Por Eloy Garza González
1.- Quienes tenemos cincuenta años de edad nacimos en un ambiente colectivista, donde el Estado ordena y manda, impone y dispone, roba bolsillos y compra voluntades; los comerciantes son el diablo y “quien vive fuera del presupuesto vive en el error”.
2.- Aunque muchos tuvimos abuelos tenderos (es decir, regenteaban una tienda o “comercio”, como se decía entonces) nos criamos bajo la doctrina política del nacionalismo revolucionario: una ideología que conjugaba el Estado asistencial, la política clientelar, la segmentación ciudadana en sectores corporativos (a la usanza fascista) y un panteón de héroes y mártires patrios, listos para posar en el escudo nacional y entre los cuales, por cierto, casi no se honraba a innovadores exitosos en el campo del comercio. Los pequeños emprendedores son los grandes ausentes de esa religión secular.
3.- La mayoría de quienes somos viejos cincuentones –con excepciones que confirman la regla– fuimos programados mentalmente para respetar, envidiar y hasta alabar al político encumbrado; fuimos adiestrados para trabajar como burócratas y escalar peldaños en el servicio público, o vivir a costillas de una dependencia pública, incluyendo muchos periodistas parásitos que son maiceados en efectivo, con prebendas o incluso con un cargo público o una asesoría bien pagada.
4.- Tanto el presidente López Obrador, como su partido Morena, repudian como acto reflejo cualquier tentativa ciudadana por rebelarse a la coerción del gobierno. Eso se les nota a leguas.
5.- Se acepte o no, todavía seduce el glamour del gobernante todopoderoso. Eso no es populismo, es personalismo. El problema de AMLO no es su populismo (que no siempre es malo) sino su personalismo (que opaca a su gabinete entero y frena la iniciativa personal de su equipo de colaboradores). Muchos ya estamos hartos de todo eso, aunque seamos minoría, porque podemos adivinar cómo acaban siempre estas historias: mal. Y muchas veces, muy mal.