya suéltela, Jefe Diego: ¿y si se hubieran subido usted y AMLO en el mismo avión?” La indiferencia estudiada. El selfie de la pasajera que puede ser su nieta, pero dícese su admiradora. El asco de otro pasajero que le saca la vuelta. El saludo tímido de un par de encorbatados. “Hay que estár siempre alegres, siempre”.
Una verónica con el capote invisible a la insistencia del cuestionador. “¿Cómo dice? No lo oí, en serio”. Meditación grave y displicente. Y el interrogatorio abre un paréntesis durante el vuelo. Cabecean los demás, pero Diego se concentra en las hojas de un fólder; lee en Internet el diario Milenio (los aviones, al menos los de Aeroméxico, ya tienen wifi). Retiembla en sus centros el aire al sonoro rugir del motor. Desciende el avión. Se aprecia el Aeropuerto Benito Juárez en la nata de smog. Bajan los pasajeros por la escalera y los confinan en camioncitos. “Bueno”, dice Diego, “yastá; se los voy a decir, de habernos subido al mismo avión, aquel y yo, la patria hubiera perdido a un patriota y a un sinvergüenza: México se hubiera quedado acéfalo”. Un poco rebuscado el chiste pero la gente ríe. Sólo un tipo de bigote tupido lo rebate, entre susurros: “Tá bueno, ¿pero cuál de ustedes dos hubiera sido el patriota y cuál el sinvergüenza?”.
Bajan los pasajeros del camioncito a la terminal. El Jefe Diego ya no lo escucha; se va presuroso, sin recoger maleta, a la salida del aeropuerto. ¿Ese que va por ahí es el patriota o el sinvergüenza?
@eloygarza