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Sembramos de espinas el camino…

Por Félix Cortés Camarillo.

…y luego culpamos al destino

de nuestro error…

Armando González Malbrán, Vanidad.

La jurisprudencia mexicana es conocida por su riqueza y eventual sabiduría; el problema que tiene es su interpretación y cumplimiento. Si todos los conceptos, preceptos y obligaciones de nuestra Constitución se cumplieran a cabalidad, seríamos un país justo, limpio y realmente feliz como afirma el presidente López.

El narcotraficante chino mexicano Zhenli Ye Gon, que sin quererlo patrocinó los premios a los atletas mexicanos de los Juegos Panamericanos, no ganará en su intento judicial –que tiene sustento, y denuncia, además– por el enigmático destino de setenta millones de dólares y la subasta de la casa en la que los guardaba bajo un hipotético enorme colchón. Un juez acaba de ponerle un alto al veto del presidente López a la adquisición de los medicamentos que el gobierno nos da a cuenta gotas, a unas empresas obviamente monopólicas. Y así hay varios actos, como la liberación del asesino de Ayotzinapa.

El sustento de estas barbaridades es la deficiencia en los procedimientos de quienes las tramitaron. Así, en nombre del estricto cumplimiento de la ley se propicia su violación.

Por ejemplo, nadie duda, en Nuevo León –al menos yo no– que el gobernador Jaime Rodríguez instruyó a que los empleados del gobierno del estado recibieran la asignación de recolectar firmas de apoyo –y de a huevo– para que las autoridades electorales le registraran su fallida candidatura independiente a la Presidencia de la República. Un movimiento de promoción egocéntrica en el Congreso estatal pretende llevar a don Jaime y su Secretario de Gobierno Manuel González a juicio político, escarnio público, multa, cárcel o todo junto.

No van a lograr ni lo uno ni lo otro; sólo el ridículo, porque no supieron hacer bien las cosas. Error de procedimiento, dicen los juristas. Por eso todo mundo está tranquilo, porque en este país todos somos expertos leguleyos.

Vanidad, por tu culpa he perdido.

PILÓN.- Lo bueno de la inevitabilidad de la muerte es que no hay edad para que llegue.

Francisco Benjamín López Toledo, el grabador, pintor y escultor Francisco Toledo, murió la noche del día cinco, a la temprana edad de 79 años. De todos los artistas estrafalarios mexicanos, el más estrafalario e iconoclasta. De todos los creadores de raigambre en lo indígena y lo telúrico, el más indio y terrenal. De todos los pintores casados con las causas sociales, la pobreza y la sencillez, el más izquierdoso y comprometido. De todos los buscadores, el de mayores hallazgos.

En mi Monterrey querido, literalmente yace una fuente creación de Toledo que se llama la lagartera, en el artificial punto de origen del río de Santa Lucía, que nace allá en el sitio que llamábamos hace sesenta años el canalón y cuyo curso pasaba precisamente por debajo del cinema Rex y la cantina Fornos, vecina del primer centro nocturno –¡distancia y categoría! – El Patio. La obra escultórica a la que me refiero fue producto de una combinación de la generosidad de Toledo, el capital de los iniciativos regios y el interés de Natividad González Parás por trascender de la mejor manera que se debe trascender en política, el impulso a las artes.

Debiera ser merecedora, la lagartera, de que le avienten un lazo de afecto y cuidado y la echen a andar. No cuesta nada, a pesar de las tarifas de la CFE.

Es una obra bella y ahora se va a poner de moda. Al menos quince minutos.

felixcortescama@gmail.com

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Autor: lostubos
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