Por Federico Arreola.
El doctor José Narro debió ser el candidato del PRI en el pasado proceso electoral presidencial. Un año antes de la contienda, era el priista más creíble, el que tenía la mejor imagen, el único capaz de retar a Andrés Manuel López Obrador. A Narro lo favorecían su trayectoria política de tantos años, su carisma y el hecho de haber sido rector de la UNAM. Debió haber dejado el gabinete de EPN para dar la pelea como priista disidente. La gran oportunidad de mostrarse como un rebelde capaz de reformar para bien al priismo, la tuvo en enero de 2017, cuando se dio el gasolinazo que casi incendió al país. El entonces secretario de Salud no estuvo de acuerdo con la medida que operó quien era secretario de Hacienda, José Antonio Meade. La portería estaba sin defensas y José Narro pudo haber metido un gran gol, pero… El Perro Bermúdez diría que Narro “la tenía, era suya, pero la dejó ir”. Ni hablar, el viejo priista no se atrevió y, cuando llegó el momento de la decisión —que tomó Peña Nieto y nadie más— ya José Antonio Meade lo emparejaba en las encuestas de popularidad y fue este el beneficiado por el dedazo.
Malas costumbres
Ayer José Narro renunció al PRI. ¿La razón? Que no le gustó el padrón que se usará para designar al nuevo presidente del tricolor, por lo que aduce que se trata de una simulación todo el proceso para renovar la dirigencia.
Una lástima, si se toman en cuenta los 46 años en que fue miembro de dicho instituto político. Falta de entereza, si su renuncia es reflejo del miedo a perder en las elecciones internas y no saber encarar esa posible derrota. La verdad de las cosas es que el Narro de 2019 no era el de 2017. Pensó que el apoyo de Manlio Fabio Beltrones le resultaría suficiente para quedarse con la dirigencia partidista, pero no fue así.
El mismo Beltrones compartió en su cuenta de Twitter, que lamentaba mucho la decisión de José Narro y que no votaría el 11 de agosto en señal de no estar de acuerdo con el proceso interno. Otra connotada priista, doña Beatriz Pagés, en solidaridad al doctor Narro, anunció su renuncia al PRI por las mismas razones. Fue más lejos al señalar “que el partido se está entregando a López Obrador”. Ni hablar, perdieron y justifican con acciones desesperadas la derrota.
Historias de renuncias
Hasta hace poco las crisis internas de los partidos eran eso, internas; y después de dimes y diretes, los institutos políticos salían fortalecidos y además lograban cúpulas y equipos integrando diversos intereses.
El primero en romper dicha costumbre fue Cuauhtémoc Cárdenas, quien renunció al PRI para fundar el PRD. Se trató de la primera gran escisión del Revolucionario Institucional, lo que le llevó a ser el primero en ganar –como oposición– la Ciudad de México.
El otro caso emblemático fue López Obrador, a quien no le gustó el trato que se le dio en el PRI y luego en el PRD. Conjuntando toda su popularidad histórica, se fue a constituir Morena.
Otro que hizo lo mismo, aunque le salió el tiro por la culata, fue Felipe Calderón, quien después de hacer un entripado terrible con Ricardo Anaya, salió del PAN y está tratando sin mucho éxito de fundar su partido político. No lo logrará. El problema es que sigue sin darse cuenta del gran boquete y el daño perpetrado al partido que le dio todas las facilidades para llegar —haiga sido como haga sido, esto es con fraude— a la máxima investidura del país.
No saber perder
Con la renuncia de Narro se aprecia un PRI aún más resquebrajado de lo que se suponía, pero también a un grupúsculo de personas que no saben perder. Lo más triste es que tampoco están preparados para trabajar en conjunto a otras voces para salvar (si es posible) al instituto político que siempre les dio cobijo.
La muerte anunciada del PRI no se deberá entonces exclusivamente a que la gente no vote por este, sino también a que siguen sin ponerse de acuerdo al interior, a que continúan las mezquindades y a que no quieren permitir que sangre nueva tome las riendas del Revolucionario Institucional, que quizá ya debe ir pensando en cambiar de nombre.
Las renuncias se presentan cuando uno deja de comulgar con la ideología de un partido y son válidas. Pero son una muestra de desprecio hacia los institutos políticos, cuando se dan porque saben que, de seguir adentro, no serían cabeza.
Si en realidad consideran que están mal las cosas, es momento de mejorarlas desde adentro, corregirlas de raíz y no salir huyendo. La renuncia al partido y al proceso no es más que un berrinche-chantaje, que no lleva a la mejora del PRI.
Quizá Alejandro Moreno deba acercarse a ellos —sin ceder a chantajes que siempre se presentan— para de verdad recuperar el partido. Al final, debería premiar la unidad… Si se lo propone, Alito lo logrará. Alito, conste; lo de Amlito es una vacilada que carece de fundamento. Andrés Manuel jamás influiría en la vida interna del PRI, jamás. Sean serios.
@FedericoArreola