Por Félix Cortés Camarillo.
Tu sonrisa, tu mirada, tu altivez,
Como daga clavada sangra mi ser…
Agustín Lara, Para Siempre
Hay dos palabras que en mi opinión debieran ser borradas de todos los diccionarios del mundo: siempre, y nunca. Son las dos expresiones extremas en el tiempo, de los valores absolutos, que son los que absolutamente no existen. Por eso las solemos casar con otros valores relativos, cuya existencia depende de tan innumerables circunstancias, que nunca son reales: el amor, la verdad, la belleza, el poder. Ninguna de esas categorías resulta ser para siempre o nunca se presentan.
Por el contrario, la palabra soberbia debiera figurar en el silabario elemental del ser humano, para que todos escribamos planas enteras con el propósito de que evitemos caer en ella. La Real Academia de la Lengua Española define soberbia como el apetito desmedido de ser preferido a otros.
Si, como sucedía antaño, tuviéramos que calificar estos tiempos políticos con un estigma, yo diría que este es el tiempo de la soberbia, que viene de la mano con la altivez y la petulancia.
El martes, Donald Trump dio comienzo a su campaña buscando la reelección en el 2020 como presidente de los Estados Unidos.
Hay quien afirma que Donald Trump logró abrupta e inesperadamente la presidencia de los Estados Unidos gracias a la marca México. La marca México que Trump acuñó en su primera campaña era el de una cuna de delincuentes, violadores, asesinos y narcos que amenazaban a su país. Asustados con el esperpento, las clases media baja y media media votaron para proteger sus empleos que se estaban robando los mexicanos.
En la segunda campaña, que inició ayer, la marca es la misma, pero su definición ha cambiado: el día de ayer, México era un país que estaba haciendo bien la tarea que el señor Trump le había ordenado, la de contener la migración hacia el Norte. Mismo miedo, diferente alternativa.
Trump dijo el martes que la economía norteamericana era la envidia del mundo. La soberbia a todo lo que da, cuando China se prepara para un torpedo a la línea de flotación de su principal deudor en el mundo.
Sin cambiar de tono, pero sí de melodía, José Narro no solamente renunció ayer a sus pretensiones de dirigir al PRI, renunció también al que fue su partido político de toda la vida pública.
Narro ha encontrado que lo que queda de las ruinas priistas no han querido abandonar los viejos patrones de corrupta conducta que les llevaron a su destrucción. Por eso Narro se va, no como vergonzante tránsfuga sino como digno sepulturero. José Narro acaba de determinar la muerte del PRI y de la posibilidad de que, como en el minicuento del guatemalteco Tito Monterroso, cuando la sociedad mexicana despierte de la cruda lopezobradorista, el dinosaurio todavía iba a estar ahí.
PILÓN.- Dijo el presidente López ayer por la mañana que los salarios mínimos en Guatemala, Honduras y El Salvador eran mayores que en México.
En efecto, el mayor salario mínimo mensual en Guatemala equivalía ayer a 6,835 pesos 47 centavos mexicanos; en Honduras 11,242.77 lémpiras lo que son 8,808.12 pesos. En El Salvador el mayor salario mínimo mensual era ayer de 300 dólares americanos.
Claro que hay sus asegunes, porque en nuestro país no hay trabajador digno que acepte vivir con tres mil pesos y piquito pesos al mes ni patrón por más cínico que sea, que lo ofrezca; pero lo que dijo el señor presidente es, relativamente, cierto.
Entonces, ¿a qué vienen los centroamericanos?
Que alguien me explique.