Por José Jaime Ruiz.
La ceremonia de El Grito es la fiesta cívica de los mexicanos. Gritar en contra del Grito es un suicidio cívico. Adelantado en contra de la pirotecnia, y sumamente autocrítico, Ramón López Velarde cantó en nuestra “Suave Patria”: “¿Quién, en la noche que asusta a la rana,/ no miró, antes de saber del vicio,/ del brazo de su novia, la galana/ pólvora de los juegos de artificio?”. La impudicia de la sinceridad llevó a José Emilio Pacheco a “horizontalizar” el poema vertical del zacatecano en “Alta traición”: “No amo mi patria./ Su fulgor abstracto/ es inasible./ Pero (aunque suene mal)/ daría la vida/ por diez lugares suyos,/ cierta gente,/ puertos, bosques de pinos,/ fortalezas,/ una ciudad deshecha,/ gris, monstruosa,/ varias figuras de su historia,/ montañas/ –y tres o cuatro ríos”.
Nuestro Grito es plural, unánime, provenga de cualquier municipio o de Carlos Salinas de Gortari o de Andrés Manuel López Obrador. La convocatoria cuasi religiosa, aunque cívica, no distingue quién toca desde el balcón principal de Palacio Nacional la campana de Dolores. Porque une, El Grito se presume. Lo simbólico se encuentra en las palabras, es decir, en las “vivas”. Ya sabemos que la mejor es la de “Viva México”, que es institucional, creemos que el aderezo, como multitud, tiene que darse: “Viva México, cabrones”, que es ciudadana.
Un cambio simbólico, tanto en El Grito como en el desfile militar, fue la inclusión de las mujeres. Jamás se les había dado tanto espacio mediático-oficial a ellas. Ya es un hecho de que sin esta inclusión la 4T nomás no existe. Y simbólico también es haber incluido en las dos ceremonias a Beatriz Gutiérrez Müller, una mujer que no es “la consorte de…” sino compañera emocional que se asombra y disfruta y comenta, aunque sea a un lado de un general, lo que sucedió en el desfile.
Todo lo simbólico se desvanece en el aire. Gritó López Obrador:
“¡Vivan las madres y padres de la Patria!”
¿Y por qué no quienes nos dieron “Matria”?
“¡Vivan los héroes anónimos!”
¿Quiénes, si son anónimos?
“¡Viva el heroico pueblo de México!”
¿Cuál? ¿El que vive en la opulencia o el que sobrevive?
“¡Vivan las comunidades indígenas!”
¿Cuáles? ¿Las afectadas por el endocolonialismo y las grandes obras innecesarias?
“¡Viva la libertad!
¡Viva la justicia!
¡Viva la democracia!”
No, pos sí…
“¡Viva nuestra soberanía!”
¿Cuál? ¿La del sometimiento a Donald Trump?
“¡Viva la fraternidad universal!”
¿Cuál? ¿La de Estados Unidos y China? ¿La de Estados Unidos y Siria?
“¡Viva la grandeza cultural de México!”
¿Cuál? ¿La de los pueblos originarios o la creatividad artística del siglo XXI menoscabada por la 4T?
La bandera puede ondear, pero los símbolos se desgarran. Hasta ahora el cambio de régimen es una simulación: corrupción e impunidad persisten. Ninguna “viva” cambia el curso de la historia. Por eso hay un cambio en el régimen, pero no un cambio de régimen. El Grito legalizó cívicamente el liderazgo de Andrés Manuel, el Desfile de Independencia lo legitimó como el Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas.
Un sufrido audio dual donde dominó el ruido y no la comunicación, es lo que predominó por eternos minutos en la transmisión en vivo del desfile militar (que se quiso imponer como un Cuarto Informe). El sonido del Zócalo compitió con el sonido de la transmisión en televisión, gran error. Y, sin embargo, más allá del ruido, en el balcón principal un presidente adusto, sobrio, austero, frente al despilfarro militar que le rindió tributo. Efigie viva, durante largos momentos el presidente se “esculturizó” en su monumento. Alteridad sin alternancia.