Por Félix Cortés Camarillo.
…que Dios te lo pague
ya que mi cariño
no vale la pena…
Los Pamperos, Que Dios te lo Pague
La frustrada intentona de un subsecretario de Hacienda de ponernos al tanto sobre la probable decisión del gobierno de la cuarta república de incrementar la recaudación del fisco apunta en tres sentidos.
Primero es el desorden que en la toma de decisiones prevalece, en un sistema que presume de ser monolítico, unipersonal, con poder indiscutido y total del Presidente, un desorden en que las conferencias matutinas del Ejecutivo tienen que dedicar tiempo valioso a corregir las declaraciones aparentemente disparatadas de sus colaboradores, como el secretario de Comunicaciones y Transportes u otros altos funcionarios.
Paralelamente se pone al descubierto una táctica del gobierno actual: soltar un borrego informativo para ver cómo reacciona la gente y los medios y eventualmente recular en decisiones de importancia. Tal sería el caso de la torpe e imprudente provocación a España y a la historia al pedirle al rey de ese país disculpa por la Conquista de cuya realización vamos a conmemorar cinco siglos dentro de dos. La reacción pensante de los mexicanos podría llevar al Presidente a coquetear con la opción B de este despropósito: convocar a una consulta “popular”, a mano alzada en cualquier plaza que junte más de veinte mil personas o en una amañada votación popular en urnas a modo con papeletas tramposas.
Sin embargo, detrás de estas medidas mediáticas de distracción yace una tercera dirección que es la más importante. El erario mexicano se va a quedar muy pronto sin dinero.
Pese a la obstinación del Presidente de negar todas las predicciones catastrofistas en su realismo que no le pronostican a la economía de nuestro país un crecimiento, en el año en curso, que pase del 1.5 por ciento del Producto Interno Bruto. El Presidente alega que –si bien se comprometió en campaña a llegar al cuatro por ciento, que no es suficiente– en el 2019 México crecerá al 2 por ciento y el año próximo al 3. Y así sucesivamente para llegar a la recta final de su sexenio con un cuatro por ciento de incremento, lo cual apenas le iba a hacer cosquillas al índice la inflación. Para que México pueda aspirar a convertirse en un país económicamente viable debería crecer al seis por ciento por un período largo.
El compromiso presidencial de no aumentar los impuestos ni crear nuevos es muy popular y provoca aplauso. El reducir algunos, como los de la franja fronteriza, más, aunque no se haya materializado como suena en el papel. La práctica generosa de repartir riqueza a quienes no la generan –los viejos, los escolares y los ninis—cuesta mucho dinero. Cuesta mucho dinero también una serie de promesas que han pasado al cajón del olvido porque no hay para realizarlas, como la prometida creación de una red de cien universidades populares en todo el país.
No le queda al gobierno más que dos sopas, que incluyen ambas el retroceso en las promesas. Abandonar los proyectos tan cacareados de asistencia a los pobres o aumentar la recaudación.
Y eso sí nos los va a tener que pagar Dios.