Eloy Garza González.
Es un hecho: Donald Trump y los promotores del Brexit, usaron los datos personales de sus electores para diseñar y sesgar sus campañas políticas. Así alteraron los procesos democráticos. ¿Pero qué debe reprocharse exactamente a Trump y al Brexit? ¿Que eligieron lo intuitivo a lo racional? ¿Que la astucia y la perfidia ganaron la partida a lo políticamente correcto? Sí. Y que mataron la sabiduría convencional. Y contravinieron el pensamiento político al uso. Acabaron con el marketing, los anuncios pagados en los diarios, los asesores de imagen y los genios publicitarios. Le apostaron mejor a los algoritmos y al análisis estadístico. Hackearon los sistemas políticos de sus respectivos países. Y reconstruyeron lo que yo llamo la democracia del narciso, ese paso previo al fascismo.
Todo mundo sabe que ganaron Trump y el Brexit, manipulando las redes, pero nadie sabe realmente cómo ganaron. En el mundo ideal, en algún universo paralelo, los mismos electores votaron por cosas distintas. La victoria de Trump y del Brexit nunca sucedió. Pero en este mundo, un puñado de tecnólogos amorales conspiraron en la sombra, y provocaron una guerra incivil con sus fake news contra los inmigrantes, a favor de la supremacía blanca, el proteccionismo y el discurso del odio. Y ganaron. De repetirse estas mismas elecciones, volverían a ganar. Una y otra vez.
Entiendo. Es desolador. Sin embargo, pasó y está pasando. No es que Vladímir Putin quiera socavar la Unión Europea (que francamente sí le estorba), patrocinando a la ultra derecha. No es que la gente sea más conservadora que antes. Es que, por un lado, la gente pasa muchísimo más tiempo en Internet, y se siente sola; y segundo, el proteccionismo económico, el nacionalismo a ultranza, el rechazo al extraño, al extranjero, al otro, cobraron un nuevo brillo: refulgen como antaño. Por supuesto, hay matices: no es lo mismo el proteccionismo de Trump que el de López Obrador. Pero en el fondo, parten de la misma premisa: “Make America Great Again”. O hagamos grande a México de nuevo. O al Reino Unido. O Brasil. O a Italia (ahora con esa locura populista llamada Matteo Salvini). O a Argentina (ahora que regresa al poder Cristina Fernández de Kirchner).
En todos estos países, la gente se sentía marginada, estafada e ignorada por la clase política. Con o sin razón. Y la pregunta de estos líderes a los electores, que incendian las redes, y mandan a los políticos tradicionales a su casa, es la misma: “¿nos salimos del mundo o nos quedamos?” Y en todos los casos, la respuesta mayoritaria fue: “nos salimos”. Esto no es una consiga: engloba una emoción. Lo mismo con el Brexit, Trump, o Bolsonaro, la gente tomó o cree que retomó el control de su vida y de las decisiones públicas. ¿Pero alguna vez lo tuvieron? ¿Y en México, sucede un fenómeno similar con AMLO?