Por Carlos Chavarría.
Al presidente lo agobian la diversidad y complejidad de los espacios del análisis y las múltiples redes alternativas argumentales cuando se trata de solución de problemas que surgen como efectos colaterales de sus decisiones y que por necesidad debe enfrentar.
Los síntomas de su agobio son la ausencia del debate real a cambio del descrédito y la denostación que a diario acostumbra, y el misticismo casi religioso que también usa como forma elegante para desacreditar.
Ante dos situaciones que él provocó con sus decisiones basadas en sus análisis incompletos, usó el misticismo como salida comprensible sólo para él, ante asuntos que nada tienen de místicos.
Ante el desabasto de medicinas críticas provocado por el reordenamiento del gasto y su tan mentada austeridad apeló a la solidaridad que debieron mostrar las enfermeras, médicos y ciudadanos en general para suplir las medicinas que faltaren en el sector público.
Cuando fue increpado por víctimas de la violencia y la inseguridad y la desesperada solicitud de intervención del ejército también aplicó la solución mística, fundando su razonamiento en que el criminal también es pueblo y al pueblo no se le reprime.
En el primer caso olvida que el gobierno no tiene más recursos que los producidos por una economía y que se capturan vía los impuestos y que, si esos recursos se destinan con obstinación a un sólo tipo de programas, como han sido las entregas de dinero a sectores escogidos, por supuesto que le tendría que quitar recursos a otras áreas igual o más importantes.
En el de los criminales, pone a todos los motivos en el lado famélico del delito y olvida por completo las consideraciones socio patológicas y narcisistas que inspiran e impulsan a la mayoría de los criminales que, con el impune poder de un arma en sus manos, atacan a los ciudadanos, esos sí buenos ciudadanos, que inermes ven como su seguridad se esfuma para siempre.
Si Calderón le dio un manotazo al avispero según el presidente, el ahora él quiere volverlas al redil ofreciéndoles la miel de su misticismo alambicado que en realidad lo que le permite es no cambiar nada de las malas prácticas del gobierno en materia de seguridad.
La mística de este gobierno es que no la hay, existe una rutina diaria impuesta por el presidente y su praxis de trabajo, pero no se muestra con certeza hacia dónde llevará al país y el tiempo transcurre mientras los problemas crecen y el gobierno se difumina ante el reto usando un discurso reiterativo sin fondo real.