Por Félix Cortés Camarillo.
¿Cuándo llegaré, cuándo llegaré al Bohío…?
Las noticias nunca son totalmente necias ni absolutamente gratas Todo depende de cómo se mueve la carreta: de ello depende el acomodo de las calabazas. Lo que para algunos es una tragedia para otros es plena bonanza. Mi padre solía decir, desde su condición social, que lo que soberbios desprecian, humildes recogen.
El ataque con drones al más importante centro productor de combustibles de Saudi Arabia parece una fantasía de Steven Spielberg. Parece, porque nosotros seguimos creyendo que los drones fueron inventados como juguetes para nuestros nietos que sustituyeran a los papalotes de nuestra lejana infancia, y no como ingenios no tripulados capaces de llevar, dependiendo de sus motores y capacidad de recepción de señales, lo mismo cámaras que armas letales: todo es cuestión de peso y capacidad de carga.
Hace dos años escuché que alguien hablaba de la posibilidad de inducir un mortal ataque al corazón mediante un rayo láser enviado desde un dron al corazón del entonces candidato a la presidencia de México, hoy presidente. Otra persona, aparentemente más desquiciada, puso en las “benditas redes sociales” su deseo de que una bomba cayera en el Zócalo capitalino la noche del pasado quince de septiembre para hacernos felices a todos.
Pero estaba yo hablando de la realidad.
La capacidad de refinación de crudo de Arabia Saudita se redujo de pronto, aparentemente, en un cincuenta por ciento. No es tanto: ese país aporta el seis por ciento de la producción mundial. De esa forma, el tres por ciento de los combustibles se dejó de producir. Se nos olvida que el principal productor de petróleo del mundo es nuestro vecino del norte; le sigue Rusia y luego Saudi Arabia. Las reservas del país árabe dan para sesenta días, si dejara de producir su otro cincuenta por ciento. Las de Estados Unidos, que no se revelan, dan para el triple.
El demente Trump acusa al gobierno de Irán de haber lanzado el ataque preciso y macizo contra Saudi Arabia. Puede ser. Lo que no puede ser, esperemos, es que los Estados Unidos lancen, como insinúa su presidente, la fuerza bélica del país más poderoso del mundo en contra de un país que integra la zona más explosiva del mundo, el Medio Oriente.
Pero eso es allá, en las cercanías del Pérsico.
Mis primeros maestros de este bello oficio del periodismo me enseñaron que un muerto en la esquina es más importante que cien en la India. Y en mi periodismo provinciano eso era cierto; ya no lo es. Vivimos el mundo global. El atentado a la refinería de Saudi Arabia nos está pegando aquí en México, como lo hizo el desabasto del huachicoleo del año pasado. Que no se nos olvide que México, con todo y las pipas que desfilaron en el Zócalo el lunes, tiene gasolina para, cuando mucho, una semana.
Volviendo a los soberbios y los humildes, el ataque a la refinería saudí está elevando los precios internacionales del petróleo. Para nuestro país, eso es bueno y es malo. Si el precio internacional del crudo sobrepasa los sesenta dólares por barril –hubo épocas que estaba a cien– Pemex sale ganando: el presupuesto de ingresos conservadoramente estimó en poco arriba de cincuenta dólares el precio internacional del barril. El erario estará ganando un chingo de dólares en ventas a futuro, que es como se manejan. Esa es la buena noticia. La mala es que hoy seguimos importando la gasolina que consumimos, principalmente de Texas. Si sube el crudo, sube la cruda y la gasolina que nos manda el gabacho nos va a costar un chingo más de un dólar el litro en las gasolineras. Salvo que, natural y demagógicamente, el presidente López mantenga artificialmente el precio en las bombas. A nuestras costas.
Es muy importante que nosotros estemos atentos al vaivén de las carretas para ver cómo se acomodan las calabazas. Así veremos de que tamaño es el bohío.