Por Eloy Garza González.
Cuando ves una videocámara pública, en automático crees sentirte seguro y confiado. Puedes guardarle todo el odio del mundo a las autoridades, pero algo en tu interior te hace confiar en ellas cuando ves una videocámara. Pues no. Ten mucho cuidado.
Las videocámaras públicas sirven para dos cosas: para que nos protejan a los habitantes de un municipio o (en caso de corrupción aunque estemos en la 4T) para que nos espíe el crimen organizado. Lo segundo, por supuesto, es algo muy peligroso.
¿Podría un delincuente monitorear algunas videocámaras de seguridad pública en su beneficio? Sí. Por ahora, es la cosa más fácil del mundo. No es vía satelital, es fibra óptica. Así de simple. Pasa en varios municipios de Tamaulipas y Veracruz. ¿También en Nuevo León?
Incluso un capo no tendría necesidad de monitorear todas las videocámaras sino sólo algunas estratégicas: las que están puestas en entradas y salidas de la ciudad, las de personas clave, etcétera.
Hay que evitar a toda costa que funcionarios de segundo o tercer nivel municipal, tengan acceso a las videocámaras del C4 del Estado. Sería muy grave que un agente del municipio pudiera ver fácilmente, sin mayores trámites, esos videos que son de alta seguridad. Estaríamos en manos del diablo. ¿O ya lo estamos?
Otros tipos de videograbaciones (pagadas con nuestros impuestos, obviamente) sirven para inventarle multas a los pobres conductores (las abusivas videomultas) o para espiar a opositores del alcalde en turno. Pasa en muchos municipios y mañana te diré cuáles.
Cada vez que seas vigilado por una videocámara pública, no sonrías confiadamente: tu integridad e incluso tu vida puede correr peligro. A menos que confíes ciegamente en las autoridades que dicen protegernos. Allá tú.